Tony Luna tenía nueve años cuando se convirtió, de la noche a la mañana, tras la deportación de sus hermanos en los 70, en un niño mendigo, que tuvo que vivir en las calles, sobreviviendo de la comida que encontraba en la basura.. Décadas después, en la Catedral de Nuestra Señora de Los Ángeles (EE.UU), lleno de emoción, Tony, quien ahora es diácono en la Iglesia Saint Philip Benizi en la Diócesis del condado de Orange, ha recordado esa época de miedo y desesperanza. La Opinión cuenta su historia.. "Cuando mi papá murió, mi mamá en la desesperación nos mandó a cuatro hermanos de los diez que éramos a Estados Unidos. Al dolor de perder a mi padre se sumó la pena de no poder tener a mi mamá cerca. Cuando uno está en crecimiento necesita mucho a su mamá", dice.. Una señora de Texas lo registró en la escuela Abraham Lincoln de Orange, a donde comenzó a asistir al cuarto grado de primaria. "No hablaba ni una pizca de inglés, y nadie hablaba español. La presión hizo que aprendiera inglés", asegura.. Todo iba bien hasta que un día sus hermanos no volvieron del trabajo. Fue el gestor de los departamentos donde vivían, quien junto con otra vecina le avisaron de que habían sido deportados, y le pidieron que no le abriera la puerta a nadie.. "Era los tiempos en que migración venía a tocarte la puerta para arrestarte. Asustado de que fueran a venir también por mí, agarré dos camisas, dos pantalones, una chamarra y un par de tenis y me fui a la calle", recuerda.. Pero no se fue lejos del departamento que compartía con sus hermanos. "Me acordaba de las palabras que me decía mi papá cuando era niño. Si alguna vez me perdía, me decía que no me fuera lejos para que me pudieran encontrar", cuenta.. Así que se quedó por el barrio. "Dormía en los estacionamientos de los edificios de los departamentos. Nunca escogía el mismo. Iba a los botes de basura de los supermercados a buscar comida. A veces me encontraban frutas, galletas y pan. Con eso me alimentaba y así sobrevivía".. Dice que pocas veces se bañaba, pero cuando lo hacía era gracias all agua que salía de los aspersores de los jardines. A pesar de todo, cuenta que nunca dejó de ir al colegio.. "Los niños me hacían bromas por la forma en que iba vestido, mi mal olor y mi pelo afro, que me había crecido demasiado y no tenía manera de cortármelo".. Dice que en una ocasión, un maestro de educación física de raíces mexicanas se le acercó, y se sintió feliz de que alguien por fin se hubiera dado cuenta de su vida y pudiera brindarle ayuda.. "Salí llorando de impotencia porque me hizo sentir más mal, cuando me dijo que había notado que juntaba sándwiches de la calle, y que los mexicanos no hacíamos eso. 'Por qué no le dices a tu familia', me cuestionó. Pero yo pensaba que si hacía eso, me iban a llevar a las autoridades".. La conversación con el maestro estropeó sus esperanzas de recibir algún tipo de apoyo. Su suerte cambió cuando en una ocasión que juntaba periódicos y cartón para venderlos, se le apareció María, una señora del barrio y le preguntó qué estaba haciendo.. "Me dijo que su hijo Arturo le había dicho que vivía en la calle. Yo empecé a llorar y llorar. 'No llores', me dijo la señora. Mira vas a venir a vivir a mi casa, y a comer de lo mismo que comemos nosotros. Y si tu familia aparece, te vas con ellos. Eso me levantó la dignidad y se me quitaron los miedos".. Para entonces tenía 14 años. Tony considera a María como su ángel, ya que le dio un techo, y tal y como ella lo pronosticó, un día, uno de sus hermanos regresó a Estados Unidos y se le apareció.. "Tocó la puerta de la casa de María Lo primero que le pregunté fue 'por qué me dejaste. No te dejamos, me dijo. Fue la vida'".. Tony volvió a vivir con su hermano, y con el paso de los años, cuando pudo arreglar su situación y volver a México para ver a su madre, le preguntaban qué pasó con él cuando sus hermanos fueron deportados, respondía "pasó Dios y estaba con una buena familia".. Sin embargo, Tony reconoce que le costó mucho superar el abandono, la separación familiar y la deportación de sus hermanos.. "Duré muchos años sin platicar nada, vivía en la oscuridad, tomé demasiado alcohol, estaba amargado. Hasta que un día me pregunté a mí mismo si así iba a vivir toda la vida, si yo era bueno, y tomé la decisión de perdonar y hacer un cambio2.. En eso lo ayudó mucho Elsa, su mujer, con quien va a cumplir 40 años de casado. "Empezamos a ir a la Iglesia y ahí vino el llamado de mi vocación. Entendí por qué me había pasado lo que viví y que mi vida tenía un propósito en la Gloria de Dios".. A través del diaconado, disfruta ayudando a la gente como acompañante espiritual. "Desafortunadamente con todo lo que estamos viviendo ahora, la historia se repite. Vemos a padres, jóvenes y niños durmiendo en las calles".. Luna tiene tres hijos y siete nietos; y el año que viene cumple 15 años como diácono. "Es momento de unirnos para contar nuestras historias, las historias de nuestras familias, de nuestras comunidades y parroquias. Es la historia de Estados Unidos; la que se ha contado desde los orígenes de este país. Es la historia de hombres y mujeres buenos y trabajadores, personas de fe".