Es muy probable que si, paseando por la calle, o en la puerta del colegio, o en la cola del súper nos encontráramos a la madre o al padre de Pepito, o a los de Julen, o a los de Maki o a los de Pep, no notáramos nada especial. Probablemente, ni siquiera nos fijaríamos en ellos. Serían, simplemente, un matrimonio más, con la apariencia de tener la misma prisa que nosotros, el mismo cansancio, las mismas ganas de reír y de disfrutar, los mismos momentos de enfado, la misma facilidad para entablar una conversación en un encuentro fortuito con alguien conocido...

Si nos encontráramos a uno de esos matrimonios en cualquier lugar, es probable que nada nos hiciera pensar en que son completamente diferentes que la mayoría de nosotros.

Son diferentes, esencialmente, porque todos ellos tienen, o han tenido, el sufrimiento más grande que puede tener un ser humano: el de un hijo que padece una grave enfermedad. Pero no es eso lo que les hace distintos. Eso es, solo, el hecho que marca la diferencia. Porque, lo que realmente les distingue de los demás es algo que no se percibe con solo mirarles o saludarles a la salida de la iglesia. Y es, precisamente eso, lo que les hace grandes. No son ostentosos, no van por ahí hablando de sus dramas y sufrimientos (que son inconmensurables), padecen en silencio, con serenidad, con paciencia. Llenan su dolor de Fe, de Esperanza, de Amor. En mayúsculas, digo, porque realmente, lo que hacen, es llenarlo de Dios y dejar que sea Él, -en su bondad infinita-, quién conduzca su camino, a través de su particular calvario.

Personalmente, he tenido la inmensa fortuna de conocer a algunos de ellos. Y, en el trato profundo es donde he podido entender aquello que un sacerdote amigo me escribía hace poco cuando tuvimos a la

peque ingresada en la UCI por bronquiolitis: "tú aprovecha para volver a abandonar tu vida y la de tu familia en el Señor". Eso hacen ellos, literalmente, se ´abandonan´. Se dejan caer por completo en sus brazos. La imagen más visual que me viene a la cabeza como metáfora de una expresión tan bien traída por precisa sería la de ese juego típico del colegio en que se ponía a prueba la capacidad de confiar en los demás y que consistía en dejarse caer de espaldas contando con que el amigo que estaba detrás colocado iba a sujetarte. La actitud más humana es la de la duda: dejarse caer pero, "si mi amigo tarda en recogerme casi que coloco el pie no vaya a ser que se me haya despistado y me estampe contra el suelo..." Pero ellos no, ellos lo que hacen es dejarse caer hasta el final, aunque lleguen hasta rozar el suelo con el pelo.

No dudan, confían, porque tienen la certeza de que Él no va a dejar que se desplomen, no va a permitir que lleguen a hacerse daño. Por dura que sea la caída, Él está allí, cuidando de que no se lastimen. Al contrario de lo que hacemos los demás con nuestra vida cotidiana o nuestros pequeños sufrimientos, ellos saben que con sus fuerzas no es suficiente, por eso son capaces de recibir las que les mandan desde el Cielo. Y esa actitud es la que define por completo su modus vivendi. "A Dios no hay que entenderle, hay que quererle", será, probablemente, el leitmotiv de sus vidas. Y es lo que hace que tratar con ellos sea un regalo de Dios para mostrarnos, a los que les tenemos cerca, cómo tiene que ser nuestra vida y para transmitirnos una fuerza, una alegría y unas ganas de vivir que ningún motivador profesional podría ser capaz de conseguir.

Uno de esos matrimonios (a los que no conozco personalmente pero sí a través de buenos amigos) son los padres de Pepito, un bebé que falleció hace unas semanas, después de nueve horas de vida extrauterina y un embarazo durísimo, debido a una enfermedad congénita. Permitidme compartir con vosotros el regalo de las palabras de sus padres; una muestra de la grandeza de sus corazones que me confirma, una vez más, lo que ya escribí hace unos meses, que "Dios entrega sus más duras batallas a sus mejores soldados". Soldados fuertes, soldados fieles, soldados valientes pero, sobretodo, soldados que confían en Él hasta en los momentos más difíciles y se apoyan en las fuerzas que les vienen de arriba para seguir batallando.

