Don Carlos Romero Caramelo fue elegido presidente de la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP) en febrero de 2011. Él también es presidente de la Fundación Universitaria San Pablo CEU y, por lo tanto, gran canciller de sus tres universidades: Abat Oliba de Barcelona, Cardenal Herrera de Valencia y San Pablo de Madrid. Casado y padre de dos hijos, es capitán de navío del Cuerpo General de la Armada Española en situación de reserva. Con anterioridad a desempeñar la Presidencia, fue secretario técnico y vicesecretario general de la ACdP y director de las Jornadas Católicos y Vida Pública.

Por su puesto privilegiado de observador y partícipe directo de  la actividad de los católicos en la vida pública española, y, sobre todo, por la gran amistad personal -y de mi familia, pariente incluso de los Herrera Oria- con la Asociación Católica de Propagandistas, es un verdadero honor para mí comenzar este año mi blog entrevistándole...

 

D. Carlos, decía el beato Juan Pablo II que «la síntesis entre cultura y fe no es sólo una exigencia de la cultura, sino tam­bién de la fe (...) Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida» ¿Cómo han resonado estas palabras en el XIV Congreso Católicos y Vida Pública y en las III Jornadas de Zaragoza celebrados recientemente?

Evidentemente, las enseñanzas del beato Juan Pablo II están siempre muy presentes en las distintas actividades que desarrolla la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP); muy particularmente, todas aquellas relacionadas con el diálogo fe-cultura. Es cierto que el campo de la cultura ha estado un tanto descuidado, podríamos decir incluso que abandonado, por los católicos en las últimas décadas. Es por eso por lo que esta cuestión y, de forma paralela, la nueva evangelización, apuntada por Juan Pablo II  e impulsada por el Papa Benedicto XVI, han estado particularmente presentes en las III Jornadas Católicos y Vida Pública de Zaragoza y en las decenas de eventos como este que venimos celebrando por las diócesis de toda España y, a nivel nacional, en el XIV Congreso Católicos y Vida Pública de noviembre pasado.

La atención al magisterio pontificio ha sido y sigue siendo una constante en los más de cien años de historia de la ACdP y son muchos los ejemplos de acción en este sentido a lo largo de las décadas, aunque, en la actualidad, quizá pueden resultar más conocidas iniciativas como el Congreso y las Jornadas Católicos y Vida Pública. No son nuestros únicos ámbitos de actuación, sino que también procuramos dar respuesta a esta necesidad a través de las iniciativas de nuestras obras educativas –universidades y colegios del CEU- y, más específicamente, por medio de la Fundación Cultural Ángel Herrera Oria, una obra de la Asociación Católica de Propagandistas muy poco conocida a la que se le está dando un importante impulso en los últimos tiempos.

 

Si, como nos dice Su Santidad Benedicto XVI, fe y cultura van unidas siempre, y que "la cultura de Europa nació del encuentro entre Jerusalén, Atenas y Roma – del encuentro entre la fe en el Dios de Israel, la razón filosófica de los griegos y el pensamiento jurídico de Roma. Este triple encuentro configura la íntima identidad de Europa", ¿por qué esa obstinada pretensión generalizada, no sólo en ambiente de laicismo radical, de alejarse, olvidar o arrancar las raíces cristianas de su tejido cultural?

El Santo Padre lo dice de forma magistral, como siempre, no solamente porque es el Papa, sino porque busca la Verdad y, además, bebe en las fuentes del conocimiento, evitando los “lugares comunes” a los que nos tiene acostumbrados la cultura dominante. El ejemplo más claro del intento por ocultar estas raíces es el debate surgido en torno a la frustrada Constitución Europea. Da la impresión de que, por un lado, en la UE hay políticos que desean reescribir la historia y por otro, laicistas furibundos contra esta religión y aparentemente menos virulentos con las demás. También da la sensación de que hay políticos instalados en una “aparente” neutralidad y otros que sí son creyentes, aunque con complejos. Como es natural, también hay políticos que defienden los valores del cristianismo. Lo cierto es que la Europa que hoy conocemos ha llegado a ser lo que es gracias a la fe cristiana; y no solamente el viejo continente, sino también la propia Unión Europea. No hay más que repasar los nombres de los dirigentes que la pusieron en marcha.

