Sobradamente conocido es de cualquier lector medianamente avezado que las cartas que San Pablo remitió a la Iglesia de Corinto, sita en Grecia, concretamente en el Peloponeso, son dos. Dos cartas que se hallan entre las más largas e informativas de Pablo, que cabe situar cronológicamente en el año 57 las dos y que con toda probabilidad fueron remitidas desde Efeso.
 
            Muchos menos son los que saben que San Pablo escribió por lo menos una carta más a los corintios, de lo que tenemos suficiente constancia gracias a esta alusión realizada por el propio San Pablo en su Primera Epístola a los Corintios:
 
            “Al escribiros en mi carta que no os relacionarais con los impuros [...](1Co. 5, 913).
 
            Lo que tiene por lo menos una implicación, cual es la de que esa carta sería la primera de las remitidas a la iglesia corintia, por cuanto es citada en la que hoy día se tiene por Primera Epístola de Pablo a dicha iglesia, convirtiendo a la que hoy día tenemos por primera en la segunda, y a la que hoy día tenemos por segunda en la tercera.
 
            No sería el único documento paulino extraviado que quepa atribuír al apóstol de los gentiles, pues en su obra “De viris illustribus”, San Jerónimo realiza la siguiente mención:
 
            “Algunos leen una Carta [de Pablo] a los laodicenses, pero es rechazada por todos” (VirIl. 5).
 
            Donde sin embargo, y por el contrario de lo que se refiere a la que sería la Primera Epístola a los Corintios, más bien parece que nos desenvolvemos en los movedizos terrenos de la literatura apócrifa.
 
            Dicho todo lo cual, me formulo una curiosa pregunta: en el caso de que un día apareciera esa Primera Carta a los Corintios de la que estamos hablando, ¿qué haría la Iglesia Católica e incluso las demás iglesias cristianas no católicas al respecto? ¿se atreverían a abrir el canon para incluir este texto que haría el número veintiocho de los incluídos en él?
 
 
            ©L.A.
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