Me da asco
Esto es lo que tiene que entender el Gobierno y todos los partidos políticos: con la vida no se chalanea.
por Javier Pereda
“Unos gobernantes que de verdad apostaran por estas 112.390 personas (datos oficiales de abortos en 2012), aunque el número real sea el doble, a las que se les está privando del derecho a vivir, estarían contribuyendo a crear una sociedad más justa, humana y civilizada que, a su vez, repercutiría en paliar la crisis demográfica y sostener el futuro económico. Y no se trata de una quimera, porque tenemos el modelo de la ley polaca que ha conseguido pasar de cien mil abortos a quinientos”.
En estos términos se ha pronunciado el ex-ministro de justicia en referencia a los motivos de la retirada del proyecto de reforma de la ley del aborto, ya porque hayan sido promovidos por un lobby económico o por pensar que beneficia electoralmente.
Esta sensación física de desagrado que causa la visión de algo que puede llegar a producir vómito y que impulsa a rechazarlo es una expresión muy acertada para resaltar la gravedad de la mirada impávida de los poderes públicos al no hacer nada ante el asesinato de 300 vidas inocentes todos los días en nuestro país.
La argumentación que se esgrime por quien presentó su honrosa dimisión como ministro ante la negativa del presidente del Gobierno a cumplir la reforma prometida en su programa electoral es que no hay ni un solo motivo racional y razonable al deber moral de toda persona –insisto, “de toda”, con independencia de su ideología o de sus creencias– de defender la vida de sus semejantes.
Y es que en esto de la defensa del “nasciturus”, del ser humano concebido y no nacido, no puede haber términos medios: o se está a favor o se está en contra de la vida, o se protege íntegramente o no se protege, no da lo mismo una vida menos, no existe ningún motivo o causa para eliminar una vida humana que es absolutamente inviolable.
Por eso, es injustificable que se cercene la vida de cualquier ser humano, máxime si es el más indefenso, ya sea por haber sido engendrado por una violación, ya porque tenga una malformación, porque conlleve aprietos económicos o por el riesgo psicológico para la madre.
Nadie niega que pueden existir dificultades objetivas de toda índole de los padres ante una nueva vida, pero en ningún caso se puede aceptar su descarte como la única solución posible. De ahí que una sociedad civilizada, respetuosa con los derechos humanos –la vida es el primero y principal de ellos–, tendría que facilitar y promover todo un abanico de posibilidades de ayuda: económicas, asistenciales, sociales, médicas, adopciones, etc., para la protección del concebido y de la mujer embarazada.
Con el gesto cobarde de retirar esta leve reforma –que no contemplaba el objetivo del "aborto cero", despenalizando determinados supuestos, y dando cabida al "coladero" en fraude de ley del supuesto de peligro psicológico para la madre– se pone de manifiesto la falta de convicción, sensibilidad y solidaridad con los más desprotegidos, para defender a los “sin voz” en la sociedad y también sin voto.
Unos gobernantes que de verdad apostaran por estas 112.390 personas (datos oficiales de abortos en 2012), aunque el número real sea el doble, a las que se les está privando del derecho a vivir, estarían contribuyendo a crear una sociedad más justa, humana y civilizada que, a su vez, repercutiría en paliar la crisis demográfica y sostener el futuro económico. Y no se trata de una quimera, porque tenemos el modelo de la ley polaca que ha conseguido pasar de cien mil abortos a quinientos.
Sin embargo, la realidad es que todos los partidos con representación parlamentaria han claudicado en la defensa sin ambages del derecho a la vida, lo que evidencia las cotas de descomposición intelectual y moral a las que estamos llegando en una sociedad profundamente individualista y hedonista, carente de recursos morales.
Por eso, ahora más que nunca, es urgente una clamorosa movilización de la sociedad civil, como en otras épocas históricas se hizo, por ejemplo, en la lucha contra la abolición de la esclavitud, o contra la discriminación racial del apartheid.
En una sociedad democrática no caben ni el conformismo ni las lamentaciones estériles. De ahí la manifestación histórica que mañana tendrá lugar en Madrid con el lema: “Cada vida importa. Por la vida, la mujer y la maternidad”, convocada por más de un centenar de asociaciones nacionales e internacionales, que tendrá un marcado carácter festivo y familiar, pero con la no menos exigente reivindicación al Gobierno de que si desoye el clamor de la calle va a cosechar un merecido y contundente castigo electoral en las próximas elecciones. Esto es lo que tiene que entender el Gobierno y todos los partidos políticos: con la vida no se chalanea.