《Mi Santito, la luz y la alegría de mi vida, que marcó un antes y un después en nuestras vidas con solo 42 semanas y 9 horas, 9 horas maravillosas que nos hicieron olvidar los malos tragos, los momentos difíciles, las lágrimas derramadas, la larga espera, los momentos de incertidumbre, de agonía y de por que yo? 9 horas en las que nos dio una lección a todos, que nos demostró lo gran luchador que era hasta el punto que le tuve que susurrar lo bonito que es el cielo que le esperaba para que descansase en paz por que él se seguía agarrando a la vida en la tierra, sin saber que lo que le esperaba era infinitamente mejor, 9 horas en las que le cantamos, le pusimos música, le achuchamos, besamos, nos hicimos fotos y selfies en familia los tres, le dijimos cuantiiiisimo le quisimos, le queremos y le querremos, disfrutamos del silencio que era interrumpido por su diminuta respiración con esfuerzo que agradecia cada vez que la escuchaba porque seguía presente con nosotros, disfrutamos 9 horas de toda una vida que nos recompenso todas las 42 semanas del largo y difícil camino.

Le echamos infinitamente de menos como le amamos infinitamente pero esto es cuestión de tiempo, como el que se va de viaje a un sitio mejor un tiempo y no ve a sus familiares, así Pepito se fue a un paraíso feliz donde solo hay Amor, solo que se va eternamente y seremos nosotros, sus padres y familiares los que si Dios quiere, en cuestión de tiempo, le iremos a visitar para quedarnos eternamente con él.

Gracias Ángel por plasmar tan bien como nos sentimos y todo lo que ha sido mi Pepito, por acompañarnos junto a tu familia en este camino que entre todos ha sido mas llevadero , gracias a todos lo que habéis leído y seguido nuestra historia, los que habéis comentado, puesto I love Pepito es vuestros perfiles y a todos los que asististeis a la misa mas preciosa del mundo, el gran homenaje de nuestro pequeño, que hicisteis que cualquier iglesia quedase pequeña con tanta presencia, demostrando lo querido que es Pepito y lo importante que fue su vida para muchos, gracias a mi familia y amigos y sobretodo a mi maravilloso marido! GRACIAS!!

Acabo con unas palabras del padre de Pepito de la misa de Gloria:

"(...)Todos en esta vida tenemos nuestra cruz, cada uno tiene la suya, y no hay que compararlas. Normalmente lo asociamos a algo malo. Ahí está el error. Hay que aceptarla, afrontarla, poco a poco, hasta el punto en que la amas infinitamente. Jesús fue el primero en llevar esa Cruz y la amó tanto que se ha convertido en el símbolo del cristianismo. Para nosotros la Cruz es Pepito, primero nos costó mucho aceptarlo, pero sólo (y repito) con fe, amor y el poder de la oración llegamos a adorarla hasta el infinito. Pepito tenía una misión al igual que todos nosotros. La suya seguramente era remover alguna conciencia, enseñarnos a rezar, a ser valientes y sobretodo a abandonarnos en el Señor siempre!(...)"》
La mamá de Pepito

La mamá de Pepito, y la de Pep, y la de Maki, y la de Julen. Y sus padres, y sus hermanos... Todos ellos -y los de tantos otros niños en situaciones parecidas- son la prueba más hermosa de que la vida, cualquier vida, vale la pena y que son, incluso, las vidas más dolorosas, las que tienen más sentido, porque es en ellas y a su alrededor dónde los seres humanos desarrollan en grado más admirable la capacidad de amar de forma plena y desinteresada, que es -a fin de cuentas- el fin último de todo ser humano.