Religión en Libertad

Me quedé encerrado de noche en el Santo Sepulcro... y la tumba estaba vacía

Las diez horas más intensas de mi vida. Crónica de una pasión, muerte y resurrección.

Una escalera hace de tranca en la puerta del Santo Sepulcro. Los peregrinos que han logrado entrar, no podrán salir durante horas.

Una escalera hace de tranca en la puerta del Santo Sepulcro. Los peregrinos que han logrado entrar, no podrán salir durante horas.JCadarso

Creado:

Actualizado:

Son las siete y veinte de la tarde. El sol ha caído ya, cuando, el muecín, desde su atalaya, llama a los fieles a la oración. Un grupo de chicas españolas corre apresurado por las escalonadas callejuelas del barrio cristiano de Jerusalén, mientras los tenderos recogen sus bártulos, antes de tener que volver a colocarlos al día siguiente. 

Apenas restan diez minutos para que la familia musulmana encargada desde hace siglos de cerrar la Iglesia del Santo Sepulcro haga lo propio un día más. Saltando de escalón en escalón, las jóvenes se impacientan por llegar. El grupo de españolas tiene la intención de pasar la noche en el lugar más sagrado del cristianismo y poder vivir así, de cerca, su potente espiritualidad.

En la explanada que hay frente al templo, se congrega un puñado de peregrinos que quiere contemplar la curiosa ceremonia de clausura. En el interior, los representantes de las distintas confesiones encargadas del santo lugar esperan a que el reloj marque las siete y media en punto. Seis de las jóvenes llegan a tiempo y consiguen entrar. Pero... el grupo inicial no está completo. 

Un operario rellena las lámparas del Santo Sepulcro durante la noche.

Un operario rellena las lámparas del Santo Sepulcro durante la noche.JCadarso

Algo no ha salido bien y tres integrantes se han retrasado lo suficiente como para quedarse fuera. El musulmán encargado no perdona y se dispone a iniciar la operación de clausura, pero, un ortodoxo, que se ha quedado despistado, grita para que no cierren todavía

A un lado, en la calle, la Policía israelí acompaña los flashes de los pocos curiosos allí congregados. Al otro, más allá de las gigantescas puertas, un grupo reducido de peregrinos seglares espera junto a una miscelánea de monjes, sacerdotes y seminaristas ataviados todos ellos con vestimentas de lo más variopintas.

El que será nuestro "carcelero" por esta noche se sube a una escalera de madera y echa el cerrojo, así, sin más. De allí nadie podrá salir, ni entrar, hasta que sean las cuatro y media de la mañana del día siguiente. Da una vuelta a la llave e introduce por una pequeña ventana, que se abre en la puerta principal, la escalera en la que estaba subido hasta ese mismo momento. 

En el interior, un franciscano recoge el testigo y coloca la herramienta junto a la puerta, a modo de tranca. El templo queda clausurado, y armenios, católicos y ortodoxos vuelven a sus espacios reservados dentro de la basílica. El representante católico, un fraile franciscano, se acerca a los peregrinos y les comenta las estrictas normas que todos ellos deberán seguir. Al terminar, las jóvenes levantan su "campamento" -de bolsas con bocatas, algo dulce y termos de café- en unos bancos que hay apilados en una pared.

Han pasado veinte minutos desde el cierre del templo y, por sorpresa, aparece el mismo musulmán que poco antes había protagonizado la ceremonia de clausura. Pregunta por el encargado franciscano, pero somos nuevos y nadie sabe dónde está.

Un minuto después, un armenio de barba blanca y sotana negra trae consigo a las tres jóvenes que no habían conseguido entrar. Están muy emocionadas y comentan al resto del grupo la aventura que han tenido que vivir para llegar hasta allí, atravesando pasadizos "secretos", tejados... y escaleras de emergencia. 

Por fin, el grupo vuelve a estar al completo. Ha transcurrido solo una hora y el hambre empieza a hacerse notar. Una peregrina saca un bocadillo y el resto sigue su ejemplo. Mientras una mujer alemana reparte vasitos de café, y todas comen juntas sentadas sobre un escalón, eso sí, con el debido respeto del que se encuentra en el lugar más importante para nuestra fe.

En esta improvisada cena, a tan solo escasos metros del Santo Sepulcro, los peregrinos se sumergen en profundas conversaciones sobre la vida de Jesús. Si hay un lugar escénico perfecto para sufrir una metanoia es precisamente este, y nadie lo quiere desaprovechar. 

Cuando termina el refrigerio, el grupo se dispersa por las diferentes estancias de la basílica. Algunas aprovechan para rezar sobre la Losa de la Unción, en la que fue depositado y preparado el cuerpo de Jesús, y, otras, suben al Calvario, para rememorar la Pasión de Nuestro Señor. 

