La verdad cautiva
Amenábar pone a Cervantes al servicio del sistema.

Miguel de Cervantes (Julio Peña) y Hasán Bajá (Alessandro Borghi), en 'El cautivo' (2025) de Alejandro Amenábar.
En estos tiempos en los cuales, como profetizase Chesterton, es necesario desenvainar la espada para defender que el pasto es verde: la realidad es continuamente manipulada, tergiversada o directamente negada sin el menor rubor y con gran cinismo.
Uno de los más recientes ejemplos es la película El Cautivo, de Alejando Amenábar, quien, contra toda evidencia, presenta al manco de la batalla de Lepanto ("la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros") y genio universal de la literatura, Miguel de Cervantes, como homosexual.
Desafortunadamente, esta manipulación histórica no es un caso aislado, sino una muestra más de cómo, desde hace décadas, en nuestra sociedad se difunden impunemente, y con frecuencia incluso con la financiación del Estado, todo tipo de medias verdades, mentiras y hasta calumnias convenientes al sistema con el fin de cambiar los principios, las normas y las creencias de la sociedad. Ya que, como bien advirtiese George Orwell: “Quien controla el pasado, controla el futuro; quien controla el presente, controla el pasado”.
No es casual que desde hace décadas se haya difundido la idea de que la homosexualidad no solo es común y frecuente, sino que ha caracterizado a varios de los más ilustres y destacados personajes de la historia y la cultura. Con ello, la homosexualidad no solo se presenta como una conducta aceptable sino como una conducta superior, fuente de genialidad, progreso y liberalidad. Pero ¿cómo sorprendernos de que los ideólogos se atrevan a falsear la historia, si incluso pretenden reescribir las mismas leyes de la naturaleza?
Asimismo, la ideología del arcoíris ha contado con el invaluable apoyo de los medios de entretenimiento y comunicación, los cuales, de manera sutil y astuta, han ido introduciendo, poco a poco, personajes y escenas cada vez más inmorales pero que, debido a su atractivo y repetición, han ido ganando la simpatía y aprobación. Así la sociedad, que se habituó a ver primero, para aceptar poco después, la cohabitación, la infidelidad y otros pecados, estuvo “preparada” para contemplar, con más curiosidad que sorpresa, las primeras parejas del mismo sexo. Programas como Friends, Will and Grace, Sex and the city [Sexo en Nueva Yori] y Modern family, entre otros, lograron familiarizar al público con personajes de “sexualidad diversa” que, a través de la pantalla, dieron la impresión de que su estilo de vida, lejos de ser inmoral y objetable, era muy similar a los de la sociedad en general (quizá porque esa misma sociedad ya había aceptado la fornicación, el adulterio, la anticoncepción y otras varias conductas inmorales).
A esto se suma el que a quienes sostienen las claras enseñanzas bíblicas sobre la homosexualidad se les representa como personas extremistas y peligrosas que odian (porque temen, de ahí el termino homófobo) al que es “diferente”, empeñados en sostener una postura a todas luces obsoleta, intolerante y “anticientífica”. El vídeo de la canción You need to calm down de Taylor Swift, cantante sumamente popular entre los adolescentes y jóvenes, es un magnífico ejemplo de esto.
La exitosa rapidez con la cual se ha transformado la moral de la sociedad occidental no es fruto del “progreso” y de una mejor comprensión de la sexualidad humana, sino producto de una hábil y vil agenda dirigida por poderosos líderes, instituciones y medios que, sirviéndose de su gran conocimiento de la psicología humana, han logrado no solamente normalizar la homosexualidad, sino que la han convertido en símbolo de éxito, creatividad, autenticidad y cultura. Así, se ha logrado normalizar una conducta que, por siglos, fuese ampliamente rechazada por ser contraria a la ley natural. Al grado que hoy en día la gran mayoría de la sociedad occidental apoya el llamado matrimonio homosexual.
En nuestro tiempos, se ha volteado la cara de la moneda y la tolerancia se ha transformado en imposición y exigencia, olvidando que una cosa es aceptar y respetar a las personas y otra aprobar y celebrar un estilo de vida que se rebela contra la ley divina. Ante esto, debemos atrevernos a defender la verdad, con toda caridad, pero sin complejo alguno. No nos dejemos engañar: la aprobación de conductas como la anticoncepción, el aborto y la homosexualidad, que acarrean la destrucción física y espiritual de quienes la practican, lejos de ser un acto misericordioso y compasivo, es cruel e inhumano.
No abracemos por comodidad, cobardía o sentimentalismo las nocivas ideologías, por más populares que sean. Sigamos el consejo de San Pablo en su carta a los hebreos (13, 8-9): “Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos. No os dejéis llevar de doctrinas varias y extrañas; porque es mejor fortalecer el corazón con la gracia que con viandas de las que ningún provecho sacaron los que a ellas se apegaron”.
Recordemos que, como afirmase Chesterton: “Lo correcto es lo correcto, aunque no lo haga nadie. Lo que está mal está mal, aunque todo el mundo se equivoque al respecto”. La verdadera misericordia implica procurar, para nosotros y para la sociedad en general, una vida libre de la esclavitud de las pasiones y del pecado. No podemos enmascarar de tolerancia e inclusión lo que es indiferencia y desprecio por la salvación del alma del prójimo y la de uno mismo. Pues no hay caridad cuando se rechaza, se niega o se calla la verdad.