Entre 1948 y 1966 María Magdalena realizará 28 cuadros inspirada por mociones y revelaciones, lo que ella llamara esa “palabra interior”
que le iría llevando por el recorrido histórico que habría de vivir la humanidad, pero desde la perspectiva divina. Por ello, y porque no se consideraba pintora sino instrumento elegido para plasmar en el lienzo lo que se le iba comunicando, no empezaba ninguna obra sin precederla de oración y ayuno, para purificar toda intención, para ser fiel a cuanto había visto y debía plasmar. Y lo hizo con ese estilo suyo naif que usa la metáfora, directa y sin caricatura, en búsqueda de la mayor fidelidad a cuanto se le ha dado ver, sin más interpretación que la de la tonalidad correcta, sabiendo que llegado el momento “Dios haría que esos cuadros fueran dados a conocer al mundo para que éste comprendiera los misterios que estaba viviendo y hacia donde se encaminaba.”, tal había dicho la misma María.

Misterios que pasaban desapercibidos a los ojos de los hombres, inmersos en la carrera por la construcción de un nuevo mundo lleno de atractivos, oportunidades y riquezas. Atrás habían quedado los oscuros años de la guerra y se imponía el crecimiento económico, la emergente ideología del estado del bienestar y el capitalismo triunfante frente a un socialismo comunista que proyectaba a diestro y siniestro (incluido el seno de la Iglesia) su ideología atea que parecía amenazar la paz del mundo. Pero el misterio que vivía la humanidad no quedaría reflejado por María Magdalena en términos de antagonismo político. La mirada sobre la realidad era espiritual y la batalla que enfrentaba el mundo, antes que de bloques politicos, era moral. Tanto en un lado como en otro del telón de acero, se estaba fraguando el horror con la idolatría de dioses destructores, dioses cuya corona siempre es de 7 puntas, porque 7 son los pecados capitales a los que se idolatra. Pero eran misterios ocultos los que enfrentaba la humanidad, porque los ojos de los hombres habían perdido el gusto espiritual cegados por las luces del mundo.
 

El misterio estaba velado y para descorrernos ese velo, quiso el Cielo valerse de la mano ayuna de academia de María Magdalena a través de esos 28 lienzos cargados de simbolismo, en donde la metáfora visual plasma con acierto el camino que inexorablemente ha decidido recorrer la humanidad con su desprecio de Dios. Y así sus cuadros, usando de esas imágenes simbólicas que tanto recuerdan al simbolismo moral de El Bosco, no sólo reflejaban la dramática lucha espiritual en la que se encontraba la humanidad sino el terrible destino que le espera a pesar de las bagatelas de la técnica. María Magdalena miraba más allá de lo aparente porque Otro era el que le hacía ver la verdad que latía por dentro. Es la crucifixión de la humanidad: los tiempos de su dolor. El conjunto está plagado de simbolismo, tanto que casi pasan desapercibidos los alegres jóvenes del ángulo superior izquierdo. En primer lugar contrasta esa actitud frívolamente alegre de esos jóvenes en un entorno que se deshace en pedazos. Y aún con todo, con toda la carga simbólica que rezuma el cuadro, cierto detalle nos confirma que estamos ante una obra de marcado carácter profético y no meramente ante una metáfora moral. Algunos de esos jóvenes que festivamente corren hacia su cruento destino van vestidos con pantalones vaqueros. Y en el año de 1950, año en que María Magdalena realiza la obra, no era una prenda usual entre los jóvenes, al menos entre los europeos. Ciertamente es un detalle menor pero tan significativo que traslada toda la narrativa moral que se describe a un tiempo histórico futuro, pero concreto. El juicio moral que se nos presenta ya no pertenece a una época vaga e inconcreta.




Pero ese dolor no será suficiente. La humanidad, a pesar de las dificultades, ahora patentes, seguirá eligiendo su destino perverso. Dura es entonces la búsqueda de Dios, su encuentro. Y todo un Cielo se esfuerza por rescatar a las almas. Pero duros será los tiempos para llegarse a Dios y dura la batalla personal para no desfallecer.




Entonces, la descripción moral de la humanidad, su batalla moral, sus elecciones perversas en el desprecio de Dios y el sufrimiento del débil (porque esta es una característica continua en su obra, donde la entrega a los vicios, al poder, al pecado, se hace risueñamente sí, pero a costa del sufrimiento de los otros) habría de tener un final perverso (como esa mano que saliendo por detrás de la humanidad crucificada espera asestarle la puñalada definitiva) que por Misericordia de lo Alto será detenido. Es el triunfo de Dios. Misterioso triunfo con ecos simbólicos del triunfo de María profetizado en Fátima, porque Ella no habrá de venir sino cuando sea reclamada, con verdad de plegaria, por una humanidad desesperanzada y abandonada.





Sólo así llegará la victoria de Dios a través del triunfo de su Iglesia, Un Solo Pastor, Un Solo Rebaño, como símbólica representación de aquello que ya dijera siglos atrás San Luis María Grignon de Monfort, que el triunfo habría de venir por María, y que de ese triunfo habría de venir otro, el triunfo de la Iglesia que acogerá en su seno la conversión de tantas otras religiones.




Pero quizá el hecho más desconcertante sea cómo se le dio a conocer a María Magdalena el mundo futuro, el mundo que habrá de tomar el relevo a esta modernidad perseguidora de Dios, de lo bello, de lo bueno. Y es un mundo tan contrario a las pompas de éste que sorprende. Porque será la reconstrucción de una era destrozada, pero no para reconstruir sus babeles y brillos, sino para reconstruir la verdadera vida en Dios. Es un acercamiento visual de cómo será aquello, incluso de como es posible aquello. Y las imágenes son elocuentes, con la recuperación de la familia, la simplicidad de vida, la pobreza en una alegre esperanza. En fin, el encuentro del hombre con todo aquello que creyó perdido: Dios, la naturaleza, la familia, la sociedad más rural que urbana centrada en Dios y que hace de Dios su centro






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