Miércoles, 24 de abril de 2024

Religión en Libertad

Se fue donde los más pobres de los pobres, Corea: fundó congregaciones, orfanatos, hospicios…

La vida extraordinaria de Aloysius Schwartz: unió su amor a los pobres a una intensa vida de oración

Aloysius Schwartz
Aloysius Schwartz

Fernando de Navascués / ReL

Aloysius Schwartz nació en Washington el 18 de septiembre de 1930 y su vocación eran los pobres. Es posible que llegue a ser el primer santo canonizado de la capital de Estados Unidos. El padre Aloysius Schwartz quería llevar a Cristo a lugares en ruinas, donde los más pobres de los pobres estaban muriendo a la vera del camino, el que limpia las llagas de los leprosos con una sonrisa y una palabra amable: una especie de san Francisco y san Damián de Molokai, en una sola persona. Y en 1957, tras su ordenación sacerdotal, su sueño tomó forma, porque gracias al consejo de sus formadores fue destinado nada más y nada menos que a Corea, a donde llegó curiosamente el 8 de diciembre, el día de la Inmaculada. Llegó a Corea del Sur, un país sumida en una posguerra nacida de la lucha fratricida de tres años en la que intervinieron también Estados Unidos, China y la Unión Soviética, y cuyas heridas aún siguen viven y son fuente de inestabilidad mundial. Aloysius sentía fuertemente que la Virgen le llevaba hasta la otra parte del mundo para sembrar el amor de Cristo.

Aloysius Schwartz dando de comer a un niño enfermo en uno de sus hospicios

Aloysius Schwartz dando de comer a un niño enfermo en uno de sus hospicios

A su entrega cabría añadirle que sufrió de ELA durante los últimos años de vida, pero antes de aminorarle, le invitaron a entregar su vida con más ahínco. En la actualidad, más más de 170.000 adolescentes han sido educados, catequizados, nutridos y cuidados en las quince comunidades de Boystown y Girlstown en todo el mundo, en las que las dos congregaciones por él fundadas, las Hermanas de Maria y los Hermanos de Cristo, están sacando a Lázaros de sus tumbas de pobreza y ayudándolos a recuperar la salud y enviándolos a estudiar a universidades, a formar matrimonios y familias cristianas y a compartir el mensaje de esperanza de este sacerdote llamado a sanar y restaurar la Iglesia Católica, a pesar de las muchas críticas, calumnias y dolores que tuvo que sufrir en vida por amar a Dios a través de los pobres.

Consagrados a los pobres

El padre Al, como era conocido, consagró su sacerdocio a María bajo el título de “La Virgen de los Pobres” o “Nuestra Señora de Banneux”. La historia se remonta a sus estudios en la Universidad de Lovaina, en Bélgica, a donde llegó para estudiar Teología. En esta época, como todos los aspirantes al sacerdocio, también dedicaban largo tiempo al trabajo pastoral. Él estuvo se volcó con los más pobres de Bélgica, y tuvo la posibilidad de visitar el lugar de unas apariciones aprobadas por la Iglesia en las que María, efectivamente, se presentó como “La Virgen de los Pobres” o “Nuestra Señora de Banneux”.

Nuestra Señora de Banneux

Nuestra Señora de Banneux, ante la cual el padre Al descubrió definitivamente su vocación

Allí, el padre Al le hizo una promesa a la Virgen: nunca se tomaría un día libre para servir a los socialmente rechazados. Su esfuerzo fue inmenso, pues además de la pasión por los necesitados le acompañaba su extraordinaria condición física pues era todo un deportista que corría 6 millas diarias, y que tenía una capacidad de trabajo de 16 a 18 horas al día, de las que 3, al menos, estaban dedicadas a la oración.

Aloysius Schwartz

Místico para los pobres

Lejos de una entrega edulcorada y calculada, desde pequeño parece ser que buscaba vivir la misma pobreza que Cristo, cuenta uno de sus biógrafos, Kevin Wells: “Sabía que servir a los pobres sin vivir pobre solo llegaría hasta cierto punto. Quería conocer y vivir la agonía de Cristo tendido en la cruz, donde daría su sangre, para darlo todo. No tenía comodidades”. Esto le llevó en Corea a vivir como los pobres a los que atendía en la parroquia que le asignaron al llegar. Allí vivió como uno coreano más de la posguerra en una choza durante cinco años, a pesar del dinero que recibía de sus donantes: “El padre Al ansiaba las austeridades de los grandes padres del desierto, ermitaños, monjes y santos sufrientes. El padre Al era un radical; todos los santos, por supuesto, lo son”, concluye el biógrafo.

No se trata de datos laudatorios, realmente el padre Al tomó la decisión de morir a sí mismo todos los días para salvar a los pobres. Pero su misión no era la de un trabajador de la justicia social, no era un sindicalista al que se le llenan la boca de palabras desde un despacho o dedica su vida recoger premios y reconocimientos. Su vida estaba enraizada en esas tres horas de oración diarias, su profunda devoción eucarística y la mortificación de sus sentidos a través de las penitencias. No era un líder carismático, sino el primero en agotar su sacerdocio sirviendo a Cristo en los demás.

Fruto de su pasión por los pobres, pocos años después de llegar a Corea, en 1961 volvió a Estados Unidos para crear una organización llamada Korean Relief dedicada a recaudar fondos para sus proyectos. Y tres años después, viendo la inmensa necesidad de sumar manos a su proyecto fundó la congregación de las Hermanas de María para servir a los más pobres de los pobres, las cuales nacieron entre sus propias feligresas, y que actualmente suman cerca de unas 400 religiosas que se expanden por Corea del Sur, Filipinas, México, Guatemala, Brasil y Honduras.

El gran fruto de la obra del padre Al han sido y son las Aldeas para Niños llamadas Boystowns y Girlstowns, dedicadas a cuidar, educar y dar un futuro brillante a quienes más lo necesitaban: huérfanos, niños abandonados y los que provenían de las familias más pobres. Pero su obra también llegó a construir hospitales y sanatorios de tuberculosis para indigentes, así como hospicios para personas sin hogar, ancianos, discapacitados y madres solteras.

Hermanas de María con los más pobres de los pobres

Hermanas de María con los más pobres de los pobres

Tras una invitación del Cardenal Sin, Arzobispo de Manila, en 1985, su misión llegó a Filipinas. El tiempo corría rápido para este sacerdote, pues poco después, durante una visita a los Estados Unidos, le diagnosticaron ELA (esclerosis lateral amiotrófica). Su reflexión fue muy clara y muy pragmática: como sabía que solo le quedaban tres años de vida le prometió a la Virgen que trabajaría más duro y abriría nuevas casas para chicos y chicas. Su destino fue México, pues le explicaron que por culpa de la pobreza muchos mexicanos dejaban la fe pasando a las sectas. Su primera fundación fue un Girlstown en la diócesis de Chalco, en donde estuvo dirigiendo todo el trabajo apoyado en un bastón que finalmente cambiaría por una silla de ruedas. Tras su muerte en 1992, su obra la dirigió la hermana Michaela Kim, de las Hermanas de María.

En diciembre de 2003 se abrió la Causa de canonización en Manila, Filipinas, y el 22 de enero de 2015, el Papa Francisco lo declaró “Venerable”.

A continuación puedes ver un reportaje de Rome Reports sobre el padre Al. 

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