En el post anterior comenzamos a publicar un excelente trabajo filosófico-teológico elaborado por la religiosa dominica de Salamanca Lola García. Ella es conocedora del pensamiento de Unamuno y de Bendicto XVI. A ambos enfrenta en un “diálogo” amistoso en el que se abordan temas esenciales en relación con la Fe en Dios.

Benedicto XVI (J.R.) planteaba  a Unamuno esta  cuestión sobre el papel de la razón en nuestra vida de fe:

  J.R.: Ya veo, Miguel, que lo que subyace en el fondo de tu planteamiento es el anhelo de inmortalidad. ¿Me equivoco al pensar que este anhelo vital para ti resulta frustrado por la fuerza arrolladora de la razón?

M.U.: No, Santidad, no se equivoca, aquí está el motivo de mi angustia constante.

J.R.: ¡Bien! La creación, entonces, en los términos en que la planteas, vendría a suplir a la razón, incapaz de procurar al hombre la creencia en Dios y, por tanto, en su vida eterna. ¿Es así?

M.U.: Así es, Santidad.


 

J.R.: Lo que sucede, Miguel, es que el concepto de razón que tú manejas es el heredado de la tradición racionalista que, en realidad, mutila el contenido de la misma reduciéndola dramáticamente a lo que se puede catalogar cono actividad científica del mismo modo que identifica la ciencia con el método positivo. Pero esto no son sino tópicos de la razón tecnológica.

M.U.: ¡Sí! A esta razón yo la he adjetivado con el apelativo de “raciocinante”.

J.R.: Ahí está el verdadero meollo de la cuestión. Tenemos el deber de propiciar un “ensanchamiento de nuestra compresión de la racionalidad” en respuesta a “los intentos estrechos y fundamentalmente irracionales de limitar el alcance de la razón”. Sólo así el concepto de razón podrá explorar “aspectos de la realidad que van más allá de lo puramente empírico”.

M.U.: Puede, Santidad, que esto que está diciendo tenga que ver con una crítica que me han hecho recientemente al analizar mi concepto de fe en relación al deseo humano de inmortalidad y que no me ha pasado desapercibida. Me decían que, al atacar a la razón racionalista en tanto que enemiga de la vida y de la más auténtica humanidad por disolver el anhelo de vida eterna y negar los deseos más propiamente humanos que alberga el corazón de todo hombre, asumo y convierto mis nociones de sentimiento y fe en deudores de ella.

            De algún modo, al pretender librarme de esta enemiga, la llevo conmigo sin conseguir escapar de sus garras. Lo que esta razón niega, convirtiendo en un absurdo el anhelo humano por excelencia que no es otro que el hambre de pervivencia, ha de ser asumido, de algún modo por el sentimiento y la labor poiética de la fe. Porque todo hombre necesita abordar en un momento y otro de su propio desarrollo vital ésta que yo he dado en llamar “cuestión humana” y otras derivadas de ella cuya comparecencia se hace absolutamente necesaria si queremos hablar de vida real y verdaderamente humana.

J.R.: Mi querido Miguel, estoy convencido de que razón y fe  no son dos enemigas acérrimas destinadas al abrazo trágico en una incesante lucha y que, por ello, han de tolerarse respetando sus respectivos campos de actuación sin admitir ningún tipo de injerencia de la contrincante en el propio, sino que están destinadas a cooperar en la búsqueda de la verdad, respetando cada una la naturaleza y la legítima autonomía de la otra”. Ésta es la convicción que fomentó el nacimiento de las universidades europeas. El mensaje de la fe cristiana es una “fuerza purificadora para la razón, que la ayuda a ser más ella misma”.



M.U.: Me parece realmente interesante esto que dice, Santidad, y me gustaría darle vueltas para tratar este tema en profundidad en otra ocasión. Porque sé que lo que dice tiene, entre otras, una consecuencia clara: la razón y la ciencia, entendidas en los términos que acaba de esbozar, pueden pronunciarse acerca de Dios. Y yo he declarado su absoluta incompetencia a este respecto en infinidad de ocasiones.

            Aparcando de momento esta interesante cuestión, llegamos a un punto que me parece fundamental: el encuentro personal con Dios. Así ha definido la fe. Pues bien, Santidad, le tengo que confesar que yo he descubierto a Dios en un encuentro personal. O, mejor, en una ausencia que desencadena una necesidad vital hondamente sentida.

            No he llegado a él mediante la creencia en una doctrina determinada o en un dogma. Dios se me manifiesta en la crisis desencadenada por la contemplación de mi posible aniquilación, de mis límites como ser finito y temporal; por el dolor padecido a causa de la ausencia de ese Alguien que puede saciar mi hambre de ser más, de ser siempre, de serlo todo sin dejar de ser yo mismo. Mi Dios, Santidad, es un Dios personal al cual se accede por vía cordial. Por eso no puedo ni quiero acudir a la razón para que sea ella la que afirme o niegue la objetividad de ese Dios.

J.R.: Entiendo lo que dices. Por eso es necesario que revises tu concepto de razón. Entonces, estoy seguro, comprobará cómo ésta es una ayuda para el conocimiento de Dios. “El hombre encuentra la vida eterna -y, me parece, ésta es la única y verdadera cuestión para ti- a través del conocimiento. No obstante ha de tenerse en cuenta que el concepto veterotestamentario de conocer presupone un conocimiento que crea comunión, es hacerse una sola cosa con lo conocido”. De nuevo el encuentro personal con el Dios hecho Hombre en el que “se produce ese conocimiento de Dios que se hace comunión y, con ello, llega a ser vida”.

