Lo cuenta en Tempi.it el padre Aldo Trento, un popular misionero italiano en Sudamérica: la transformación de una ciénaga con serpientes en un espacio para la sanación y recuperación de personas heridas y sin esperanza, a través de la intercesión del Padre Pío. Lo publicamos con sus palabras. 

 
La granja “Padre Pío” es muy conocida en Asunción. Se trata de un terreno de 14 hectáreas situado a 40 kilómetros de la capital de Paraguay. Fue donada por una señora muy devota del fraile capuchino. Su única petición fue que se construyera una capilla dedicada al santo.

Tras visitar el lugar con padre Paolino me quedé muy desilusionado. Y también sentí temor, pues ninguno de nosotros veía un futuro en ese terreno abandonado, plagado de serpientes (especialmente de la serpiente coral) y, además, ocupado por un campesino.

Sin embargo, debido a la educación recibida que nos ha enseñado a decir siempre “sí” ante la realidad, hemos aceptado el regalo entregándolo a la Divina Providencia seguros de que, si tenía que ser un bien, nos ayudaría a entenderlo; en caso contrario, se habría quedado tal como estaba.


Los primeros meses inspeccionamos bien el terreno, pidiendo ayuda a quien nos podía aconsejar y, después, empezamos los trabajos.



En primer lugar, iniciamos la limpieza del sitio, lo que nos llevó varias semanas. En cuanto los obreros empezaron a utilizar el machete, las serpientes coral salieron en tropel de sus escondites. Los campesinos, acostumbrados a trabajar en esas condiciones, no se impresionaron y muchas serpientes se quedaron allí, víctimas del machete.

Acabada la limpieza, el panorama había cambiado completamente: el cañaveral y las hectáreas de terreno sembradas con pastos suscitaron en mí un entusiasmo particular.

En ese momento empecé a soñar con tener un día una granja de vacas de leche. Tengo que confesar que llevo en la sangre un afecto especial hacia estos animales, gracias a los cuales mi madre nos pudo dar de comer en los difíciles años de mi infancia, cuando mi padre tuvo que emigrar a Suiza.

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Unos meses más tarde, con grandes esfuerzos, conseguimos construir una casita con una cocina, dos habitaciones y un baño donde pensabamos poder transcurirr al menos un día de descanso a la semana.

Un sueño no realizado: no había tiempo para descansar, porque nos dimos cuenta de que sin un guarda nos habrían robado hasta los árboles.

Así, encontramos a una persona que nos vigilara la casa y durante un cierto tiempo todo fue bien. Pero los robos comenzaron de nuevo. Cambiamos varias veces el guarda, pero la situación seguía igual, hasta que llegamos a la conclusión de que los responsables de los robos eran los mismos guardas.

Mientras tanto, gracias a algunos amigos, tomamos la decisión de construir una pequeña casa para retiros espirituales. Me hubiera gustado que fuera de planta cuadrada como los conventos benedictinos, con un amplio jardín en medio. Pero esta bonita idea también fracasó por motivos de seguridad.

Pero no me rendí, así que pensé en nuevas soluciones.¿Por qué no utilizar el mismo proyecto y, en lugar de un claustro abierto, unir los techos hasta cubrir el patio, poniendo en el centro un enorme tronco de lapacho que pudiera soportar el peso? No solo: quería también que la fachada de la casa fuera como la de la maravillosa iglesia franciscana del siglo XVIII, situada a pocos kilómetros de donde vivíamos nosotros.

¡Dicho y hecho! En un año la construcción, de ladrillos rojos y con un mortero de cemento y arena roja, estaba terminada. Parecía la continuidad vertical del terreno. Toda la madera de construcción cortada por los leñadores le daba un color peculiar a la casa. Todos los detalles, desde los utensilios de arcilla a los cubiertos, muebles y decoración habían sido estudiados por una amiga del lugar, a la que le apasiona este trabajo.


En los años siguientes nació un gran cobertizo para los encuentros con los jóvenes, las familias, etc.; y, más tarde, respetando la voluntad de la señora que nos había donado la granja, construimos una preciosa capilla con ladrillos prensados en honor de Padre Pio. En lugar del campanario, con la ayuda de una grúa muy grande, colocamos una bonita estatua del santo, realizada en cemento por un artista italiano. ¡Un espectáculo! [Se ve en la foto bajo estas líneas]



Ya sólo faltaba el saneamiento del estuario donde vivían serpientes y otros animales.

