Religión en Libertad
El Papa León XIV, durante la toma de posesión de la Cátedra Romana del Obispo de Roma, el pasado 25 de mayo.

El Papa León XIV, durante la toma de posesión de la Cátedra Romana del Obispo de Roma, el pasado 25 de mayo.

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Hace 155 años, cuando el recién nacido Reino de Italia conquistó lo que quedaba de los Estados Pontificios y el Papa Pío IX se retiró tras la Muralla Leonina convertido en “el prisionero del Vaticano”, la opinión de las élites europeas declaró finiquitado el papado como agente histórico y, según creían, también la Iglesia católica.

Pues bien…

El mes pasado, la elección del duodécimo sucesor de Pío IX captó la atención mundial como posiblemente ningún otro cambio de liderazgo institucional o gubernamental es capaz de hacerlo. Buena parte del mérito corresponde al Papa León XIII, quien entre 1878 y 1903 inventó el papado moderno como lugar de magisterio moral global y como instrumento de testimonio moral global. Al mismo tiempo, León XIII activó una dinámica que condujo al crecimiento de la Iglesia católica hasta una comunión global de 1400 millones de personas, una comunidad mundial de una diversidad y una inclusión de las que ninguna otra puede presumir.

El Papa León XIV es demasiado inteligente, demasiado inclinado a las buenas maneras y demasiado astuto como para haberlo dicho, pero... cuando salió a la loggia central de la Basílica de San Pedro la noche del 8 de mayo, este hijo del Medio Oeste de Estados Unidos podría muy bien haber dicho, parafraseando a Mark Twain: “Los rumores sobre sobre la desaparición de la Iglesia han sido enormemente exagerados”.

A quienes nos encontrábamos en Roma en aquellos electrizantes días no pudo dejar de impresionarnos el entusiasmo con el que fue recibido el 227º obispo de Roma. Sin embargo me inquietaban entonces, y siguen inquietándome, los potenciales inconvenientes del Petrocentrismo -una focalización en el Papa y en el papado como si fuesen el índice de un volumen Todo sobre la Iglesia- que ha exhibido el mundo católico de un tiempo a esta parte.

Sin duda hay aspectos que son una buena noticia. El mundo necesita a un adulto que hable como adulto en un ecosistema global de comunicaciones dominado -y por tanto, perturbado- con demasiada frecuencia por los audios y los tuits, y León XIV ya ha demostrado cómo hacerlo. El mundo necesita alguien que pueda hacer brillar la luz de la verdad en la oscuridad del conflicto y de la guerra, y León XIV también lo ha hecho ya. Mil cuatrocientos millones de católicos necesitan un punto de referencia para la unidad como una de las cuatro notas de la Iglesia, y al recordarnos que este año se cumple el 1700º aniversario del Credo de Nicea, León XIV nos ha mostrado exactamente dónde encontrar el modelo para esa unidad-en-la-verdad.

Sin embargo, el petrocentrismo tiene sus inconvenientes.

Lo que sucede en Roma no agota ni en lo más mínimo lo que en todo el mundo sucede en la Iglesia, a ella y con ella. En la encíclica de 1990 Redemptoris Missio, Juan Pablo II enseñó que la Iglesia no 'tiene' una misión, como si la misión fuera una más entre las docenas de cosas que la Iglesia hace. No, la Iglesia 'es' una misión, una misión evangelizadora definida por el mismo Cristo en Mateo 28, 19: “Id y haced discípulos a todos los pueblos”.

Por tanto, lo que sucede en la misión del padre Bill Ryan en Togo, o en los campus donde está presente la hermandad Focus de universitarios católicos, o en la vibrante vida pastoral de la archidiócesis de Bamenda en Camerún, o entre los heroicos sacerdotes y el pueblo de la Iglesia greco-católica ucraniana, o en los hospicios o los centros de ayuda al embarazo gestionados por la Iglesia, o en el solitario testimonio de Jimmy Lai en una celda de Hong Kong… o lo que sucede en tu parroquia local, es al menos tan importante, y a menudo más importante, que lo que sucede en Roma.

Cuando se fundó Estados Unidos había unos 25.000 católicos, y puedes apostar sobre seguro a que menos de cien de ellos conocían el nombre del Papa (Pío VI, a la sazón) o lo que hacía.

El péndulo ha oscilado ahora en la dirección opuesta, de tal modo que a demasiados católicos les preocupa -intensamente, incluso frenéticamente- todo  lo que se cuece en Roma: creo que se trata de una desgraciada conjunción de la politización de todo con la cultura del entretenimiento del siglo XXI. Está bien interesarse por la vida en el centro administrativo de la Iglesia; no lo está obsesionarse con ello, alimentado por blogs desinformados y redes sociales. Eso distorsiona la realidad católica global al tiempo que suscita ansiedades injustificadas y esperanzas erróneas.

El Papa León XIV tiene ante sí una inmensa tarea. Tengámosle presente todos los días en nuestras oraciones. Hagámosle también el favor de no diseccionar cada frase que pronuncie, cada iniciativa que emprenda o cada nombramiento que haga como si el futuro de la Iglesia estuviese pendiente de un hilo. Eso añade un peso más a los que Robert Prevost asumió hace un mes cuando -como aficionado de los Chicago White Sox y por tanto acostumbrado al sufrimiento- dijo Accepto en la Capilla Sixtina.

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