Verdad y democracia
El debate sobre el aborto para algunos se dilucidaría en establecer si esta reforma tiene o no una amplia aceptación social, sin profundizar en otras cuestiones sustanciales como los criterios de justicia, verdad, derechos humanos o la defensa del más desprotegido.
por Javier Pereda
Es conocida la célebre frase de Winston Churchill de que la democracia es el menos malo de los sistemas políticos. No obstante, la concepción que se tiene de la misma generalmente se reduce en su esencia al consenso y la obtención de mayorías, por lo que, a veces, se supedita a una cuestión de números y estadísticas.
Para muchos políticos el único criterio e instrumento que marca los dictados de su acción de gobierno se limita a las encuestas, porque se ven abocados satisfacer a los requerimientos mayoritarios, y de esta forma seguir manteniéndose en el poder. Se llega al extremo de dar como válido lo que sea con tal de que exista un consenso mayoritario.
Por ejemplo, no deja de ser sintomático que recientemente se hayan publicado distintas encuestas sobre la actual reforma de la ley del aborto por empresas demoscópicas como Sigma Dos para el diario El Mundo, NC Report para La Razón, Metroscopia para El País, GAD3 para el ABC, y en La Vanguardia, indicando qué porcentaje de ciudadanos estaban a favor o en contra de esta reforma que, sospechosamente, se decanta en sus conclusiones según la orientación ideológica de cada medio de comunicación. De donde se deduce la fiabilidad que merece el instrumento de gobierno por antonomasia de los políticos y sus medios de comunicación ideológicos afines, contrastada, a su vez, con los constantes desaciertos de las prospecciones con los resultados finales.
Así pues, el debate sobre el aborto para algunos se dilucidaría en establecer si esta reforma tiene o no una amplia aceptación social, sin recabar y profundizar en otras cuestiones sustanciales como los criterios de justicia, verdad, derechos humanos o la defensa del más desprotegido e indefenso.
Curiosamente, los que ahora reclaman dicho consenso son los mismos que, con la actual ley, no se cuestionaban entonces el inexistente consenso, que, además, tampoco se buscó.
En este sentido, con el iuspositivismo de Hans Kelsen, en su Teoría pura del Derecho, hacía un análisis del Derecho como fenómeno independiente de consideraciones ideológicas o morales, e indicaba que el paradigma de un buen demócrata hubiera sido Poncio Pilato, porque supo acogerse al sentir de la mayoría; y que al preguntar: “¿qué es la verdad?”, lo hace no porque quisiera conocerla, sino para manifestar su desprecio por ella, y de ahí que se dé media vuelta y se marche sin esperar respuesta, en una clara expresión de escepticismo y relativismo; después, una vez que ha renunciado a la verdad como criterio para resolver el caso, recurre como único criterio admisible al de la mayoría. Y lo que la mayoría proclama es lo que él valida, pese a que es plenamente consciente de la injusticia de esa resolución, al ser inocente el justo al que quieren condenar. Pero se lava las manos, consintiendo cobardemente en la pena sólo por no contradecir a la mayoría.
En definitiva, una importante deficiencia de la democracia es reducirla a una cuestión procedimental y estadística, sin que prevalezca la búsqueda de la verdad, que se relativiza y posterga ante el encumbrado dogma todopoderoso de la mayoría, pese a que con frecuencia suele ser individualista, injusta e insolidaria.
La mera mayoría no legitima cualquier decisión. El noventa y nueve por ciento de los votos –si fuera el caso- no justifica que se prive a una sola persona de uno de sus derechos, y, en concreto, del más importante, el derecho a la vida de todo ser humano, desde el mismo momento de la concepción hasta su muerte natural (aborto y eutanasia).
En los debates públicos acerca de la esclavitud entre Lincoln y Douglas, este defendía que lo legal era lo que votara la mayoría de los estadounidenses. Sin embargo, el político de Kentucky, negaba la legitimidad de los esclavistas aunque fuesen mayoría. En estos términos habría que plantearse el actual debate sobre el aborto –más allá de las insuficientes reformas-, máxime cuando según informe de la OMS, existen más de cincuenta millones de abortos al año en el mundo, una cifra escalofriante que está convirtiendo millones de úteros de mujeres en un Auschwitz, un auténtico holocausto genocida en pleno siglo XXI.