Pues bien, estos valores que han hecho de nosotros lo que somos, no pueden ser abandonados con excusas inconsistentes como la de convertirnos en una tierra de acogida o en una comunidad más plural y “tolerante”. Estados Unidos es una clara muestra de que no es necesario renunciar a los principios que fundaron una sociedad para constituir una nación sólida en la que se integran y conviven toda suerte de nacionalidades, creencias religiosas e ideologías. En el Manifiesto del XIV Congreso Católicos y Vida Pública se afirma, con razón, que la fe y la cultura “deben convivir como realidades indisolublemente unidas, ya que estamos convencidos de que “la fe es fermento de cultura y luz para la inteligencia”.

 

Le pregunto cómo podríamos responder hoy a Fiódor Mijáilovich Dostoyevski cuando se cuestionaba: «Un hombre culto, un europeo de nuestros días, ¿puede creer, realmente creer, en la divinidad del Hijo de Dios, Jesucristo?»

Al principio, Dostoievski no parece estar seguro de creer en Dios, aunque tenía muy presente la figura de Jesucristo. De hecho, tras su penosa experiencia en Siberia, se convirtió. Nadie está libre de caer en la noche oscura y tenemos muy cerca los ejemplos de beatos y santos. “La conversión empieza cada día”, decía a sus colaboradores, siendo ya obispo, el siervo de Dios Ángel Herrera Oria, el primer presidente de los propagandistas.

Por tanto, la respuesta a preguntas como esa hay que darla cada día y hacerlo, como nos sugiere el Santo Padre, proponiendo la fe “a la inteligencia del hombre”, firmemente, pero sin imponerla, respetuosamente; convenciendo. En este sentido, Benedicto XVI nos enseña a hacerlo, acreditándola con fundamento, desde una fe sólida, basada en conocimiento profundo de nuestras creencias y en los preámbulos de la fe. No hay que olvidar que la razón es capital para los creyentes. Lo ha sido siempre. San Agustín se apoyaba en ella cuando decía “creo para entender mejor y pienso para poder creer más y mejor”.

No hay duda de que de un diálogo racional y sosegado entre razón y fe, un esfuerzo intelectual, en definitiva, acaba dando buenos frutos. Como decía Juan Pablo II, son “las dos alas que nos llevan en el vuelo hacia la Verdad”. Nosotros, modestamente, hemos querido explorar esta vía en el XIV Congreso Católicos y Vida Pública con el debate que protagonizaron Gabriel Albiac, Javier María Prades y Francisco Vázquez y que moderó Ernesto Sáenz de Buruaga. Una especie de Atrio de los Gentiles que ha tenido un notable éxito y que, probablemente, repitamos en la edición de 2013.

 

¿Cuáles serían las formas de enriquecerse fe y cultura mutuamente en el contexto actual de la experiencia cotidiana de los cristianos en España? ¿Qué tipo de iniciativas cristianas, o desde el punto de vista religioso, supondrían un cambio en el paradigma o modelo actual de cultura dominante y hegemónica?

No solamente es necesario actuar y hacerlo de forma adecuada y eficiente en el ámbito de la cultura, sino que es imprescindible. Más aún, el reciente Sínodo de los Obispos nos llama la atención en su quinta propuesta acerca de la necesidad de inculturar la fe. Ya se hablaba de ello en el Catecismo. Es nuestra obligación y también nuestro derecho, como testigos e instrumentos vivos de la misión salvífica.

Por tanto, los seglares no podemos quedarnos indiferentes cuando se nos dice que solamente hay una cultura o que ésta solo puede emanar de un sector concreto. No es cierto y lo sabemos, pero nos cuesta lanzarnos a la acción, más cuando, en el caso de España, hemos dejado pasar muchos trenes y, hoy en día, no contamos con una estructura adecuada de medios de comunicación para amplificar con garantías el mensaje cultural católico. La religiosidad popular es importante, pero no es suficiente. Hay que estar presente en el campo de la cultura, por tanto de la comunicación, haciendo uso de las mismas herramientas, de las mismas reglas del juego que emplea el mercado, pero con un fin bien distinto. Así se nos ha dicho en muchos documentos pontificios y así nos lo ha reiterado el Sínodo de los Obispos (propuesta 18). En cualquier caso, no es una misión imposible, ni mucho menos, y la prueba la tenemos en el gran proyecto cultural puesto en marcha por los obispos italianos, que ha cosechado considerables resultados. Debemos tomar nota.

