Obando, el purpurado que se hizo sandinista
Su objetivo más firme era evitar una guerra civil. Eso explica que muchas de sus gestiones estuviesen encaminadas a intentar calmar los ánimos de ambos bandos.
Pablo VI, al que muchos reprochaban su exceso de prudencia en diversos ámbitos, hizo gala de osadía en la primavera de 1970 al confiar la archidiócesis de Managua al joven salesiano Miguel Obando y Bravo, que llevaba apenas dos años como obispo auxiliar de Matagalpa, pequeña diócesis del centro de Nicaragua, y que, al contrario de lo que suele ocurrir con las élites eclesiales latinoamericanas, no había completado su formación en ninguna universidad católica europea o estadounidense. Su trayectoria académica transcurrió en los países de su entorno y siempre en ateneos pertenecientes a su familia espiritual.
Estos antecedentes discretos no fueron óbice para que afirmase su personalidad desde los inicios de su largo episcopado: en 1972, con motivo del terremoto que arrasó Managua dos días antes de la Navidad, recorrió la capital entre escombros durante veinte largas horas, entre los escombros, consolando a las víctimas.
Este episodio fue la base de un prestigio que le sirvió principalmente para ejercer de mediador político en un país cuya estabilidad se desmoronaba desde el inicio de la década de los setenta, entre una dictadura somocista que se enrocaba y unas milicias sandinistas determinadas en derrocar al régimen mediante la violencia revolucionaria. Obando no sentía simpatía alguna por “Tachito” Somoza, denunciando sus continuas violaciones a los derechos humanos y rechazando tanto invitaciones a actos oficiales como el regalo de un Mercedes.
Sin embargo, su objetivo más firme era evitar una guerra civil. Eso explica que muchas de sus gestiones estuviesen encaminadas a intentar calmar los ánimos de ambos bandos: en una ocasión intercedió en la liberación del joven Daniel Ortega; en otra, hizo lo propio cuando los sandinistas asaltaron la vivienda de un ministro. Si bien, a la postre, publicó una pastoral en la que legitimó la toma del poder por la fuerza. Pocas semanas después, los sandinistas mandaban en Managua.
Pronto se arrepintió el arzobispo de su escrito: poco democrático era el sandinismo en el poder. Obando se vio obligado a enfrentarse a los sacerdotes que apoyaban al gobierno. Asimismo, prohibió la celebración de “misas campesinas” y manejó de forma estoica la tensa visita a Nicaragua de Juan Pablo II. En el plano político radicalizó su discurso hasta el punto de viajar a Washington y pedir al Congreso que suministrase armas a la Contra. El régimen respondió intensificando el acoso sobre Obando.
La tensión fue rebajándose al aceptar los sandinistas la democratización de Nicaragua y el ya cardenal –lo era desde 1985– participó en las negociaciones que desembocaron en la celebración de elecciones libres en 1990. La renuncia de Obando al arzobispado fue aceptada en 2005. Ya como emérito dio su último volantazo al convertirse en un fiel apoyo de un Ortega de regreso al poder. El régimen le premió nombrándole Prócer de la Nación y de la Reconciliación. Ya no denunciaba las violaciones de derechos humanos y bendijo por todo lo alto el matrimonio de Ortega con Rosario Murillo.
Publicado en ABC.
Estos antecedentes discretos no fueron óbice para que afirmase su personalidad desde los inicios de su largo episcopado: en 1972, con motivo del terremoto que arrasó Managua dos días antes de la Navidad, recorrió la capital entre escombros durante veinte largas horas, entre los escombros, consolando a las víctimas.
Este episodio fue la base de un prestigio que le sirvió principalmente para ejercer de mediador político en un país cuya estabilidad se desmoronaba desde el inicio de la década de los setenta, entre una dictadura somocista que se enrocaba y unas milicias sandinistas determinadas en derrocar al régimen mediante la violencia revolucionaria. Obando no sentía simpatía alguna por “Tachito” Somoza, denunciando sus continuas violaciones a los derechos humanos y rechazando tanto invitaciones a actos oficiales como el regalo de un Mercedes.
Sin embargo, su objetivo más firme era evitar una guerra civil. Eso explica que muchas de sus gestiones estuviesen encaminadas a intentar calmar los ánimos de ambos bandos: en una ocasión intercedió en la liberación del joven Daniel Ortega; en otra, hizo lo propio cuando los sandinistas asaltaron la vivienda de un ministro. Si bien, a la postre, publicó una pastoral en la que legitimó la toma del poder por la fuerza. Pocas semanas después, los sandinistas mandaban en Managua.
Pronto se arrepintió el arzobispo de su escrito: poco democrático era el sandinismo en el poder. Obando se vio obligado a enfrentarse a los sacerdotes que apoyaban al gobierno. Asimismo, prohibió la celebración de “misas campesinas” y manejó de forma estoica la tensa visita a Nicaragua de Juan Pablo II. En el plano político radicalizó su discurso hasta el punto de viajar a Washington y pedir al Congreso que suministrase armas a la Contra. El régimen respondió intensificando el acoso sobre Obando.
La tensión fue rebajándose al aceptar los sandinistas la democratización de Nicaragua y el ya cardenal –lo era desde 1985– participó en las negociaciones que desembocaron en la celebración de elecciones libres en 1990. La renuncia de Obando al arzobispado fue aceptada en 2005. Ya como emérito dio su último volantazo al convertirse en un fiel apoyo de un Ortega de regreso al poder. El régimen le premió nombrándole Prócer de la Nación y de la Reconciliación. Ya no denunciaba las violaciones de derechos humanos y bendijo por todo lo alto el matrimonio de Ortega con Rosario Murillo.
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