Segura de si misma, de su riqueza y su esplendor, Sardes parecía inexpugnable. Con su fortaleza en lo alto del monte Tmolos, Ciro no encontró modo de tomar la ciudad, pero la fortuna quiso que el soldado Hieroeades viese como a un centinela se le cayó el casco precipicio abajo, para poco después verle recogiéndolo. Había un sendero oculto. No hizo falta más. La noche y a través de la senda oculta, Ciro tomó la ciudad encontrando una guarnición desprevenida.


San Juan conocía la historia y la geografía de cada una de las siete ciudades, siete iglesias, con las que inicia su Apocalipsis. De modo que realidad, historia y geografía serían imagen y símbolo de situaciones futuras. Así Sardes, o Sardis, la capital del imperio Lidio, la capital del famoso Creso, rey del lujo y el esplendor, de la riqueza y el poder. Igual que entonces la Sardes de los tiempos apostólicos era rica y próspera. La buena vida, la vida regalada, el placer y el lujo, hacía estragos en una minoritaria población cristiana rodeada de conciudadanos con una más que proverbial vida inmoral y licenciosa. La apatía y la indiferencia espiritual era la tónica dominante. Sardes, por ello, se erige en modelo y figura de una iglesia dominada por la riqueza y la seguridad en lo material. Sardes es, por tanto, arquetipo de la modernidad.

Si en los tiempos de Tiatira se le entregó a la Iglesia poder sobre las naciones, en Sardes, una vez retirado este poder –con la pérdida de los estados pontificios y el criminal suceso de Porta Pia en tiempos del beato Pío IX-, la Iglesia ya no será combatida en lo temporal que le ha sido quitado, ahora se trata de una lucha por desnaturalizarla, por hacerla perder su esencia, por pervertirla desde dentro. Son los tiempos de la autodemolición. “Conozco tus obras y que tienes nombre de vivo, pero estás muerto.” 

San Juan Bosco lo había anunciado a sus hijos: “toda la Iglesia se sentirá sacudida de una manera terrible después de la muerte del Papa (el beato Pío IX)”. Pero había ido más allá: “Se preparan días difíciles para la Iglesia. Lo que hasta ahora ha sucedido es casi nada en comparación a lo que tiene que suceder.” La gravedad del mal, la novedad del estrago, era que la Iglesia había iniciado el autoderrumbe. Y si la crisis se hizo evidente los años posteriores al Concilio Vaticano II, el mal estaba dentro de mucho antes.


De poco sirvieron las alertas emitidas por grandes papas de la talla de Pío IX o Pío X: el mal se había infiltrado en la Iglesia. No fue suficiente la Quanta Cura de Pío IX –ni su aún más famoso Syllabus errorum con el que condenaba los errores que han marcado las violencias del siglo XX: panteísmo, naturalismo, racionalismo, indiferentismo, socialismo, comunismo, francmasonería y los varios tipos de liberalismo religioso-, ni la Pascendi de san Pío X contra un modernismo que empezaba a empapar la Iglesia. El cáncer sólo necesitaba tiempo para actuar, la metástasis haría el resto.

“Acuérdate de lo que has recibido y has escuchado y guárdalo y arrepiéntete.” Y es que esta modernidad apenas encuentra donde mirarse en el pasado. Los baluartes que construyeron occidente han ido desapareciendo casi imperceptiblemente. La familia desaparecida; el honor a los ancianos inexistente; el respeto a lo religioso muerto años ha. Lo que han conocido nuestros abuelos será mito para nuestros nietos. Nunca la vida había dado un giro tal. Y en la Iglesia estas ansias de novedad eran notorias. Y tras el Vaticano II, evidentes. Monseñor Montini –futuro Pablo VI- ya lo denunció con anterioridad al Concilio:

"Nuestra sociedad se hace irreligiosa y atea. El ateismo de ayer, si me puedo expresar así, era una enfermedad excepcional y sin fuerza, ha llegado a ser una enfermedad internacional, deseada, organizada, con sus imprentas, sus libros, sus publicaciones, sus propagandistas y sus partidos (...) El pecado que caracteriza nuestro tiempo es la apostasía, el abandono de la fe, la incredulidad, la crisis de pensamiento y de conciencia, el abandono casi normal de las tradiciones religiosas, santas y sagradas."
 

Los años posteriores al Concilio sólo evidenciaron los frutos de un mal ya arraigado en la Iglesia. Pero a pesar de las señales positivas de reconstrucción que se pueden vislumbrar, el cáncer está más vivo que nunca en una sociedad, al decir de Benedicto XVI, desacralizada. Por eso no llaman la atención las palabras de Peter Sewaald, autor del último libro del Papa, sobre los aspectos qué preocupan más al Papa en la actualidad.

Yo no soy el representante del Papa, ni su portavoz. Pero es evidente que le preocupa el futuro del Cristianismo en el mundo, y el futuro del mundo en sí. No podemos seguir como hasta ahora. A Ratzinger también le preocupa mucho la ausencia de una presencia relevante de Dios en la sociedad actual."
 

¿Hasta cuando nos tendrá Dios paciencia? Monseñor Montini también se lo preguntaba. "No hay ideas preconcebidas que nos cieguen, que nos enmascaren las esperanzas del mundo, sus esperanzas profanas, temporales, naturales. Hoy, cuando un hombre espera, funda su esperanza en sí mismo. Un nuevo humanismo, que se sueña y que llega a ser un mito, sostiene las esperanzas del mundo… Un poderoso pragmatismo sostiene las energías del mundo, y el mundo marcha, se lanza hacia delante como un gigante ciego desencadenado. La evolución social ¿será la ruina o el porvenir de la vida cristiana? Este es el problema que se plantea.”

La segura Sardes, modelo de nuestros tiempos, azotada por guerras, destruida por un terremoto en el 17 después de Cristo, reconstruida, nuevamente azotada por guerras… para finalmente -curiosa coincidencia- ser destruida por el líder militar musulmán Temur, uno de los últimos grandes conquistadores del Asia Central. “Estate alerta y consolida lo demás que está para morir, pues no he hallado perfectas tus obras en la presencia de mi Dios.” (…) Porque si no velas, vendré como ladrón y no sabrás la hora en que vendré a ti. 


La historia suele gustar de la ironía.





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