Religión en Libertad
Jacques-Louis David, 'Muerte de Sócrates' (1787). Metropolitan Museum of Art, Nueva York. 'Solo sé que no sé nada', proclamó el sabio griego: no todos los ignorantes son tan humildes...

Jacques-Louis David, 'Muerte de Sócrates' (1787). Metropolitan Museum of Art, Nueva York. 'Solo sé que no sé nada', proclamó el sabio griego: no todos los ignorantes son tan humildes...

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Recuerdo que, cuando era estudiante, estaba un día en casa de mis padres preparando un examen de ovinotecnia, cuando un querido amigo llegó de visita.

Cuando le dije qué materia estaba estudiando, me dijo: “¿Ovinos? Pregúntame lo que quieras. Yo sé todo”. Su padre tenía campo, y él iba con frecuencia a trabajar a la estancia familiar. Sin embargo, no me costó mucho dejarlo en blanco…

“¿No era que sabías todo?”, le pregunté. Su respuesta fue: “¡Es que yo sé todo! Lo que pasa es que a veces no me acuerdo”.

Por supuesto que todo este intercambio con mi amigo fue "en plan broma”. Él era perfectamente consciente de que no sabía todo. Pero la anécdota viene al caso, porque hay personas que, si bien pueden llegar a admitir que no lo saben todo, con frecuencia tienden a pensar que saben lo suficiente. Y a eso, en mi tierra, se le llama soberbia.

El proceso es más o menos así: hay gente muy, pero muy buena... en el sentido de “bien intencionada”, honesta, que obra sin maldad y sin intención de dañar a nadie. Como dice otro amigo, son personas que “hacen lo que pueden” con los medios que tienen: piensan y obran de acuerdo con lo que ellos entienden que está bien.

Sin embargo, creo que todos hemos visto y escuchado a gente bien intencionada defender ideas equivocadas y aun disparatadas, por ser contrarias a la naturaleza humana, a la ley natural, a la moral objetiva…

¿Por qué ocurre eso? Porque hay mucha ignorancia. Hay errores que están metidos en la cabeza de la gente desde que su más tierna infancia, y otros que se aprenden en la escuela primaria, secundaria y aún terciaria. Algunos son errores que se nos pegan de la “cultura general” a través de comentarios de particulares, de periodistas, de escritores, de obras de cine o de teatro...

Por ejemplo, hay quienes no saben -porque nadie se lo ha dicho y por tanto no entra en su esquema mental- que la ley humana positiva debe ser reflejo de la ley natural. Esta, a su vez, es la participación de la criatura racional en la ley eterna. Por eso, así como la ley natural y la ley eterna no contradicen la ley divina, tampoco debería hacerlo la ley positiva. Esta debería convenir a la naturaleza humana. Si no lo hace, entonces deja de ser ley, y cae la obligación de acatarla.

Esto ocurre, por ejemplo, cuando el Estado, a través del Congreso o Parlamento de un país, aprueba una ley que despenaliza el aborto, aprueba el “matrimonio” entre personas del mismo sexo, la venta de marihuana libre o los “cambios de sexo”. O cuando el Estado se mete en cuestiones relacionadas con la educación de niños y adolescentes, avasallando así el derecho de los padres. Hemos sido testigos de graves errores en estas cuestiones por parte de personas que creen, honestamente, que la ley positiva debe cumplirse siempre.

Esta ignorancia podría superarse con cierta facilidad si las personas que la padecen estuvieran dispuestas a asumir sus errores, a estudiar sus causas y a beber en la sana doctrina filosófica para alimentar su intelecto. ¿Cuál es entonces la principal dificultad, el principal problema para superar la ignorancia en personas adultas? Porque recursos para salir del error... hay. Y cuando hay voluntad, el tiempo se saca de donde no hay. Por eso creo que el principal problema es la soberbia. Esa soberbia que nos convence de que sabemos lo suficiente. Esa soberbia que nos engaña con errores del tipo “tu tienes tu verdad y tu forma de pensar; yo tengo la mía”. Esa soberbia que nos tienta con la pereza, si un buen día se nos ocurre la peregrina idea de ir al fondo del asunto…

De ahí la importancia de que todos, y en particular quienes desarrollan tareas que tienen que ver con la enseñanza o la cultura -aunque sea a nivel administrativo-, hagamos un esfuerzo por crecer en humildad. Todos tenemos el deber de ser intelectualmente honestos. Todos debemos asumir la responsabilidad de formarnos lo mejor posible, por amor a Dios, a nosotros mismos y a los demás. Y si bien todos podemos aportar algo a los demás, también todos podemos -y debemos-, aprender de ellos. Si hasta el gran Sócrates dijo “sólo sé que no se nada”, ¿de qué podremos presumir nosotros?

Quienes renuncian a la búsqueda de la verdad -¡es tarea que concluye con la muerte!-, suelen caer en el escepticismo, el relativismo y otros muchos “ismos” o ideologías. Mientras tanto, quienes procuran encontrarla, suelen crecer en humildad, hacerse más sabios, y mejorar la probabilidad de llegar a ser santos. En definitiva, eso es lo que realmente cuenta: “En esta vida emprestada, do bien obrar es la llave, aquel que se salva sabe; el otro no sabe nada”…

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