GANAS NO ME FALTAN

La vocación cristiana, por su misma naturaleza,
es también vocación al apostolado.
 -Apostolicam actuositatem-

          Cuando me asiento en la parte trasera del taxi, me fijo que el taxista tiene colocado encima del salpicadero, de forma visible, un rosario de madera. Por ello le pregunto: 

         —Es usted católico,¿ no?
         —Si, señor. ¿Por qué lo dice?
         —Por el rosario.
         —Ah!, es que lo encontré hace tiempo en la parte trasera del coche,
sin duda olvidado por algún cliente. Y lo puse en el lugar de honor del taxi. Así, si alguna vez vuelve a subir el que lo perdió, lo reconocerá y se lo podré restituir. Y mientras tanto, ahí va haciendo algún bien: a mí me recuerda muchas cosas buenas y, a los que suben, les dice que en este taxi se ha de respetar al Señor y a la Virgen. ¡Ah!, y conste que por esto no soy más santo que los demás. Pero, eso sí, ganas no me faltan y por lo menos doy testimonio de mi fe.

                 Cuando estás emocionado con algo, quieres hablar de ello todo el día y con todas las personas que te encuentras. En eso consiste el apostolado: hablar de ese tesoro que has encontrado, de ese camino a la verdadera felicidad que has descubierto.

         El apostolado es en realidad una señal de amistad ya que apostolado significa compartir, guiar, iluminar a todos los que nos rodean. Hay diversas maneras de propagar nuestras creencias:

          Combinando todo esto, con ganas, un católico es una máquina imparable de hacer el bien. Con ganas, no le asusta el sacrifico, la lucha, el menosprecio de la comodidad y de los honores. Con ganas, pasa a la acción y arrastra porque el mundo está harto de discursos, asambleas, conferencias, disertaciones...

                Si somos consecuentes con nuestra fe y cogemos el rosario como arma de conquista, no nos faltarán ganas de hacer el bien por mucho que arrecie la tempestad. No nos faltarán ganas, no.