Miércoles, 09 de octubre de 2024

Religión en Libertad

Santa Catalina


por Javier Pereda

Opinión

Una de las festividades más emblemáticas de la ciudad de Jaén es la de su copatrona, la joven Santa Catalina de Alejandría (285-303), cuyo nombre en griego significa “pura”. Cada 25 de noviembre se celebra la tradicional romería popular hasta el Castillo que lleva su nombre, donde tiene dedicada una Capilla en la Torre albarrana, que significa “estar exenta de la muralla, pero conectada mediante un arco o puente”.

Recordamos los admirables relatos del cronista Vicente Oya Rodríguez que, con su habitual elegancia, describía la procesión hasta el Cerro, la celebración de la Santa Misa por el obispo y el tradicional asado de sardinas. El renombrado Castillo de Santa Catalina, junto con la Catedral de Vandelvira (que tiene referencias a nuestra santa en la Capilla de San José, la Puerta del Clero, la cúpula y el trascoro), son los edificios más señeros de nuestra ciudad.

El Cerro es orográficamente una derivación de la sierra de Jabalcuz. Desde sus 820 metros de altitud se divisa toda la ciudad, rodeada de un pacífico y ordenado ejército de olivos y de montañas como Mágina y La Pandera. Este maravilloso enclave está cargado de historia. Por su ubicación estratégica ha sido, desde tiempos de los íberos, un extraordinario lugar defensivo. Ocupado por los musulmanes desde la invasión de comienzos del siglo VIII, fue reconquistado en 1246 por Fernando III el Santo.

Cuenta la leyenda que el rey cristiano tenía dificultades para vencer al rey moro Alhamar, pertrechado en esa fortaleza; en sueños Santa Catalina le aseguró la victoria. En señal de gratitud, el rey Fernando puso al castillo el nombre de la santa, a la vez que plantó una gran cruz en el lugar actual.

Sea o no del todo verdadero, es interesante conocer el documento del siglo VI (la Passio) de nuestra santa. Sus padres Costes y Sabellina -una princesa egipcia- pronto descubrieron en su hija inteligencia, dulzura y belleza. Para favorecer sus notables cualidades construyeron un lugar adecuado para el estudio e hicieron llamar a los mejores preceptores de la cultura alejandrina. Destacó en la sabiduría filosófica, especialmente en el conocimiento de Sócrates, Platón y Aristóteles. El emperador romano Marco Aurelio Valerio Majencio, célebre por librar la batalla del Puente Milvio contra el emperador Constantino I, ordenó que todos los habitantes de la provincia de Alejandría se reunieran en la capital para ofrecer sacrificios a los dioses.

Catalina tuvo la valentía de corregir al emperador en público: “Te saludo, Majestad, porque estoy en deuda con tu dignidad. Pero lo hago con el fin de persuadir a que te alejes de tus dioses y adores al único Dios verdadero”. Después de un intenso debate entre los dos, Catalina argumentó que se puede llegar al conocimiento de un solo Dios empleando exclusivamente la razón, máxime si estuviera iluminada por la fe.

Majencio, sorprendido ante tanta sabiduría, la invitó a palacio, junto a 50 sabios de Alejandría para que convencieran en su error a la joven y se retractara de su fe. Catalina les explicó la Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Tras oírla, el más sabio de todos dijo al emperador: "Has de saber, Majestad, que ninguno hemos sido capaces de resistir a esta joven. El espíritu de Dios mismo habla en esta chica. Ella nos ha llenado de tal admiración que no nos atrevemos ni a decir una palabra contra el tal Cristo: por lo tanto, llegamos a la conclusión de que Él tiene que ser el único Dios verdadero”.

Majencio, muy irritado, ordenó quemar a los sabios en la plaza. Algunos de ellos lloraban por no estar bautizados; Catalina los tranquilizó: “Eso no ha de preocuparles. Vuestra sangre servirá de bautismo”. Entonces, el emperador intentó obligar a Catalina a ofrecer un sacrificio ante un ídolo. Al negarse, la condenó a la pena de azotes y a ser encarcelada sin comida y bebida durante diez días. En la prisión fue asistida por ángeles, hecho que comprobó el militar Porfirio -amante de la emperatriz, Valeria Maximila- y que fue causa de su conversión junto con la de otros 200 soldados.

Incapaz de doblegar las profundas convicciones cristianas de Catalina, el mandatario romano ordenó torturarla con la rueda de púas. Cuando comenzaron a girar las ruedas, los ángeles rompieron las cuchillas. La emperatriz, al contemplar tal milagro, también se convirtió y arrepentida confesó su adulterio, lo que le acarreó ser decapitada, corriendo Porfirio igual suerte. En un último intento, Majencio ofreció a Catalina ser nombrada emperatriz si abandonaba su fe; ante la tajante negativa de la joven, fue decapitada.

Santa Catalina, en un cuadro de Caravaggio (1571-1610).

A nuestra santa patrona se encomiendan los estudiantes, los filósofos, los abogados, los notarios, los profesionales cuyo trabajo guarda relación con las ruedas (p. ej., los ciclistas),… A santa Catalina se la representa con las señales de su martirio (la rueda, la espada y la palma de su victoria) y con una aureola de tres colores (blanca por la pureza, verde por la sabiduría y roja por el derramamiento de su sangre).

De ahora en adelante, cuando dirijamos la mirada al Castillo de Jaén, podremos acordarnos del heroico ejemplo de Santa Catalina. Ella nos invita a ser, cada uno según sus circunstancias, sabios en la fe (lo que implica adquirir una sólida formación doctrinal religiosa) y nos anima a la hermosa tarea de proclamar y defender con valentía la Verdad que es Cristo, ante los retos apasionantes que nuestro mundo nos presenta hoy.

Publicado en el Ideal de Jaén el 29 de noviembre de 2019.

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