Sábado, 27 de abril de 2024

Religión en Libertad

A vueltas con «La sociedad desvinculada»

Imagen de una concurrida estación en el metro de Londres.
Los analistas hablan de 'policrisis' para una realidad que proviene de la pérdida de las raíces y los vínculos sociales. Foto: Anna Dziubinska / Unsplash.

por Josep Miró i Ardèvol

Opinión

En el año 2014 publiqué La sociedad desvinculada. Se trataba de un diagnóstico sobre lo que considero que son las causas profundas de las crisis que nos dañan y se multiplican, y así seguirá hasta el colapso final si no actuamos sobre las raíces que las alimentan.

Hace unos meses, buscando unos datos, releí el libro en parte y llegué a la conclusión de que lo que entonces describía ahora ha tomado más fuerza, es más evidente. Tanto, que el concepto de desvinculación ha cuajado como una forma de describir lo que nos sucede. Esta evidencia me ha llevado a actualizar y ampliar sus contenidos para ofrecer una versión revisada 2023, porque La sociedad desvinculada explica racionalmente por qué vivimos bajo un estado permanente de crisis y malestar, nosotros, la sociedad que dispone de más medios materiales de todos los tiempos.

'La sociedad desvinculada' de Josep Miró.

Y este malestar, a su vez, tiene consecuencias en múltiples reacciones contrarias que, por comodidad, el pensamiento dominante califica genéricamente de populismos, primero, y cada vez más de ”fascismo”. Es una forma de no mirarse al espejo, porque las reacciones generadas por determinadas ideas hegemónicas, contrarias al orden natural de la vida, el Tao al que se refiere C.S. Lewis, no son nada nuevo. Gran parte del siglo XIX y XX estuvo lleno de rechazos y rebeliones al malestar generado por la modernidad, tanto culturales, muchas, como políticas, que tuvieron en el fascismo, el nazismo y el comunismo sus vertebraciones más extremas, pero ni mucho menos únicas.

Pregunto en La sociedad desvinculada si la causa de la crisis económica no era en realidad moral y si la democracia liberal estaba tocada de muerte por este motivo, porque había agotado el capital moral de la cultura precedente al liberalismo, sin capacidad de generar otro adecuado a la convivencia social en armonía. Y si las ideas dominantes no hacían otra cosa que disimular, con abundante retórica, la degradación y ruptura de los vínculos humanos. La cuestión es más pertinente que nunca, porque ya no se trata solo de camuflar las causas de la desvinculación, sino de promoverlas directamente, como hace el feminismo de la guerra de géneros.

A la grave crisis del 2008, solo comparable a la del crack de 1929, y cuando sus heridas sociales no estaban del todo cerradas, se ha sumado la coronacrisis del 2020, de origen todavía desconocido. Y cuando, mal que bien, a finales de 2021 se empieza a salir de ella, se hacen presentes las consecuencias de nuevas crisis económicas y políticas y se hace evidente las consecuencias de la crisis climática. Crece la desigualdad, pero paradójicamente el ministerio que trata sobre este asunto carece de toda competencia económica, y es que la alianza objetiva entre el liberalismo cosmopolita de la globalización y la progresía de género ha conseguido sacar del foco político y del debate cultural la cuestión de la equidad y la justicia en relación con el modo de producción, sustituyéndola por el modo de vida.

Vivimos inmersos en un conjunto de grandes dificultades y malestares que no acaban de resolverse, que se acumulan, ramifican e interrelacionan, hasta el extremo de acuñar una nueva palabra, “policrisis”, cuya autoría corresponde, si no voy errado, al profesor de la Universidad de Columbia Adam Tooze.

Son también tiempos malos para la política, porque sus protagonistas, los políticos, entendidos en términos aristotélico-tomistas, como aquellos que construyen y acrecientan el bien común, parecen haber desaparecido, suplantados  por demagogos y autócratas “carismáticos”, que se acuerdan de la sequía solo en la proximidad de unas elecciones.

La política de la partitocracia consiste, cada vez más, en prescindir de la evidencia de los hechos para fabricar una realidad alternativa ajustada a su conveniencia. Por esta razón, resulta decisivo disponer de un marco de referencia que haga posible interpretar nuestra realidad profunda a fin de entender las causas de nuestros daños. Solo a partir de un diagnóstico completo y acertado sobre ella podemos construir un nuevo renacimiento.

Y de esto trata este libro. Es la presentación de un diagnóstico sistemático que persigue explicar las raíces, las causas y su desarrollo, sus mutuas relaciones y las consecuencias de todo ello: el profundo malestar causado por el daño espiritual, moral, social, cultural, económico y político. Solo desde la asunción de toda la realidad se puede levantar una alternativa cultural y política superadora de la simple reacción.

Publicado en La Vanguardia.

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