Miércoles, 01 de mayo de 2024

Religión en Libertad

La primera infancia

Un niño abraza a sus padres.
Los padres deben aceptar el sexo de su hijo y es bueno que le digan alguna vez lo contentos que estuvieron cuando nació lo que es, niño o niña. Foto: Vlada Karpovich / Pexels.

por Pedro Trevijano

Opinión

El período de la primera infancia acoge hasta los dos años y medio aproximadamente. Desde el primer momento el niño se va moldeando sexualmente, ya que se empapa de todo lo que ve y vive y eso le va influyendo. Ya en las primeras semanas aparecen signos de placer y deleite sensual, por ejemplo en la alimentación y en el baño, así como reacciones de ansiedad y miedo. El contacto físico es el medio por el que los niños aprenden a sentirse a gusto con ellos mismos. Hay que dar su justo relieve a las prácticas de contacto, caricias y manipulación corporales, que sobre todo en las primeras edades constituyen los canales de comunicación y de relaciones afectivas.

Desde la primera infancia los padres empiezan a enseñar al hijo. Gracias a lo que le dicen y hacen sus padres, se desarrollan su inteligencia y afectividad. Es el momento de las primeras oraciones y de iniciarle a querer al Niño Jesús y a la Virgen. Debe también aprender las primeras normas, y hay que ayudarle a ir controlando su natural egocentrismo, mostrándole los beneficios de compartir y de relacionarse con los demás. Le inician en sus primeras conductas sociales y le ayudan a construir su yo en la confrontación de sus deseos con la realidad, dándole la razón en algunas ocasiones y quitándosela en otras.

Freud demostró la existencia de la libido ya en esta primera infancia, y que en el niño se da un problema afectivo con cierta repercusión sexual difusa, es decir, el afecto se dirige tanto al hombre como a la mujer.

Este amor de los niños es muy emocional y con sentimientos de posesión y rivalidad, aunque ciertamente todavía muy irracionales. El niño de esta edad puede ser educado al amor no sólo a través de la alimentación, en la que no podemos esperar de él ni un comportamiento meritorio ni de gratitud, sino sobre todo a través de las manifestaciones de cariño de las personas próximas, especialmente de la madre, manifestaciones a la que es muy sensible, le dan seguridad y le ayudan a realizar la educación de sus sentidos. Y es que el amor se aprende recibiéndolo y viviéndolo.

A los 18 meses el niño utiliza el término general de “nene” referido tanto a niños como a niñas. A los dos años distingue los niños de las niñas por el vestido y desde antes ya tiene conciencia de su sexo. Hacia el fin de esta época, hacia los dos años y medio, el niño descubre la región genital de su cuerpo y las emociones sexuales (se toca). Éste es un hecho normal, no consciente ni reflexivo, sino puramente instintivo, que no podemos juzgar con los mismos criterios que para los adultos. No hay que castigarle por ello, aunque conviene con delicadeza desviarle la atención, pues se puede provocar en él un miedo instintivo a todo lo sexual, lo que no le ayudará ni en la crisis de la adolescencia ni en su equilibrio adulto. Está claro que no se habla todavía de pecado, aunque sí es conveniente que no adquiera esta costumbre.

Por parte de los padres deben aceptar y adaptar el niño a su sexo y por ello es bueno que le digan alguna vez lo contentos que estuvieron cuando nació lo que es, niño o niña. La actitud contraria de dejar vislumbrar el disgusto que produjo su sexo es perjudicial y perturbadora. Lo que actualmente está sucediendo por parte de algunos, de hacer que el niño decida su sexo, es un disparate increíble. Es también importante que los niños observen en el hogar una clara sexuación de los padres en el vestir, en las actitudes y actividades, para poderse servir del progenitor del mismo sexo como guía y del otro como contraste. Pero ambos tienen que participar activamente, y no sólo la madre, en el cuidado y en la educación de los hijos.

Conviene igualmente que la madre enseñe al niño el nombre de las diversas partes de su cuerpo, también de los órganos genitales, sin silencios llamativos ni cambios en el tono de la voz que puedan dejar una imagen en su mente infantil, sumamente receptiva, de algo malo o que hay que ocultar. Pero todo esto no debe significar que el padre no colabore en las tareas de la casa, porque si el padre colabora aprenderá a valorar mejor el trabajo del ama de casa, la mujer se sentirá aligerada y apoyada moralmente y los pequeños imitarán gustosos el ejemplo del padre.

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En mi último artículo pedía oraciones por mi sobrinilla Anna. Deseo comunicaros que está fuera de peligro y daros las gracias a quienes habéis rezado por ella.

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