Para muchos políticos el único criterio e instrumento que marca los dictados de su acción de gobierno se limita a las encuestas, porque se ven abocados satisfacer a los requerimientos mayoritarios, y de esta forma seguir manteniéndose en el poder. Se llega al extremo de dar como válido lo que sea con tal de que exista un consenso mayoritario.
Por ejemplo, no deja de ser sintomático que recientemente se hayan publicado distintas encuestas sobre la actual reforma de la ley del aborto por empresas demoscópicas como Sigma Dos para el diario El Mundo, NC Report para La Razón, Metroscopia para El País, GAD3 para el ABC, y en La Vanguardia, indicando qué porcentaje de ciudadanos estaban a favor o en contra de esta reforma que, sospechosamente, se decanta en sus conclusiones según la orientación ideológica de cada medio de comunicación. De donde se deduce la fiabilidad que merece el instrumento de gobierno por antonomasia de los políticos y sus medios de comunicación ideológicos afines, contrastada, a su vez, con los constantes desaciertos de las prospecciones con los resultados finales.
Así pues, el debate sobre el aborto para algunos se dilucidaría en establecer si esta reforma tiene o no una amplia aceptación social, sin recabar y profundizar en otras cuestiones sustanciales como los criterios de justicia, verdad, derechos humanos o la defensa del más desprotegido e indefenso.
Curiosamente, los que ahora reclaman dicho consenso son los mismos que, con la actual ley, no se cuestionaban entonces el inexistente consenso, que, además, tampoco se buscó.
En este sentido, con el iuspositivismo de Hans Kelsen, en su Teoría pura del Derecho, hacía un análisis del Derecho como fenómeno independiente de consideraciones ideológicas o morales, e indicaba que el paradigma de un buen demócrata hubiera sido Poncio Pilato, porque supo acogerse al sentir de la mayoría; y que al preguntar: “¿qué es la verdad?”, lo hace no porque quisiera conocerla, sino para manifestar su desprecio por ella, y de ahí que se dé media vuelta y se marche sin esperar respuesta, en una clara expresión de escepticismo y relativismo; después, una vez que ha renunciado a la verdad como criterio para resolver el caso, recurre como único criterio admisible al de la mayoría. Y lo que la mayoría proclama es lo que él valida, pese a que es plenamente consciente de la injusticia de esa resolución, al ser inocente el justo al que quieren condenar. Pero se lava las manos, consintiendo cobardemente en la pena sólo por no contradecir a la mayoría.
En definitiva, una importante deficiencia de la democracia es reducirla a una cuestión procedimental y estadística, sin que prevalezca la búsqueda de la verdad, que se relativiza y posterga ante el encumbrado dogma todopoderoso de la mayoría, pese a que con frecuencia suele ser individualista, injusta e insolidaria.
La mera mayoría no legitima cualquier decisión. El noventa y nueve por ciento de los votos –si fuera el caso- no justifica que se prive a una sola persona de uno de sus derechos, y, en concreto, del más importante, el derecho a la vida de todo ser humano, desde el mismo momento de la concepción hasta su muerte natural (aborto y eutanasia).
En los debates públicos acerca de la esclavitud entre Lincoln y Douglas, este defendía que lo legal era lo que votara la mayoría de los estadounidenses. Sin embargo, el político de Kentucky, negaba la legitimidad de los esclavistas aunque fuesen mayoría. En estos términos habría que plantearse el actual debate sobre el aborto –más allá de las insuficientes reformas-, máxime cuando según informe de la OMS, existen más de cincuenta millones de abortos al año en el mundo, una cifra escalofriante que está convirtiendo millones de úteros de mujeres en un Auschwitz, un auténtico holocausto genocida en pleno siglo XXI.
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