En estos términos se ha pronunciado el ex-ministro de justicia en referencia a los motivos de la retirada del proyecto de reforma de la ley del aborto, ya porque hayan sido promovidos por un lobby económico o por pensar que beneficia electoralmente.
Esta sensación física de desagrado que causa la visión de algo que puede llegar a producir vómito y que impulsa a rechazarlo es una expresión muy acertada para resaltar la gravedad de la mirada impávida de los poderes públicos al no hacer nada ante el asesinato de 300 vidas inocentes todos los días en nuestro país.
La argumentación que se esgrime por quien presentó su honrosa dimisión como ministro ante la negativa del presidente del Gobierno a cumplir la reforma prometida en su programa electoral es que no hay ni un solo motivo racional y razonable al deber moral de toda persona –insisto, “de toda”, con independencia de su ideología o de sus creencias– de defender la vida de sus semejantes.
Y es que en esto de la defensa del “nasciturus”, del ser humano concebido y no nacido, no puede haber términos medios: o se está a favor o se está en contra de la vida, o se protege íntegramente o no se protege, no da lo mismo una vida menos, no existe ningún motivo o causa para eliminar una vida humana que es absolutamente inviolable.
Por eso, es injustificable que se cercene la vida de cualquier ser humano, máxime si es el más indefenso, ya sea por haber sido engendrado por una violación, ya porque tenga una malformación, porque conlleve aprietos económicos o por el riesgo psicológico para la madre.
Nadie niega que pueden existir dificultades objetivas de toda índole de los padres ante una nueva vida, pero en ningún caso se puede aceptar su descarte como la única solución posible. De ahí que una sociedad civilizada, respetuosa con los derechos humanos –la vida es el primero y principal de ellos–, tendría que facilitar y promover todo un abanico de posibilidades de ayuda: económicas, asistenciales, sociales, médicas, adopciones, etc., para la protección del concebido y de la mujer embarazada.
Con el gesto cobarde de retirar esta leve reforma –que no contemplaba el objetivo del "aborto cero", despenalizando determinados supuestos, y dando cabida al "coladero" en fraude de ley del supuesto de peligro psicológico para la madre– se pone de manifiesto la falta de convicción, sensibilidad y solidaridad con los más desprotegidos, para defender a los “sin voz” en la sociedad y también sin voto.
Unos gobernantes que de verdad apostaran por estas 112.390 personas (datos oficiales de abortos en 2012), aunque el número real sea el doble, a las que se les está privando del derecho a vivir, estarían contribuyendo a crear una sociedad más justa, humana y civilizada que, a su vez, repercutiría en paliar la crisis demográfica y sostener el futuro económico. Y no se trata de una quimera, porque tenemos el modelo de la ley polaca que ha conseguido pasar de cien mil abortos a quinientos.
Sin embargo, la realidad es que todos los partidos con representación parlamentaria han claudicado en la defensa sin ambages del derecho a la vida, lo que evidencia las cotas de descomposición intelectual y moral a las que estamos llegando en una sociedad profundamente individualista y hedonista, carente de recursos morales.
Por eso, ahora más que nunca, es urgente una clamorosa movilización de la sociedad civil, como en otras épocas históricas se hizo, por ejemplo, en la lucha contra la abolición de la esclavitud, o contra la discriminación racial del apartheid.
En una sociedad democrática no caben ni el conformismo ni las lamentaciones estériles. De ahí la manifestación histórica que mañana tendrá lugar en Madrid con el lema: “Cada vida importa. Por la vida, la mujer y la maternidad”, convocada por más de un centenar de asociaciones nacionales e internacionales, que tendrá un marcado carácter festivo y familiar, pero con la no menos exigente reivindicación al Gobierno de que si desoye el clamor de la calle va a cosechar un merecido y contundente castigo electoral en las próximas elecciones. Esto es lo que tiene que entender el Gobierno y todos los partidos políticos: con la vida no se chalanea.
Comentarios