Martes, 19 de marzo de 2024

Religión en Libertad

Pandemia, bioética e Iglesia


por Pedro Trevijano

Opinión

En estos momentos de pandemia y ante la pregunta qué debemos hacer, creo que corresponde a la Bioética dar una respuesta a los interrogantes que se nos plantean.

Los principios fundamentales en Bioética, prácticamente aceptados por todos, son:

-el de beneficencia, la exigencia ética de “hacer el bien” y de que los profesionales pongan su ciencia y su dedicación al servicio del enfermo, superando también la tentación de proseguir sus propias investigaciones en detrimento del bien de la persona que recurre a su servicio;

-el de autonomía, que subraya el respeto a la persona y, en concreto, a sus propias opciones en el curso de su enfermedad. En concreto, el paciente debe ser correctamente informado de su situación y de los tratamientos que se podrían aplicar, respetando luego su decisión, es decir, se requiere su consentimiento informado;

-y el de justicia, que puede formularse como “casos iguales exigen tratamientos iguales”, sin que se admitan discriminaciones, aunque a veces sean posibles diversas interpretaciones;

-más tarde se ha añadido un cuarto principio, desdoblado del primero, el de no maleficencia, ya que para muchos jurídicamente el no hacer el mal (“non nocere”), de alguna manera es previo, independiente y superior al deber de hacer el bien.

Por su parte, el personalismo cristiano complementa estos principios con estos otros:

-el principio de defensa de la vida física, que protege el valor fundamental de la vida y su inviolabilidad;

-el principio de libertad y responsabilidad, con su exigencia de tratar al enfermo como un fin y nunca como un medio, así como para el médico el no aceptar las peticiones moralmente inaceptables del paciente;

-el principio de la totalidad o principio terapéutico, que evalúa en las intervenciones terapéuticas la proporcionalidad entre riesgos y beneficios;

-el principio de solidaridad y subsidiariedad, que invita a la cooperación responsable entre las personas con preferencia para los más necesitados.

Estos principios no se oponen a los anteriores, sino que los complementan, enriquecen y sirven para su interpretación.

Para el católico, la fuente de referencia ha de ser la moral católica con sus valores, carismas y apertura a la trascendencia, manteniendo en especial el principio de beneficencia: es decir, el valor del débil, que exige que se ayude más a quien tiene más necesidad, la importancia de la generosidad y del altruismo y el énfasis en la relación personal.

Este 30 de marzo la Pontificia Academia para la Vida ha publicado un documento titulado Pandemia y fraternidad universal del que copio estos párrafos:

-“Nunca hay actos individuales que no tengan consecuencias sociales: esto se aplica a los individuos, lo mismo que a las comunidades, sociedades, poblaciones individuales. El comportamiento temerario o imprudente, que aparentemente sólo nos concierne a nosotros, se convierte en una amenaza para todos aquellos que están expuestos al riesgo del contagio, sin que ello afecte quizás ni siquiera a los sujetos de dicho comportamiento. Así pues, descubrimos que la incolumidad de cada individuo depende de la de todos”.

-“Si nuestra vida es siempre mortal, esperamos que el misterio de amor sobre el que ésta reside no lo sea”.

-“'Mi vida depende única y exclusivamente de mí'. Esto no es así. Somos parte de la humanidad y la humanidad es parte de nosotros: debemos aceptar estas dependencias y apreciar la responsabilidad que nos hace participantes y protagonistas. No hay derecho alguno que no tenga como implicación un deber correspondiente: la coexistencia de lo libre e igual es un tema exquisitamente ético, no técnico. Por lo tanto, estamos llamados a reconocer, con nueva y profunda emoción, que estamos encomendados el uno al otro”.

-“Lo que necesitamos en cambio es una alianza entre la ciencia y el humanismo, que deben ser integrados y no separados o, peor aún, contrapuestos. Una emergencia como la de Covid-19 es derrotada en primer lugar con los anticuerpos de la solidaridad. Los medios técnicos y clínicos de contención deben integrarse en una vasta y profunda investigación para el bien común, que deberá contrarrestar la tendencia a la selección de ventajas para los privilegiados y la separación de los vulnerables en función de la ciudadanía, los ingresos, la política y la edad”.

-“Las condiciones de emergencia en las que se encuentran muchos países pueden llegar a obligar a los médicos a tomar decisiones dramáticas y lacerantes para racionar los recursos limitados, que no están disponibles para todos al mismo tiempo. En ese momento, tras haber hecho todo lo posible a nivel organizativo para evitar el racionamiento, debe tenerse siempre presente que la decisión no se puede basar en una diferencia en el valor de la vida humana y la dignidad de cada persona, que siempre son iguales y valiosísimas. La decisión se refiere más bien a la utilización de los tratamientos de la mejor manera posible en función de las necesidades del paciente, es decir, de la gravedad de su enfermedad y de su necesidad de tratamiento, y a la evaluación de los beneficios clínicos que el tratamiento puede lograr, en términos de pronóstico. La edad no puede ser considerada como el único y automático criterio de elección, ya que si fuera así se podría caer en un comportamiento discriminatorio hacia los ancianos y los más frágiles. Además, es necesario formular criterios que sean, en la medida de lo posible, compartidos y argumentados, para evitar la arbitrariedad o la improvisación en situaciones de emergencia, como nos ha enseñado la medicina de catástrofes. Por supuesto, hay que reiterarlo: el racionamiento debe ser la última opción”.

-“En este panorama, se debe prestar especial atención a los que son más frágiles, pensamos sobre todo en los ancianos y discapacitados”.

-“Recordamos las palabras del obispo de Bérgamo, una de las ciudades más afectadas de Italia, Mons. Francesco Beschi: 'Nuestras oraciones no son fórmulas mágicas. La fe en Dios no resuelve mágicamente nuestros problemas, sino que nos da una fuerza interior para ejercer ese compromiso que todos y cada uno, de diferentes maneras, estamos llamados a vivir, especialmente aquellos que están llamados a frenar y superar este mal'”.

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