Efectivamente, tal es lo que se interpreta de lo que dice el Antiguo Testamento: el primero de ellos es Henoc, el segundo Elías.
 
 

           Henoc es el padre de Matusalén, personaje bíblico a quién ya hemos tenido ocasión de referirnos en esta columna (). Pues bien, esto es lo que el libro del Génesis nos dice sobre él:
 
            “Henoc anduvo con Dios; vivió, después de engendrar a Matusalén, trescientos años, y engendró hijos e hijas. El total de los días de Henoc fue de trescientos sesenta y cinco años. Henoc anduvo con Dios, y desapareció porque Dios se lo llevó” (Gn. 5, 22-24).
 
            Por lo que a Elías se refiere, esto es lo que nos dice el libro de los Reyes, más concretamente el segundo de los dos:
 
            “Iban caminando y hablando [Elías y Eliseo], y de pronto un carro de fuego con caballos de fuego los separó a uno del otro. Elías subió al cielo en la tempestad. Eliseo lo veía y clamaba: «¡Padre mío, padre mío! ¡Carros y caballería de Israel!» Cuando dejó de verlo, agarró sus vestidos y los desgarró en dos. Recogió el manto que había caído de las espaldas de Elías, volvió al Jordán y se detuvo a la orilla” (2Re. 1113).

 
            Lo que como en el caso de Henoc, se interpreta como que fue arrebatado al cielo en cuerpo y alma.
 
            A Henoc se le atribuyen en el ámbito veterotestamentario, importantísimos apócrifos, si bien no tiene la menor proyección en el ámbito neotestamentario. Cosa distinta cabe decir de Elías que registra en el Nuevo Testamento varias interesantes apariciones. Una de ellas aquella en la que Jesús y los apóstoles discuten acerca del predecesor del Mesías:
 
            “Sus discípulos le preguntaron: ‘¿Por qué, pues, dicen los escribas que Elías debe venir primero?’ Respondió él: ‘Ciertamente, Elías ha de venir a restaurarlo todo. Os digo, sin embargo: Elías vino ya, pero no le reconocieron sino que hicieron con él cuanto quisieron. Así también el Hijo del hombre tendrá que padecer de parte de ellos’. Entonces los discípulos entendieron que se refería a Juan el Bautista” (Mt. 17, 1013).

 
            La otra en ese llamativo episodio que es la Transfiguración:
 
            “Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con él. Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: «Señor, bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salió una voz que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle.» Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo. Mas Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: «Levantaos, no tengáis miedo.» Ellos alzaron sus ojos y no vieron a nadie más que a Jesús solo” (Mt. 17, 113).
 
 
            ©L.A.
            Si desea suscribirse a esta columna y recibirla en su correo cada día,
                o bien ponerse en contacto con su autor, puede hacerlo en
 
 
 
Otros artículos del autor relacionados con el tema
(haga click en el título si desea leerlos)
 
De Matusalén y otros (muchos) longevísimos personajes bíblicos
De ese curioso personaje bíblico que fue Lot: una reseñita
¿Existen pruebas fuera de la Biblia de la existencia del rey David?
Del debate sobre el árbol de navidad en el Antiguo Testamento
Del Cantar de los Cantares, el más rijoso de los libros de la Biblia