La santidad de Teresa en nuestro tiempo

Santa Teresa de Jesús, en un óleo de fray Juan de la Miseria de 1576.
De la vida de Santa Teresa nos separan cuatrocientos años. Un tiempo largo en que se han producido cambios muy profundos y que ha llevado a decir que la Europa actual es un continente "postcristiano". ¿Qué significado puede tener la santidad de Teresa cuatro siglos después de su tiempo, para unas personas que desde hace más de dos siglos vienen oyendo hablar de la "muerte de Dios"? Dios ha pasado a ser, según Nietzsche, filósofo alemán, un "fósil del leguaje". ¿Es Santa Teresa maestra de vida cristiana y modelo de santidad para el mundo de hoy?
En principio parece difícil que pueda serlo, por la gran distancia que hay entre su tiempo y el nuestro, sobre todo en el tema religioso. La España del siglo XVI estaba llena de un cristianismo sin fisuras y era una sociedad sacralizada. Mientras que en la España actual vivimos con las creencias en el interior de la iglesia y con una sociedad totalmente desacralizada. Aunque no podemos olvidar que también había más religiosidad que fe, por lo cual quizás Dios estuviera "menos vivo" de lo que creemos hoy.
Quizás suceda con el mensaje de Teresa en sus escritos que al principio puedan resultar difíciles de entender a más de un lector, por su manera de escribir, que es como habla, y por la diferencia con el castellano que hablamos hoy. Pero sabemos que basta un pequeño esfuerzo con esos escritos para que cualquier lector interesado termine captando lo que reconocía en ellos Fray Luis de León: "Siempre que los leo, me admiro de nuevo, y en muchas partes de ellos me parece que no es ingenio de hombre el que oigo; y no dudo sino que habla el Espíritu Santo en ella en muchos lugares, y que le regía la pluma y la mano, que así lo manifiesta la luz que pone en las cosas oscuras y que enciende con sus palabras en el corazón que las lee".
Comprendo que Santa Teresa es una de esas personas cuya palabra produce un eco de luz en quien la lee o quien la escucha, ante la cual se sienten aludidos hasta descifrar en sus propias experiencias cosas de las que a veces no son conscientes.
Es así como puede verse la actualidad y la santidad de Teresa, por la influencia que ha ejercido a lo largo del tiempo, e incluso entre los alejados del cristianismo.
Edith Stein, en cuyo descubrimiento de la verdad tuvo una importancia decisiva la lectura del Libro de la Vida, escribió que "el extraordinario trabajo de educación de nuestra santa madre no terminó con su muerte; su acción traspasa las fronteras de su pueblo y del Monte Carmelo; no se queda encerrada en la Iglesia, sino que llega también a los que están fuera. El poder de su lenguaje abre los corazones y conduce al interior de la vida divina. El número de los que le dan gracias por haberlos conducido a la luz sólo será conocido el día del Juicio".
Y un autor que pasaba por agnóstico y nihilista, Émil Cioran, pero que sentía verdadera devoción por Santa Teresa, a la que llamaba "patrona de España y mía", dijo de ella que es "un momento divino en la historia de la humanidad".
La santidad, como todo en la vida espiritual, es para los demás, y en el caso de Santa Teresa se demuestra en el realismo de las obras, en "los ímpetus grandes de aprovechar almas", en que "de todas maneras que pudiéremos llevar almas para que se salven y siempre le alaben a Jesús" . Y eso es, precisamente, lo que demuestra también su riquísimo epistolario, las 550 cartas que se han conservado, que son una mínima parte de tantas como pudo escribir (los cálculos que se han hecho hablan de unas 25.500 posiblemente) y en las que se percibe en todo momento el propósito de ser con la pluma lo que era en vida: maestra espiritual, "allegar almas que le alaben" (carta al padre Gracián).
Esas cartas, que fueron valoradas sólo como reliquias, que no resultaban tan atractivas, y que por lo mismo tardaron en ser impresas (las que no se perdieron), son hoy la mejor fuente para conocer al vivo la personalidad teresiana, por ser el producto más espontáneo de su pensamiento y de sus verdaderas actitudes, sin las prevenciones de los otros escritos mayores, redactados con no pocas autocensuras y ante la Inquisición, con elaboraciones pensadas para los confesores y eventuales censores. En las cartas, en cambio, se entrega sin reservas y vuelca en ellas un caudal de intimidad que las hace inconfundibles. Los muchísimos detalles cotidianos y domésticos, sus mil cuitas y preocupaciones, sus actitudes y gestos más humanos, sus alegrías y tristezas, risas y llantos, simpatías y antipatías (que las tuvo), predilecciones y decepciones, todo eso y mucho más sólo es posible conocerlo a través de esa correspondencia espontánea que los refleja a cada momento en estas cartas: anima, riñe, aconseja, psicoanaliza y bromea.
Y es así como se puede ver su santidad, como quería Simone Weil: "No es por la forma en que un hombre habla de Dios, sino por la forma en que habla de las cosas terrenas, como se puede discernir mejor si su alma ha permanecido en el fuego del amor de Dios".
Su humor inteligente, con una santidad alegre que la hacía capaz de elevar hasta los momentos más amargos de su existencia, de su proyecto, y que cuenta en narraciones simpáticas como la que describe al padre Gracián –con la que concluimos– sobre este episodio que vivió en el viaje de vuelta de Sevilla a Toledo, en compañía de su hermano don Lorenzo, de un joven postulante llamado Diego y del amigo generoso Antonio Ruiz:
"¡Oh, mi padre, qué desastre me acaeció! Que estando en una parva, que no pensamos teníamos poco, cabe una venta que no se podía estar en ella, éntreseme una gran lagartija entre la túnica y la carne en el brazo, y fue misericordia de Dios no ser en otra parte, que creo me muriera, según lo que sentí; aunque presto la asió mi hermano y la arrojó y dio con ella a Antonio Ruiz en la boca, que nos ha hecho harto bien en el camino; y también Diego mucho, por eso déle ya el hábito, que es un angelito".