Las jóvenes están conmocionadas. Están encerradas, a su libre albedrío, en el lugar más importante del cristianismo. Auténtico imán para peregrinos llegados de cualquier lugar remoto y un "caramelo" por el que se han peleado casi todos los pueblos de la tierra.

Una joven medita de madrugada sobre la Piedra de la Unción.

Una joven medita de madrugada sobre la Piedra de la Unción.JCadarso

A las once menos cinco, una procesión de monjes ortodoxos, armados con incensarios de todos los tamaños, recorre el templo de arriba a abajo. Los peregrinos se tienen que ir cambiando de sitio, si no quieren ser arrollados por la fuerza de unos barbudos sin contemplaciones, que no están dispuestos a que nadie estropee un ritual con demasiados siglos de historia. 

De la capilla de los franciscanos sale un fraile y deja las puertas abiertas, para que el oriental inciense el pilar de la flagelación, que custodia, en este caso, la confesión católica. Al salir de la capilla, el monje balancea su artilugio frente al franciscano en señal de fraterno respeto.

Son las once en punto de la noche cuando el característico edículo rosado queda clausurado hasta el día siguiente. Frente al lugar exacto de la tumba de Cristo, los monjes ortodoxos inician una larga liturgia en la que cantan bellas y repetitivas monodias que retumban briosas en medio de la noche

A partir de ese momento, queda terminantemente prohibido cruzar por delante de la tumba de Cristo, bajo pena de llevarse el grito imperioso de un monje con coleta. Al mismo tiempo, en la parte alta del templo, en un lugar al que no tiene acceso el visitante, otro grupo de monjes arranca una ceremonia en la que entonan rezos durante más de dos horas

Para que todo se complique un poco más, al tiempo, en la capilla de los franciscanos, los católicos inician con las puertas abiertas el rezo de vísperas. Es entonces cuando se produce una especie de "batalla de gallos" sagrada, de combate entre melodías orientales y latinas, que trasladan al espectador a lo más parecido a un síndrome de Stendhal.

Es la una de la mañana cuando, en la capilla del Calvario, un monje ortodoxo da matillazos a la toaca, una madera alargada que hace las veces de "despertador". En ese mismo momento, muy cerca de allí, tres de las peregrinas se encuentran en la capilla llamada de la Invención de la Cruz, el punto más profundo de la basílica y donde, según la tradición, se descubrió la cruz de Cristo. En semejante marco incomparable, una de ellas inicia, entonces, en voz alta, la lectura de la Pasión. 

Cada uno de versículos retumba sobre las paredes con una solemnidad en tiempo y forma que resulta realmente conmovedora. A esa hora, el Calvario de Jesús está bastante tranquilo, y otra joven, genuflexa, aprovecha para meditar... con el crepitar de fondo de unas velas, de las que ennegrecen las paredes, como banda sonora.

Bajo el monte en el que crucificaron a Jesús, un muro acristalado muestra cómo se rasgó la tierra justo después de su muerte. La roca, que todavía hoy sorprende a los científicos, tiene una línea de rotura que va de arriba abajo, algo que, según los expertos, descartaría un posible origen sísmico. Por tanto, quizá, la falla sería de aquel estrépito tras la muerte de Cristo, que rasgó en dos el velo del tempo y que tan bien relatan las Escrituras.

La noche avanza lentamente, pero ya solo queda una hora para que las puertas de la basílica se vuelvan a abrir. El sueño hace mella en los peregrinos y algunos, rendidos, aprovechan para echar una cabezada sobre los bancos. A las cuatro de la mañana, los armenios, los únicos que faltaban, se suman al colorido, tomando el control del Sepulcro e iniciando así sus rezos.

En 2015, tuve la suerte de pasar una noche encerrado en el Santo Sepulcro junto a un grupo de peregrinas españolas.

En 2015, tuve la suerte de pasar una noche encerrado en el Santo Sepulcro junto a un grupo de peregrinas españolas.

Uno de ellos, que resulta ser el mismo que consiguió que las chicas españolas pudieran acceder al templo, invita al grupo de católicos a participar de su liturgia. Se trata de un gran gesto de generosidad, que, en ese momento, todos agradecen. Los cánticos, que derrochan una energía sorprendente para las horas que son, se intercalan con oraciones verdaderamente ininteligibles. 

Las agujas del reloj marcan las cuatro y media de la mañana, cuando todo va llegando a su fin. El templo vuelve a abrir sus puertas y los peregrinos se despiden de la que, seguramente, haya sido la noche más especial de sus vidas. Están cansados, pero contentos de haber tenido la suerte de pasar la noche en el mismo lugar en el que Cristo murió... y comprobar, en primera persona, que su tumba continúa vacía

***En el año 2015 tuve la suerte de pasar, junto con ocho jóvenes peregrinas españolas y un puñado de extranjeros, una noche encerrado en la Iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén.

tracking