Cada día es más frecuente encontrar un rechazo notable al compromiso.  Por miedo a que las cosas salgan mal, por miedo a complicarse la vida, algunos se deciden por la soledad, otros por la comodidad y el bienestar. De este modo, el compromiso –además de su desprestigio- puede correr el peligro de convertirse en un “estirar la liga hasta ver cuándo se rompe”.

El sentido propio del compromiso, como un proyecto –como un asunto a largo plazo, de un bien para mí mismo, pero también para los demás- se desvirtúa bajo una perspectiva individualista, donde importa más el YO que aquello que se ha considerado y escogido como valioso. 

El individualista no escoge y renueva libremente lo que ha querido por una decisión personal, y en esto consiste la fidelidad; sino que asume un compromiso y lo mantiene por inercia, hasta que lo asumido languidece y muere, y en esto consiste la monotonía.

La monotonía comienza –siguiendo la canción de Shakira y Ozuna- por una falta de respuesta: “no fue culpa tuya, no fue culpa mía, fue culpa de la monotonía”. Es un dejar pasar, es un no involucrarse, un dejar que algo –el compromiso asumido- muera por sí solo. Se pasa del aburrimiento, a la indiferencia –falta de iniciativa- hasta finalmente caer en la muerte “de lo que algún día fuimos”.

Este fenómeno parece ejercer la fuerza de un tercero invisible “la monotonía”, que hace que ninguno se encargue. En todo proyecto común aparece como tentación la teoría de la mano invisible, donde cada uno va “a lo suyo” y no responde por lo común.

La monotonía es hoy síntoma de una sociedad cansada, de una modernidad líquida, de un individualismo en crisis, que anhela encontrar nuevos caminos para asumir la búsqueda de algo valioso. Y esa búsqueda comienza por salir de este estado de indiferencia y reivindicar el tema tabú de nuestro tiempo: el compromiso.

Gabriel Capriles

Twitter: @gabcapriles

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