Había, además, zonas donde las arenas movedizas podían tragarse fácilmente una persona si por casualidad ésta se equivocaba y acababa dentro de ellas.


La Providencia quiso que algunos jóvenes que estaban en la casa para menores “Virgen de Caacupé”, expiando su pena por los delitos cometidos, vinieran a vivir y trabajar en la granja con el permiso de las autoridades.

Les propuse, dándoles ejemplo con mi trabajo, transformar el estuario en un jardín, en un vergel.

Pensando en Venecia, mi deseo era transformar esa ciénaga en una serie de canales unidos entre ellos por puentes, dejando dos pequeñas lagunas para pescar.

El trabajo fue largo y duro. Teníamos que entrar en los estuarios con botas alta y prestando mucha atención porque era muy peligroso.

Después de muchísimos sacrificios, quedó irreconocible respecto a cómo estaba antes: ahora, en lugar de la ciénaga, había un maravilloso jardín.

Para el saneamiento se necesitaron centenares de camiones de piedras y tierra. Ahora es verdaderamente un Edén de plantas, frutos, flores y animales. La granja se ha convertido en un lugar donde se llevan a cabo muchos acontecimientos.


Lo más bello y significativo ha sido la transformación de la primera casa en un centro para enfermos de SIDA, “desechados” por la sociedad y las familias de origen, y que se han restablecido en nuestra clínica.

Son un pequeño grupo de jóvenes que, tras años de formación, se autogestionan. Durante el día hay una señora casada y madre de 6 hijos que los ayuda en los trabajos más importantes de la casa. La llaman “mamá”.

El responsable de la comunidad es Thomas, un periodista, también él enfermo de SIDA. Tienen horarios fijos y se alternan en los distintos trabajos que tienen que hacer en la casa.

Cada semana les llevamos víveres, estamos con ellos, verificamos la puntualidad en la administración correcta de la terapia con los antiretrovirales. Y cuando se descompensan les enviamos la ambulancia para llevarles a Asunción, a la clínica, para estabilizarlos.



No todos son paraguayos, hay también un vasco y un austriaco. Cada uno de ellos tiene su propia historia, no sólo dramática, sino a veces incluso desesperada.

Durante la comida que compartimos con ellos, han empezado a abrirse y a compartir su terrible dolor.


Por ejemplo, Luis, un joven de 26 años, nos han contado algunos detalles de su vida que nos han causado escalofríos.

Sin familia, se había unido a una chica de la cual tuvo un hijo que ahora tiene 6 años. Su relación acabó pronto: la joven se fue de casa para iniciar una nueva aventura con el vecino de casa, además de amigo, de Luis.

Desesperado, éste se subió a un árbol, se ató una cuerda al cuello y saltó al vacío. El Señor quiso que en ese momento pasara por allí una persona buena que, viendo sus intenciones, consiguió sujetarle impidiendo así que muriera ahorcado.

Luis reconoció en ese rescate la mano de Dios, y para no correr el riesgo de volver a intentar el suicidio dejó la chabola en la que vivía y se trasladó a Buenos Aires, buscando una vida mejor.

Fue un viaje inútil, porque durante 15 días el joven estuvo en la calle sin trabajo y sin casi comer. Con la ayuda de buenas personas volvió a Paraguay, donde siguió vagabundeando en la ciudad hasta que una joven que trabaja con nosotros lo encontró y lo trajo a San Rafael. Lo acogimos como a un hijo y lo llevamos a la granja.

Con el tiempo hemos descubierto que es también epiléptico, pero poco a poco su vida ha empezado a florecer.




¡Es verdaderamente cierto que Dios no abandona nunca a los hijos que alzan su voz hacia Él! Dios se sirve de nosotros sólo si nuestra vida está completamente consagrada a Cristo; se sirve de nosotros si, como ha dicho el Papa Francisco, somos padres y madres, y no solterones y solteronas.

Es cómodo y fácil hablar y predicar la caridad. Nosotros sacerdotes somos expertos en estas virtudes, escribimos libros. Pero cosa muy distinta es abrir las puertas de nuestros corazones, de nuestras casas, de nuestros
conventos.

(Traducción de Helena Faccia Serrano)