Escuchaba hoy el Evangelio dominical y me ha venido a la cabeza una conversación que mantuve hace un par de años con un amigo, convencido cristiano en líneas generales, aunque se mostraba poco convencido de la existencia del infierno, uno de los dogmas más antiguos de la tradición cristiana. Precisamente las lecturas de la misa de hoy nos recuerdan la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro: quién sufrió en esta vida disfrutó de la eterna, mientras quien banqueteaba despreciando al pobre acabó intentando que le socorriera en su tormento eterno.
Para muchos, incluso para muchos cristianos, la palabra infierno parece guardaba en el baúl de los recuerdos juveniles, como si se tratara de un recurso infantil para estimular una buena acción ("si no te comes eso irás al infierno", "si pegas a tu hermana irás al infierno", "si no haces los deberes irás al infierno", y un largo etcétera de recriminaciones propias de años felizmente pasados. Naturalmente que el infierno no es eso, no es un lugar imaginario inventado para la amenaza. Hay múltiples referencias en la Sagrada Escritura al infierno, y muchas más en los escritos de los primeros teólogos cristianos, así que negar que pueda existir nos lleva más allá de la línea roja de la ortodoxia.
El principal obstáculo que plantea el infierno en la mentalidad contemporánea es la imagen misericordiosa de Dios. ¿Cómo puede un Dios infinitamente poderoso y bueno, que nunca se cansa de perdonar, como dice frecuentemente el papa Francisco, condenar a alguien a una pena eterna? Si cualquier padre es capaz de levantar el castigo, aun al hijo más díscolo, ¿cómo no lo va a hacer Dios? ¿Si Dios se ha encarnado y ha muerto en una cruz para salvarnos, cómo va a impedir luego que nos salvemos?
Son preguntas ciertamente complejas, que nos resulta difícil contestar, pero que tienen otra vertiente que nos puede resultar más razonable. ¿Qué es el infierno? Una eternidad sin Dios. ¿Por qué lo consiente Dios? Porque respeta nuestra libertad. ¿Es compatible con su misericordia? Nos dice la teología católica que solo irá al infierno quien estrictamente lo elija, quien desprecie constántemente la ayuda que Dios le presta. Por otro lado, ¿es justo el sufrimiento del justo? ¿Es justo que el malvado tenga la misma suerte que quien ha sufrido sus atrocidades? No parece que eso case con la justicia de Dios. No sabemos cómo la ejerce, no sabemos quien está en ese lugar de sufrimiento eterno. La Iglesia nunca ha afirmado que nadie concreto esté en el infierno (parece que Dante tenía su propia lista de condenados, pero eso es otra cosa), puesto que hasta el último momento cabe el arrepentimiento. De eso a despreciar la justicia de Dios, hay mucha distancia.