Al respecto de esta cuestión, tengo que decir que en la ACdP estamos muy ilusionados con las actividades que va a promover en breve una de nuestras obras a la que me refería anteriormente: la Fundación Cultural Ángel Herrera Oria. Esta institución fue creada hace algunos años, pero el Consejo Nacional de la Asociación decidió activarla hace tan solo unos meses. En cuanto esté a punto y actualizada, va a echar a andar con la vista puesta justamente en estos objetivos de los que estamos hablando.

En cualquier caso, hay que generar proyectos concretos, ver la forma de sumar voluntades y de agruparse y actuar, pero partiendo de una concienciación y un compromiso estrictamente individual. El conocimiento íntimo de Cristo y el testimonio de vida siguen siendo los puntos de partida de toda labor apostólica.

 

¿Qué sectores de la cultura actual, en España, están siendo realmente, como decía el lema del Congreso de Madrid, expresión de la fe y medio de evangelización? ¿Qué manifestaciones sociales y culturales no están realmente comunicando la fe católica en nuestro país o suponen un verdadero obstáculo?

Son muchas las iniciativas, todas muy bien intencionadas y muy positivas. Hay que valorar la labor que se realiza en este sentido, porque no es tarea fácil, ni mucho menos. Quizá nos cueste más trabajo la coordinación de muchas de ellas que, sin duda, podrían trabajar unidas en la consecución de objetivos concretos. La ACdP, con Ángel Herrera Oria a la cabeza, ya centraba sus esfuerzos en este sentido ocho y nueve décadas atrás.

En esta misma línea de actuación, tanto el Congreso como las Jornadas Católicos y Vida Pública apuestan por ello, por ser un foro de diálogo, de conocimiento y de colaboración entre los seglares y entre los movimientos, asociaciones y realidades que los agrupan. Por eso uno y otros eventos se organizan con la ayuda de una buena parte de estas organizaciones. En el primer caso a nivel nacional y en el segundo, local. Los propagandistas creemos firmemente que la unión hace la fuerza.

 

Por último, D. Carlos, quiero recordar que en el mismo acto de clausura del XIV Congreso Católicos y Vida Pública se anunció inmediatamente la preparación del siguiente. No le pido que me dé un avance sobre la temática del próximo, pero sí una pequeña radiografía o estado de salud actual de la vida pública española a raíz de esta experiencia de catorce congresos, especialmente en lo que se refiere a virtudes y valores que promover, o errores y defectos que haya que subsanar, por ejemplo.

Creo que se ha avanzado mucho en los últimos tiempos en la presencia efectiva de los católicos en la vida pública. Se ha recuperado una parte considerable del terreno perdido. Poco tiene que ver la sociedad actual con la del año 1999, cuando echó a andar el Congreso Católicos y Vida Pública a iniciativa de la Asociación Católica de Propagandistas y su principal obra educativa: el CEU. Parecía entonces que la fe era una cuestión particular, privada y reducida al ámbito de los templos y poco más.

Tengo la seguridad de que esa visión está ya plenamente superada y de hecho, así lo prueba el empeño del Papa en impulsar la nueva evangelización como objetivo primordial de la agenda de la Iglesia, no el ámbito de las sociedades que no conocen el mensaje de Cristo, sino en las que parecen haberlo olvidado.

Hay que seguir trabajando, sembrando, sabiendo que es probable que no seamos nosotros los que recojamos los frutos y hacerlo, además, con optimismo. En el Manifiesto del Congreso se indicaba, justo a este respecto que, “frente a los agoreros, los que piensan que no hay soluciones, y sobre los cuales ya previno el Papa Juan XXIII en el discurso de apertura del Concilio Vaticano II, proclamamos nuestra confianza en el propio ser humano que, mediante una nueva evangelización de la sociedad, la economía y la política, cimentada en la alegría y la esperanza cristiana, será capaz de redescubrir los valores sobre los cuales construir el futuro de las nuevas generaciones”.

 

¡Muchas gracias, D. Carlos!