La maternidad y María
La Maternidad de María convierte a aquella niña, nacida en Nazaret de Ana y Joaquín, en la Mujer del Proto-evangelio y la Mujer del Apocalipsis.
Los ángeles tienen padre, el Creador. Pero no tienen Madre. Dios sí quiso tenerla para hacerse hombre y obrar la Redención.
En este Occidente postmoderno tenemos un concepto de la maternidad muy reducido y muy pegado a la naturaleza. La relacionamos más con la generación de los animales que con el hecho de la aparición, en el universo, de un nuevo ser creado por el Creador.
Los ángeles, por ser espíritus puros, no tienen sexo y por lo tanto no pueden ser padres o madres. Tampoco la Identidad Original (el Padre), ni el Hijo, ni el Espíritu Santo pueden tener identidades masculinas o femeninas, son sencillamente Personas, o lo que es lo mismo: actos de ser coexistentes, que se relacionan como tales entre sí.
Los humanos, por nacer en el universo, tenemos una naturaleza que recibimos de nuestros padres y un espíritu que recibimos del Creador. Ese espíritu es semejante al que tienen las tres Personas que forman esa Trinidad Divina: un solo Dios y tres Personas. Esa semejanza se deriva de ser nosotros también actos de ser coexistentes, creados directamente por el Creador en el momento de la unión de dos células distintas, a las que se les infunde ese espíritu que es la persona humana.
Los animales carecen de ese espíritu y sólo siguen las leyes naturales de su propia especie. Viven para la supervivencia de la especie y nada más. Pertenecen al universo y son exclusivamente unas ciertas partículas elementales puestas en determinadas condiciones físicas. Algunas especies, las más desarrolladas, se reproducen de forma sexuada y nosotros las distinguimos por su sexo en machos y hembras.
Los humanos no nos distinguimos entre machos y hembras sino entre hombres y mujeres, o varones y mujeres, aunque nuestra forma de venir al mundo es similar a la de los animales superiores. Tenemos un periodo de gestación similar y un crecimiento ligado a los alimentos con un metabolismo similar al de los animales superiores. Sin embargo, nos distinguimos en que nuestro espíritu vivifica a toda nuestra naturaleza y nos hace libres.
Como espíritus creados no estamos sometidos al Universo, puesto que somos superiores a él, pero como nacidos de nuestros padres, del barro del Universo, estamos limitados por sus leyes naturales. Surge así una tensión -que se ha vuelto limitante por el pecado de nuestros primeros padres- entre el espíritu y la carne. Lo que tenía que ser superior se degrada para ser inferior y seguir entonces unas leyes que no le corresponden. Como decía San Pablo, “lo que no quiero, eso hago” (cf. Roma 7, 15-25).
La Maternidad no se entiende sin la Paternidad y esta sólo es posible si se recibe del Creador. Hay una frase de Jesucristo que nos lo aclara, “no llaméis padre a nadie en la tierra porque sólo uno es vuestro Padre” (Mt 23, 9), recolocando la paternidad en su lugar correcto, porque la paternidad y la maternidad son bienes para la persona humana, no para los animales.
Es importante entender bien que es la maternidad en ese sentido amplio. Lo primero, que parece obvio, es que sólo la mujer puede ser madre, o lo que es lo mismo, la maternidad es femenina, aunque esto no defina completamente la maternidad. Lo más profundo de la maternidad es que es un don para la mujer y sólo ella puede ser madre.
Hay que tener en cuenta que hay diferencias significativas entre la maternidad y la paternidad. Padre sólo hay uno: Dios Padre, Creador de todas las cosas tanto visibles como invisibles, por lo que cabe deducir que nadie tiene derecho a llamarse padre.
Los humanos, todos, sólo somos hijos. Somos indigentes que hemos recibido tanto nuestra naturaleza como nuestro existir sin ser consultados. Lo que sí somos es hijos de Dios, pero la maternidad y la paternidad son dones que formarán parte de nuestro devenir en la tierra, sólo si nos son concedidos y nosotros los aceptamos.
Cuando Dios Padre decide redimirnos con su Hijo “tomando la forma de siervo” (Fil 2, 7), el Hijo ya tiene un Padre, pero no tiene una mujer que sea su Madre. A los humanos nos define la maternidad y nos distingue de los ángeles, que también tienen padre, su Padre Dios, pero no tienen madre.
La maternidad es el camino de la vida del humano y aunque Dios creó a la mujer de la carne de Adán, es Eva el único camino para la verdadera vida del humano.
Las antropologías modernas sitúan como contrapuestos al hombre y a la mujer, sin tener en cuenta la grandeza de la vida humana. Reducir al hombre y a la mujer como simples reproductores es reducir al hijo al nivel animal, un número de una especie animal parecida a los monos.
María es la mujer que fue asumida por el Hijo para ser la Mujer que sería su Madre. Aquella capaz de ser su “réplica”, que es lo mismo que decir, como afirma Leonardo Polo, “aquel semejante capaz de aceptarnos como somos” y por lo tanto completarnos como personas humanas. María fue la réplica humana del Hijo. Aquella persona que, al aceptar el don del Espíritu, pudo unirse libremente a la segunda Persona, el Hijo, para redimir a la humanidad siendo su Madre. Es la unión personal de una Persona divina con una persona humana, que se realizó en el Espíritu Santo.
La Maternidad de María convierte a aquella niña, nacida en Nazaret de Ana y Joaquín, en la Mujer. La Mujer del Proto-evangelio y la Mujer del Apocalipsis. La Mujer que ya es atemporal, y que, siendo la esposa de José el hijo de Jacob, rompió la barrera del espacio-tiempo para abrir la eternidad a lo temporal y para unir aquello que estaba roto por el pecado. La Mujer que, por su identificación con su Padre, hizo posible que el Hijo tuviese una Madre que comunicase la vida a todo el género humano.
María aceptó de su Padre el don de la Maternidad y también aceptó de su Hijo el don de tomarnos como hijos suyos.
Más que Tú, sólo Dios.