Martes, 08 de octubre de 2024

Religión en Libertad

El Buen Ladrón, esperanza para nuestros días


por Álvaro Cárdenas

Opinión

Durante estos días de pandemia que estamos sufriendo, varios amigos me han comunicado que familiares directos suyos, que estaban muy alejados de Dios y de la Iglesia, algunos desde su infancia, o desde su adolescencia o juventud, han vuelto a Él en estos momentos dramáticos que estamos viviendo, varios de ellos en sus últimas horas o instantes de su vida.

El Covid-19 y los santos de la última hora

A través del amor de los suyos, de los capellanes de hospitales o de las enfermeras y del personal sanitario que los ha acompañado, cuidado y confortado en su enfermedad y en su muerte, se han encontrado con el amor misericordioso de Jesús, han acogido su perdón y han sido fortalecidos con la gracia de Cristo, a través del servicio extraordinario que están realizando los capellanes en todos los hospitales, llevando esperanza a todo el que la necesita.

Otros, en cambio, que por los estrictos protocolos de seguridad no han podido recibir la presencia y los auxilios de los sacerdotes para que los acompañaran en este momento de su ancianidad, de su enfermedad y de su tránsito hacia el cielo, como es el caso de tantísimos ancianos en las residencias para mayores en las que están confinados, se han entregado al Señor en su corazón, poniendo su esperanza en Él, como lo hizo el Buen Ladrón en su última hora.

Algunos de ellos han sido personas buenas, pero que en algún momento de su vida se alejaron de Dios, otros tenían en su haber, como el Buen Ladrón, cuentas pendientes con Él. Pero unos y otros, en el lecho de la cruz y del dolor, se han encontrado con su amor a través del testimonio de amor de los cristianos y de tantas personas buenas que están a su lado y que los cuidan con un heroico amor, se han vuelto a Él, como también lo hizo el Buen Ladrón, y han encontrado en Él su paz, su consuelo y su esperanza.

Son los buenos ladrones de esta terrible hora que está asolando al mundo, los verdaderos santos de los últimos tiempos, de la última hora. Son los buenos ladrones que han dejado este mundo habiendo acogido el amor y el perdón de Cristo, y con ello, su paz. Son los buenos ladrones a quien también Cristo prometió su paraíso. Los capellanes que han acompañado a tantos de ellos en esta pandemia lo podrán testimoniar en su momento.

Actualidad extraordinaria del Buen Ladrón y su Misterio de Misericordia

Esta situación que estamos viviendo me está haciendo volver una y otra vez al Buen Ladrón y a la extraordinaria actualidad del Misterio de la Misericordia que nos revela.

Nuestro mundo atraviesa una profunda crisis de esperanza, algo a lo que el Concilio Vaticano II trató de responder a la luz de la divina misericordia. Ya San Pablo, desde la primera hora del cristianismo, descubrió por propia experiencia el maravilloso Misterio de la Misericordia, que llama y rescata al hombre con la sobreabundancia de su amor y de su perdón: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rom 5, 20).

La solicitud de Cristo tanto para con aquellos que no conocían el amor de Dios, para con los alejados, los perdidos, los hijos pródigos, pero también para con los que sufren, para con los enfermos y los moribundos, revela este admirable Misterio de Misericordia: “Los pecadores y las prostitutas os precederán en el Reino de los Cielos” (Mt 21, 31); “se compadecía de ellos porque estaban cansados y extenuados como ovejas que no tienen pastor” (Mt 9, 36); “¿qué quieres que haga por ti?” (Mt 20,32); “voy a curarlo” (Mt 8, 5).

El padre Álvaro Cárdenas, autor de este artículo, es el sacerdote responsable de la edición de la obra más completa que existe dedicada al Buen Ladrón: El Buen Ladrón. Misterio de misericordia (Voz de Papel, 2014).

Este misterio se manifestó del modo más extraordinario en el Calvario, cuando agonizaba junto a sus dos compañeros de suplicio, los dos ladrones. ¡Escandalosa Misericordia que hasta el día de hoy sigue siendo motivo de confusión y de escándalo para muchos que se tienen por “justos”! También hoy, y con una rabiosa actualidad, resuenan las palabras de nuestro Salvador al Buen Ladrón: “Te lo aseguro, hoy mismo estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 43).

El mal más grave de nuestros tiempos no es la proliferación del pecado, sino la falta de conciencia de él y la huida hacia paraísos artificiales, imposible intento de liberar al hombre de lo que se han considerado los tan nefastos sentimientos de culpa. Estos falsos paraísos que nos apartan de la Misericordia Divina son el mayor obstáculo que nos impiden acceder al remedio que puede sanar la enfermedad interior, el virus espiritual, que nos aflige en nuestro tiempo. No, no es huyendo de los síntomas que evidencian nuestra enfermedad como encontramos nuestra curación, sino afrontando con humildad y esperanza nuestra situación de necesidad, y acogiendo el amor, el perdón y la salvación, aquí y en la eternidad, que Cristo nos ofrece.

Divina Misericordia que salva

El mensaje que nos trasmite el Buen Ladrón es la Divina Misericordia, una Misericordia que se ofrece al hombre acogiéndolo en su pobre y frágil condición de criatura; que lo abraza en su debilidad e insuficiencia humana, revelándole toda su dignidad y todo su valor, aun cuando su existencia esté marcada por el fracaso, la enfermedad, el sufrimiento y la muerte; que lo rehabilita con su perdón y lo rescata de su miseria humana incluso en el momento en que se encontraba irremediablemente perdido; una Misericordia que tiene el maravilloso poder de hacer pasar en un instante de la más miserable situación de extravío a la más alta santidad, y de la muerte a la vida.

¡Dios no necesita de nuestras virtudes naturales para colmarnos de su Misericordia, sino de nuestra pobreza, de nuestro vacío, de la conciencia de nuestra imposibilidad de podernos salvar solos y de nuestra necesidad de Él! El mismo, que no sabe qué hacer con nuestra supuesta autosuficiencia para salvarnos por nosotros mismos, con nuestros recursos humanos, con nuestra honestidad y justicia, no tiene dificultad alguna en salvar al que estaba irremediablemente perdido. Y esto vale tanto para el momento de la muerte, como muchos hermanos nuestros están afrontando, como para este momento de excepcional crisis global que estamos viviendo.

Cristo sólo espera que nos volvamos a Él en esta hora en que sucumbimos, como lo hizo el Buen Ladrón desde el lecho de su cruz: “Jesús, acuérdate de mí” (Lc 23, 42), como lo hicieron los apóstoles en la barca agitada por el viento y las olas, cuando parecía que perecían: “Maestro, ¿no te importa que perezcamos?” (Mc 4, 38). Entonces se pondrá en pie, y con la misma autoridad con que habló a la tempestad, se dirigirá a esta pandemia, a la angustia y a la ansiedad que nos asaltan, y les ordenará con fuerte voz: “Cállate” (Mc 4, 39).

¡Qué mayor motivo de esperanza para los hombres que vivimos esta guerra sin cuartel contra la enfermedad y la muerte, y tantas otras terribles amenazas que nos acechan en el presente y las que tendremos que afrontar en el futuro!

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