Presidió este domingo en San Pedro la misa por el Jubileo de los Deportistas
León XIV y el nexo profundo entre Trinidad y deporte: «Se nos pide darnos y movernos hacia el otro»
"Dios no es estático, no está cerrado en sí mismo. Es comunión, relación viva", comentó el Papa.
El Papa León XIV presidió este domingo en el interior de la Basílica de San Pedro la misa por el Jubileo de los Deportistas, en la festividad de la Santísima Trinidad.
"El binomio Trinidad-deporte no es precisamente habitual, sin embargo, la asociación no es absurda. De hecho, toda buena actividad humana lleva consigo un reflejo de la belleza de Dios, y sin duda el deporte es una de ellas. Después de todo, Dios no es estático, no está cerrado en sí mismo. Es comunión, relación viva entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que se abre a la humanidad y al mundo. La teología llama a esta realidad pericoresis, es decir, "danza": una danza de amor recíproco", comenzó diciendo.
"Es de este dinamismo divino de donde brota la vida. Hemos sido creados por un Dios que se complace y se regocija en dar la existencia a sus criaturas, que “juega”, como nos ha recordado la primera lectura (cf. Pr 8,30-31). Algunos Padres de la Iglesia hablan incluso, con audacia, de un Deus ludens, de un Dios que se divierte. Es por eso que el deporte puede ayudarnos a encontrar a Dios Trinidad: porque requiere un movimiento del yo hacia el otro, ciertamente exterior, pero también y sobre todo interior. Sin esto, se reduce a una estéril competencia de egoísmos".
"Pensemos en una expresión que, en italiano, se utiliza habitualmente para animar a los atletas durante las competiciones: los espectadores gritan: “Dai!” [en español “¡Dale!”]. Quizás no lo pensemos, pero es un imperativo precioso; es el imperativo del verbo 'dar'. Y esto nos puede hacer reflexionar: no se trata solo de dar una prestación física, quizá extraordinaria, sino de darse uno mismo, de 'jugársela'. Se trata de entregarse por los demás —por el propio crecimiento, por los aficionados, por los seres queridos, por los entrenadores, por los colaboradores, por el público, incluso por los adversarios— y, si se es verdaderamente deportista, esto vale independientemente del resultado".
En este punto, el Papa mencionó tres aspectos que hacen del deporte, hoy en día, un medio valioso para la formación humana y cristiana.
"En primer lugar, en una sociedad marcada por la soledad, en la que el individualismo exagerado ha desplazado el centro de gravedad del 'nosotros' al 'yo', terminando por ignorar al otro, el deporte —especialmente cuando se practica en equipo— enseña el valor de la colaboración, de caminar juntos, de ese compartir que, como hemos dicho, está en el corazón mismo de la vida de Dios. De este modo, puede convertirse en un importante instrumento de recomposición y encuentro, entre los pueblos, en las comunidades, en los entornos escolares y laborales, en las familias".
"En segundo lugar, en una sociedad cada vez más digital, en la que las tecnologías, aunque acercan a personas lejanas, a menudo alejan a quienes están cerca, el deporte valora la concreción de estar juntos, el sentido del cuerpo, del espacio, del esfuerzo, del tiempo real. Así, frente a la tentación de huir a mundos virtuales, ayuda a mantener un contacto saludable con la naturaleza y con la vida concreta, único lugar en el que se ejerce el amor (cf. 1 Jn 3,18)".
"En tercer lugar, en una sociedad competitiva, donde parece que sólo los fuertes y los ganadores merecen vivir, el deporte también enseña a perder, poniendo a prueba al hombre, en el arte de la derrota, con una de las verdades más profundas de su condición: la fragilidad, el límite, la imperfección. Esto es importante, porque es a partir de la experiencia de esta fragilidad que nos abrimos a la esperanza. El atleta que nunca se equivoca, que no pierde jamás, no existe. Los campeones no son máquinas infalibles, sino hombres y mujeres que, incluso cuando caen, encuentran el valor para levantarse. Recordemos una vez más, a este respecto, las palabras de san Juan Pablo II, quien decía que Jesús es 'el verdadero atleta de Dios', porque venció al mundo no con la fuerza, sino con la fidelidad del amor", concluyó el Papa.
Terrible masacre en Nigeria
Tras presidir la eucaristía con motivo del Jubileo de del Deporte, León XIV rezó el ángelus desde el altar instalado en la plaza.
El Papa se refirió a la "terrible masacre" que "se ha verificado" en la noche del 13 al 14 de junio, en el estado de Benue, en Nigeria, y que costó la vida a cerca de 200 personas.
"Fueron asesinadas con extrema crueldad, la mayor parte de la cuales eran desplazados internos acogidos por la misión católica local", señaló.
"Rezo para que la seguridad, la justicia y la paz prevalezcan en Nigeria, un país amado y afectado por diversas formas de violencia", añadió, quien indicó que "rezo de forma particular" por las comunidades cristianas locales "que constantemente han sido víctimas de la violencia".
También recordó a Myanmar, donde, "no obstante el alto el fuego, siguen los combates, con daños también en las infraestructuras civiles", e invitó a las partes "a emprender el camino del diálogo inclusivo, el único que puede conducir a una solución pacífica y estable".
El Papa mostró su pesar y oración por otras naciones martirizadas, como "la República de Sudán, devastada desde hace dos años por la violencia", renovando su llamado a los combatientes a detener los combates "y proteger a los civiles y emprender el diálogo por la paz".
Finalmente, exhortó a la comunidad internacional a "intensificar los esfuerzos para que asegure la llegada de la ayuda a la población" y aseguró también sus oraciones por la paz en Oriente Medio y en Ucrania.