Misericordia quiero, no sacrificios
La auténtica Cuaresma.

Nos solemos olvidar de uno de los puntos cardinales del catolicismo, que es cuidar de 'los pequeños'.
Conviene recordar, antes de que finalice la Cuaresma, en aras de vivirla con mayor plenitud, que nos solemos olvidar de uno de los puntos cardinales del catolicismo, que es cuidar de “los pequeños”, véase de los pobres, los desvalidos, los enfermos, los que están solos, los cautivos, los marginados, los que pasan hambre y sed de justicia, etcétera.
Un ejemplo verdaderamente ilustrativo sería aquel mendigo al que solemos esquivar, bajo los pretextos de que él se lo ha buscado, de cuestionar en qué se va a gastar el dinero, de que es un holgazán que no trabaja o de que si le saludo con una sonrisa me va a saquear la cartera. Es posible que tengamos razón en una parte del análisis, pero es preciso subrayar que no nos corresponde a nosotros juzgarles y que nuestra misión, por consiguiente, es tratarles con cariño y arropo, al margen de lo culpables -o no- que sean de su situación. Sobre la culpabilidad de estas personas, me gustaría agregar que, por mucha cara que algunos le echen, algo poco deseable tienen en sus vidas para preferir -o necesitar- estar pidiendo en la calle antes que trabajando.
A esto, querría añadir que, a pesar de que algunos aprovechen tu amabilidad para pedirte una cantidad exorbitante de dinero, hay que aprender a sortear la situación sin perder nunca la gentileza, la simpatía y la buena educación; siempre con ternura y gallardía, con candor y bizarría, con misericordia y bonhomía. No olvidemos que, al final, todos estamos hechos de la misma pasta; por lo que es preciso recordar que estas personas tienen los mismos defectos que nosotros, aunque puede que más agudizados en algunos aspectos (o no tanto como pensamos, ojo); razón por la cual, antes de mirar la paja en su ojo, deberíamos identificar la viga que hay en el nuestro.
Esgrimo los siguientes ejemplos al respecto: les condenamos por invertir la limosna recibida en drogas y alcohol, después de habernos agarrado nosotros varias melopeas del quince durante el año en curso; les criticamos por derrochar el dinero recaudado en caprichos, tras habernos dejado cuarenta euros en cada una de nuestras cenas de postureo y postín (y en restoranes de una calidad ínfima e infame, para colmo del esperpento); les atribuimos el calificativo de vagos, cuando nos hemos pasado la semana departiendo a través de WhatsApp (y cotilleando la estólida rutina de los demás exhibida en sus stories de Instagram), para volver a casa y atiborrarnos al consumo bulímico de series de Netflix; muy heroico y sacrificado todo.
Después de haberme despachado a gusto, ahora blandiré el florete en defensa de quienes tienen adjudicado el sambenito de “raritos”. Pues bien, con estos, aunque no sufran de mendicidad, también tenemos que ser afables, tiernos y misericordiosos. Más aguante a la hora de dedicar tiempo a los demás y menos esfuerzo para sacarnos un MBA, perseguir “el éxito” y esculpir nuestra apolínea figura en el gimnasio. Más entereza para acompañar a quienes están solos y en la cama de un hospital, y menos ayunos intermitentes. Como brotó de los labios del propio Jesús, “misericordia quiero y no sacrificios” (Mateo 12, 7); algo que el profeta Oseas ya adelantó unos cuantos siglos antes de Cristo al decir: “Misericordia quiero, que no sacrificios” (Os 6, 6).
Como parece que hay que explicarlo todo, considero pertinente matizar que esto no significa que esté mal que nos sacrifiquemos; es más, se trata de una alforja que necesitamos para transitar por los senderos de nuestra singladura cristiana. Lo que creo que esta cita bíblica quiere decir es que cambiemos el epicentro de nuestras prioridades, dado que existe la -inveterada- tentación estoica de colocar los sacrificios por encima de la compasión.
Sobre la cita a la que hecho alusión del Evangelio, esa que reza “misericordia quiero, no sacrificios” (Mateo 12, 7), en el blog Nihil Obstat el padre Martín Gelabert Ballester, O.P. recoge lo siguiente: “Los discípulos tienen hambre y arrancan espigas para comer. Como es sábado, los fariseos, defensores de la ley, alzan la voz para criticarles. Jesús cita el texto de Oseas para hacerles comprender que hay muchas cosas previas al cumplimiento de la ley, por ejemplo, el bienestar del ser humano. El criterio de actuación no es la ley, sino la persona, su dignidad y su felicidad. O la ley está al servicio de la persona, o no sirve”.
Como parece que hay que explicarlo todo, estimo oportuno precisar que esto último no puede servir como una excusa para incumplir los Mandamientos y lo recogido en el Catecismo de la Santa Madre Iglesia. Desde mi punto de vista, se trata de un aldabonazo o toque de atención a quienes limitan su vida espiritual a cumplir normas, pero luego se pasan la misericordia por el arco del triunfo. Ahora bien, como he dicho, esto no ha de ser utilizado como pretexto para saltarse la doctrina.
Recuerdo que, durante mis procelosos años universitarios, cuando estaba estudiando la carrera de Derecho, le dije a un buen amigo mío lo siguiente: “Si los fariseos se muestran implacables con el cumplimiento de la ley, los católicos no conculcamos las leyes, pero sí que les incorporamos tierna jurisprudencia”. Acto seguido, añadí que “los progres” pecan, en cambio, de transgredir y retorcer los preceptos divinos. No cabe duda de que el equilibrio ad hoc se encuentra en el catolicismo.