M.U.: No sé si seré capaz en algún momento, tras madura reflexión, de identificar eso de lo que habla con la palabra “conocimiento”. Lo que sí puedo constatar en mí es una fortísima hambre de Dios. Este punto de partida es, además del inicio de mi personal andadura emprendida en aras a satisfacer esta necesidad vital que experimento de manera dolorosa, engendrador de esperanza. Sí, Santidad, mi deseo de Dios es motor que me impulsa a buscar aquello que apetezco al tiempo que alienta mi esperanza, como acabo de decirle. En los términos en que yo la concibo, la esperanza, como fruto del deseo y como generadora de una fe que no consiste en creer sino en crear, conduce al amor que se encuentra en el mundo espiritual. En definitiva, a Dios. Hasta aquí llega mi aventura interior. Como ve, Santidad, aún estoy en plena búsqueda.

J.R.: De eso se trata, Miguel, de no dejar nunca de buscar. Dios tiene un camino para cada uno y un momento para manifestarse. Tu búsqueda y tu personal interpretación de la fe es, de momento, el único modo de mantenerla. Sí, Miguel, si para ti creer es crear, ¡ánimo! Sigue creando eso que tu corazón pide a gritos. No dudes que si perseveras en tu singular creación sigues caminando. “La fe sólo crece y se fortalece creyendo”. Por eso, si para ti la fe es crear continúa creando para que tu fe aumente y se robustezca. Y en este proceso no te olvides del abandono porque para poseer la certeza sobre tu propia vida, hay que “abandonarse, en un in crescendo continuo, en las manos de un amor que se experimenta siempre como más grande porque tiene su origen en Dios”.

M.U.: No se imagina, Santidad, lo reveladora que ha resultado para mí esta conversación. ¿Será posible retomarla en otro momento?

J.R.: La vida, querido Miguel, en una caja de sorpresas. ¿Por qué no hemos de esperar otro encuentro? Vamos a desearlo intensamente para que la fuerza de ese deseo conduzca a su cumplimiento.

M.U.: Nada me sería tan grato como compartir con usted mi personal evolución para contarle en qué parajes acaba mi peculiar vía vital.

J.R.: Rogaré al Señor por ti para que sólo Él conduzca tus pasos. Y, no olvides nunca que Dios te espera siempre. En medio de tus elucubraciones, zozobras y angustias su amor te está ofreciendo continuamente su abrazo. Aún cuando conscientemente le dijeras que no por no querer abandonar tu punto de vista, tus convicciones que, sin duda, serán nocivas si van contra su voluntad, Él siempre te sorprenderá: la evolución de la relación del Dios veterotestamentario con su pueblo es prueba de esto que te digo.

            En esa historia de la salvación se observa, en efecto, una interesante nota redundante: la acción de Dios se caracteriza por “emprender un nuevo camino del amor después de un primer ofrecimiento fallido. [...] Precisamente esa «flexibilidad» de Dios, que espera la libre decisión del hombre y que, de cada «no», hace brotar una nueva vía del amor, forma parte del camino de la historia de Dios con los hombres, como nos lo describe el Antiguo Testamento. Al «no» de Adán responde con una nueva preocupación por los hombres. Ante el «no» de Babel inaugura una nueva perspectiva de la historia con la elección de Abraham.

            La petición de un rey para los israelitas representa en un primer momento una obstinación contra Dios, que quisiera reinar sobre su pueblo de manera inmediata. Pero en la profecía dirigida a David transforma esta terquedad en una vía que lleva luego directamente hacia Cristo, el Hijo de David”. ¿No va a salir a tu encuentro aunque tu camino sea un “no”? Te aseguro, Miguel, que lo hará porque ese “no” tuyo no será fruto ni del desprecio, ni del desinterés negligente por Dios y por sus cosas. Quien busca a Dios -y no hay duda de que tu vida es una búsqueda continua-, ya lo ha encontrado de algún modo. Esto ha dejado escrito Edith Stein. Por eso te animo a que sigas buscando...

            En la breve carta apostólica que he escrito para abrir este Año de la fe -ya ves, Miguel, lo providencial de nuestra charla- he dicho que “no podemos olvidar que muchas personas en nuestro contexto cultural, aún no reconociendo en ellos el don de la fe, buscan con sinceridad el sentido último y la verdad definitiva de su existencia y del mundo”. Esta búsqueda es un auténtico «preámbulo» de la fe, porque lleva a las personas por el camino que conduce al misterio de Dios”. Tu “camino”, querido amigo, quiere acercarse y penetrar en ese misterio. Por eso te digo: no desfallezcas en tu lucha porque, en un recodo inesperado de esa vía, encontrarás lo que buscas.

 

M.U.: Santidad, ¡qué rápido ha pasado el tiempo! ¡Y qué pena que tenga que marchar! Gracias por escuchar y consolar al este “energúmeno español”. Mi casa estará siempre abierta para usted.

J.R.: Queda con mi bendición, hijo mío.

 

Y nuestros dos pensadores se fundieron en un fuerte abrazo capaz de abarcar sus diferencias en la mutua comprensión de sus posturas.