Hitler pudo haber sido un gran santo. Me explico. Un antiguo proverbio latino decía que la corrupción de lo mejor es lo peor (corruptio optimi pessima). Es decir, cuando algo muy bueno se corrompe, no se convierte simplemente en algo malo, sino en algo muy malo. Veámoslo con un ejemplo.

¿Quién tendría la posibilidad de convertirse en un “mejor” asesino, el mejor cirujano del mundo o un cirujano mediocre? Claramente, el mejor cirujano, pues él conoce con más detalle la anatomía del cuerpo humano, y sabe qué clase de incisiones pueden llegar a ser letales, además de tener la expertiz que le permite ejecutarlas. Por eso, un cirujano exitoso, de volverse malo, se convertiría en un asesino muy eficaz. La misma potencialidad que tiene para hacer el bien, la tiene también para hacer el mal.

¿Se imaginan qué hubiera sido de Juan Pablo II o de la Madre Teresa de Calcuta si se hubieran dedicado al mal? Probablemente le hubieran causado un daño tremendo a la humanidad. ¿Por qué? Porque ambos, siendo santos, fueron capaces de hacerle un gran bien.

Esto nos lleva de nuevo a Hitler, quien sin duda fue uno de los personajes más nefastos de la historia de la humanidad. ¿Se imaginan qué hubiera pasado si hubiera usado sus talentos para el bien al servicio de Dios? Me atrevo a decir que habría sido uno de los más grandes santos. En la gravedad del mal que hizo se ve la potencialidad del bien que pudo hacer. 

Todo santo tiene un pasado y todo pecador tiene un futuro, decía Óscar Wilde. Podríamos agregar que todo gran pecador tiene un gran futuro, pues en la gravedad de su pecado se puede entrever la sombra del gran bien que está llamado a hacer.