Alabad al Señor que la música es buena
El canto litúrgico, es decir, aquel que forma parte de la naturaleza de la liturgia, aquel que debe responder y convenir a una acción sagrada litúrgica, debe poseer, santidad, belleza en las formas, tanto en música como en texto.
El canto litúrgico, lejos de ser un añadido superficial, es connatural al culto litúrgico; de ahí que debe ser cuidado, educado, potenciado; tal vez hoy pulido, es decir, purificado de tantas canciones y ritmos ajenos a la liturgia pero que se han introducido con tal de ´cantar´ y ´entretener´ en la liturgia.
Música, instrumentos y voces se unen elevando al Señor la plegaria y la alabanza, la adoración y la acción de gracias, la contemplación y la respuesta. Ya dice el salmo 150:
Todos los instrumentos y voces unidos en la alabanza. El órgano es el instrumento más adecuado, sin desdeñar otros que cuadren con el tono sagrado y orante de la liturgia:
La belleza de la música y del canto litúrgico es tan importante como la ortodoxia y verdad de la letra, de aquello que se canta.
Música y texto en la liturgia están unidos, son inseparables, con primacía del texto que debe ser claro, inteligible, y la música al servicio del texto litúrgico como lo es el canto gregoriano, modelo de todo canto. La armonía de la melodía, su suavidad y bondad de formas ayudan a orar, contemplar, memorizar los textos de la fe; lo que mueva el cuerpo por su ritmo desde luego no mueve el alma a Dios, por muy buena intención que se tenga al introducir esos cantos con tantísimo ritmo que podrían sonar en una discoteca, en un fuego de campamento, en una catequesis o en una representación teatral.