Religión en Libertad

La condición de jesuita de Jorge Mario Bergoglio ha sido decisiva en su pontificado como Francisco.

Creado:

Actualizado:

xml.err

Un hombre notable ha abandonado la escena. La Compañía de Jesús nació hace quinientos años y pronto creció hasta convertirse en la orden religiosa más influyente (y temida) de la Europa posterior a la Reforma. Francisco fue el primer jesuita elegido para la cátedra de San Pedro, un hito histórico que definió su singladura como pastor jefe de la Iglesia católica.

Serán los historiadores quienes miren atrás y sopesen los logros y fracasos concretos de sus doce años como Papa. Pero el tono, el tenor y la tendencia de su liderazgo sobre la Iglesia reflejaron la característica personalidad de la Compañía de Jesús, teñida con el fuerte temperamento de Francisco.

Los jesuitas son hombres de acción. La formación que reciben les empuja a serlo. En el centro de su preparación están los Ejercicios Espirituales, pauta de meditación y oración establecida por el fundador de la Compañía de Jesús, San Ignacio de Loyola. Los ejercicios se practican en soledad. Su finalidad es hacer presente a Dios para que el jesuita en formación pueda conocer claramente la misión que Dios le reserva a él y solo a él.

He hecho la versión de ocho días de los Ejercicios Espirituales. (A los jesuitas se les exige la versión de treinta días en diversas etapas de su formación.) Puedo dar fe de que es un instrumento muy potente para discernir ‘lo único’ que Dios que pide que hagas.

La consecuencia de esta formación es una mentalidad de santa determinación, lo que suele provocar impaciencia ante los impedimentos, incluso ante aquellos creados por las obligaciones morales y religiosas.

Por ejemplo, San Ignacio dispensó a los miembros de la orden de la tradicional obligación del clero de rezar el oficio divino (las oraciones de la mañana y de la tarde que se conocen como 'breviario') si su misión apostólica lo exigía. Como es conocido, a Matteo Ricci, jesuita que viajó a China en el siglo XVI, se le dispensó de llevar hábito y adoptó la apariencia de un sabio confucionista, óptima para evangelizar a las élites chinas.

En los siglos XVI y XVII, los jesuitas se abrieron paso hasta las cortes reales por su fama como confesores no demasiado exigentes. Se les acusó de permitir la doble vida, especialmente en su propio ministerio. En esa época se acuñó el término “jesuítico”: significa hacer sutiles distinciones que convierten las prohibiciones en autorizaciones. Todo ello y otras cosas se asemejaban a la suspensión de la obligación de rezar el oficio divino: uno ha de hacer todo lo que sea necesario para completar la misión que Dios le ha asignado.

El pontificado del Papa Francisco evidenció una impaciencia jesuítica con las tradiciones vinculantes y los límites de las normas. Durante muchos siglos, al arzobispo de Milán y al patriarca de Venecia se les creaba cardenales. Hoy, ninguno de los dos lo es. Una venerable tradición de la que el Papa se alejó.

Aunque Amoris Laetitia, el controvertido documento que parece permitir la comunión a los católicos divorciados y vueltos a casar, plantea sutiles –y me atrevería a decir que jesuíticos- razonamientos, da la impresión de que el Papa Francisco se ocupó poco de los detalles teológicos. Lo que importaba era el resultado. 

En mi opinión, dicha perspectiva nace de un sutil cálculo político-cultural, según el cual una concesión muy moderada a la revolución sexual permitiría a la Iglesia ganar tiempo para navegar las aguas turbulentas de las actuales actitudes no tradicionales hacia el sexo, el matrimonio y muchos otros aspectos íntimos de la vida. Y si esto es así, debo admitir que no fue una jugada estúpida en el tablero de ajedrez de la política cultural. Bajo su liderazgo, la Iglesia católica no cambió significativamente los puntos del magisterio que chocan con la revolución sexual.

Creo que Francisco también hizo movimientos inteligentes en el conflicto entre la Iglesia alemana y Roma. La pequeña concesión de permitir comulgar a los católicos divorciados y vueltos a casar, junto con gestos retóricos que sugerían futuras y mayores concesiones, permitieron a Francisco rechazar de plano las pretensiones alemanas de una acomodación formal y oficial a la revolución sexual. Como antes señalé, los jesuitas son hombres de acción.

Una vía similar se adoptó con la Iglesia china. Se ha hecho un acuerdo secreto con el Partido Comunista Chino sobre el gobierno de la Iglesia en China. Nada que pueda sorprendernos: el secreto es el oficio ideal para un jesuita, porque permite abordar los asuntos a puerta cerradas, apoyándose en la diplomacia y la intriga. Si en los próximos siglos China se convierte en una nación católica, las tácticas de Francisco habrán quedado reivindicadas.

La encíclica más ampliamente leída del Papa Francisco fue Laudato Si’. También fue políticamente inteligente. El asunto abordado era el medio ambiente, en particular el cambio climático. Esto suponía apartarse del matrimonio, el aborto y la moral sexual, temas tratados por los Papas Juan Pablo II y Benedicto. La doctrina católica sobre estos asuntos es antipática para las élites occidentales. A las que, por el contrario, les entusiasma el activismo climático, y en algunos puntos Laudato Si' suena como un panel de Naciones Unidas sobre el cambio climático. Sin embargo, la encíclica también incluye lo que es en realidad una denuncia del capitalismo occidental y la cultura tecnológica. De nuevo, un notable movimiento político: acomodarse a las élites occidentales a la vez que se socavan los fundamentos económico-culturales de su poder.

En sus relaciones con los Estados Unidos, el Papa Francisco fue menos hábil. Los esfuerzos por suprimir la misa tradicional en Estados Unidos fueron torpes. Quizá los tropezones políticos provienen de que a él y a su círculo cercano les perturbaba la combinación de riqueza y vitalidad del catolicismo estadounidense, una combinación que hizo a los obispos estadounidenses más difíciles de manipular. O tal vez eran reflejo de la acostumbrada aversión a Estados Unidos de los hispanoamericanos de su generación. Sea cual sea la causa, fue una excepción a los habituales señuelos y dobles mensajes que caracterizaron su estilo de gobierno.

Los argentinos hacen un chiste sobre el general Juan Domingo Perón. Está sentado en el asiento de atrás de su limusina y se acercan a un cruce. El conductor mira atrás para preguntarle: “Mi general, ¿qué dirección tomo?” Perón responde: “Señala giro a la izquierda y gira a la derecha”. El mismo chiste podría contarse de muchos jesuitas.

El Papa Francisco era peronista y jesuita. Su pontificado acumuló doce años de maniobras, a veces ingeniosas, otras no tanto. Todo se convirtió en un instrumento, incluidas la doctrina, los encuentros sinodales, los cargos eclesiásticos, etc. Bajo esta perspectiva, el pontificado fue puramente personal, quedando el misterio de cuál fue la ‘única cosa’ que Dios encargaba a Jorge Mario Bergoglio como soldado de Cristo. En consecuencia, el carácter distintivo de su pontificado muere con él, dejando muy poco más que nuestra estupefacción.

Rezo por el descanso del alma del Papa Francisco. Que descanse en los brazos de Cristo, a quien tan apasionadamente procuró servir.