Nada hay mejor en el mundo que estar en gracia de Dios.
SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ

 

El pecado es la tristeza, el lastre de la soberbia que insiste en estar por encima de Dios y de Su gracia. El pecado es un día sin luz, un mundo sin gozo y sin poso, es la desobediencia a la Verdad que nos espera con misericordia. El pecado es un espejismo que se difumina en nadie y en nada, la naturaleza del hombre que se empeña en sí mismo exclusivamente. El pecado es una mentira tras otra, un constante susurro de mil demonios. El pecado es la vergüenza de confesarlo. El pecado es el escupitajo, la cobardía de no querer huir a tiempo. El pecado es el Paraíso perdido y Dios que se hace Cruz para resucitarnos si es posible. El pecado es volver a gritar: “¡Crucifícalo!”, y ver la Historia de la humanidad como se desangra de nuevo. El pecado es el mayor fracaso de una vida, es la puntilla, un oscuro callejón con la única salida de la absolución en un confesionario bien católico. El pecado es el ataúd del alma, es el ruido estridente del mundo, es la apariencia de un placer de fantasía. El pecado es no darse cuenta del abismo en el que insistimos. El pecado es el amor que se hace añicos, el amor que somos incapaces de dar. El pecado es la más drástica esclavitud (que sigue vigente con saña). El pecado es la muchedumbre de ojos que son infieles a la ternura y al pudor de la belleza. El pecado viene de largo, cuando se estanca en la conciencia un gran charco, y se va pudriendo la costumbre. El pecado es querer justificar el asesinato o el vicio más nefando, y hacerlo ley y desdicha. El pecado es el infierno en vida, y también puede ser el póstumo. El pecado es el desorden del corazón y del mundo. El pecado es la guerra a Dios o la colaboración ingenua con el enemigo. El pecado es lo yermo, el desierto, lo estéril, lo vano… El pecado es la muerte antes de la muerte, es el peor holocausto. El pecado es un llanto de proporciones siderales. El pecado es la mayor causa de mortalidad que existe (digan lo que digan las estadísticas), y causa de innumerables traumatismos y lesiones internas, con desgarros de alma y heridas purulentas. El pecado es ceguera y es miopía, excitarnos de obra y de lengua y de imaginativa, por acción u omisión, o por tontería. El pecado es, como diría Rosales, “llorar por todos los que viven”. El pecado es no ser feliz. Pero el pecado supuso que Dios pusiera manos a la redención de Cristo, nacido de la Virgen causa de nuestra alegría; supuso que Dios pusiera sus pies en el suelo y sus manos en el trabajo y en las bienaventuranzas; supuso el ego te absolvo a peccatis tuis, y la Eucaristía, y la libertad de Sus llagas, y la santidad como reconquista definitiva del Amor y del Paraíso.