El matrimonio en misión de Daniel y Alexa López no fue el único beneficiado de convertirse
El Camino neocatecumenal rescata a dos almas heridas y las une en misión: «Sanó nuestras heridas»

Daniel y Alexa López junto a una de sus hijas, el sacerdote Melquisedec Salcedo y los seminaristas Tim Johnson y Miguel Rodríguez en la casa de los López, en Austin.
Desde el pasado mes de julio de 2024, el Camino Neocatecumenal celebra sus 50 años de andadura en Estados Unidos, comenzada cuando Kiko Argüello y Carmen Hernández, visitaron Nueva York en 1974. Allí se reunieron con James Donegan, entonces párroco de la iglesia de Santa Juana de Arco en Jackson Heights (Queens), y el padre Vincent Resta, párroco de Santa Columba en Chelsea, Manhattan.
Ambos religiosos serían los dos principales iniciadores del Camino Neocatecumenal en Estados Unidos, responsables de un considerable crecimiento del movimiento hasta la actualidad.
Entre otras cifras, el país norteamericano cuenta con 1100 comunidades y 9 seminarios diocesanos Redemptoris Mater, donde ya se han formado un total de 270 sacerdotes y en los que actualmente se preparan para el sacerdocio 300 seminaristas. Están ubicados en Newark, Washington, Boston, Denver, Dallas, Brooklyn, Bridgeport CT, Miami y Filadelfia.
Buena parte de sus integrantes son los centenares de familias en misión dispersas por todo el país, muchas de las cuales han visto sus vidas transformadas e incluso salvadas en el movimiento.
Un buen ejemplo de ello son Daniel y Alexa López, un matrimonio con seis hijos y residente en Miami que ha relatado sus vivencias en el Camino en el último número de The Courier, periódico oficial de la diócesis de Winona-Rochester.
La familia residente en Miami (Florida) compuesta por Daniel, Alexa y sus seis hijos forma parte de un equipo misionero más amplio al que se suma el sacerdote Melquisedec Salcedo y los seminaristas Tim Johnson y Miguel Rodríguez.
Sus inicios como familia misionera: "Dios proveerá"
El matrimonio cuenta que llevaba muchos años formando parte de la comunidad neocatecumenal de Florida cuando aceptaron el llamado a ser una familia misionera. Primero se trasladaron a Minnesota y después a las "dos Dakotas" hace 17 años, en septiembre de 2007.
La familia dejó así una apacible vida en Florida, donde tenían una carrera boyante y todas las comodidades materiales, para enfrentarse una vez más a las grandes dificultades de una familia que empieza de cero.
Dónde vivirían, qué comerían o cómo mantendrían a su familia eran preguntas que, para ellos, siempre se respondían con la misma sentencia: “Dios proveerá”.
En cada nueva vida de misión, los López afirman haber recibido la gracia de confiar en la voluntad de Dios y de haber experimentad una profunda libertad al “soltar el control” y “dejar que Dios guíe”. Son el vivo ejemplo de cómo la Providencia conoce y escucha las necesidades de la familia que se entrega a la misión.
"El Señor sanó nuestras heridas"
Pero el relato de un alma confiada y una providencia que responde con el ciento por uno no es nuevo, ni para Daniel ni para Alexa, iniciados en la comunidad a los 14 y 16 años buscando desesperadamente sanar sus muchas heridas.
En el caso de Daniel, se incorporó a la comunidad tras sufrir el divorcio de sus padres. En un primer momento, respondió albergando un fuerte resentimiento, especialmente hacia su padre. A ello le siguieron las adicciones sexuales y el alcoholismo.
Para Alexa, a las heridas de una familia desestructurada se añadían las causadas por una madre enferma y agonizante de cáncer.
A raíz de la pérdida, Alexa dirigió su ira contra Dios y, buscando escapar, probó todos los “placeres mundanos” que fue capaz de encontrar.
Solo tras pasar a formar parte activa de la parroquia y del Camino, el futuro matrimonio pudo llenar el vacío.
“Fue en la comunidad donde, poco a poco y con mucha paciencia, experimentamos cómo el Señor, a través de la Iglesia, sanaba nuestras heridas”, relatan.
De abuelos a nietos, toda una familia salvada
En el caso de Daniel, la confesión fue crucial. Con ella, cuenta a The Courier, “el Señor me hizo ver y experimentar cuánto me amaba al perdonar todos mis pecados. Dios también me dio la gracia de pedir perdón a mi padre cuando comprendí que no soy Dios para juzgarlo”.
No fue el único beneficiado. Tras muchos años de vidas separadas, sus padres se reconciliaron y ahora viven y caminan juntos en la comunidad de la misma parroquia que su hijo Daniel.
Por su parte, Alexa también pudo reconciliarse con sus padres, y asistió en oración y en paz al fallecimiento de su madre, acompañada en todo momento por los miembros de su comunidad. Un “amor de Dios” que también experimento, como Daniel, en el perdón de sus pecados y en la reconciliación con su madre y su misma historia.
El "sí" a la misión: solo entonces llegaron los hijos
En cuanto a sus inicios como familia, Alexa admite que desde que le conoció, siempre vio a Daniel como un amigo, hasta que “Dios permitió que empezase a verlo como un posible esposo”.
Ambos se unieron en matrimonio con 25 y 27 años y algunos años después manifestaron su deseo de ser misioneros.
Tras años casados, Daniel y Alexa prácticamente habían interiorizado que no podrían ser padres, lo que cambió de forma abrupta con su “sí” a la misión. Tan pronto como iniciaron su nueva etapa, su matrimonio comenzó a ser bendecido con hijos hasta los seis que tienen ahora.
A sus 86 años, el sacerdote Melquisedec Salcedo está radicado en la diócesis de Buga (Colombia) y actualmente acompaña a otras familias en misión como los Martínez, manteniendo al mismo tiempo una fuerte vinculación con los feligreses de su parroquia.
“Fue el sacerdote con el que más me comuniqué durante mi infancia”, admite Pablo Andrés Villa, anterior feligrés y ahora sacerdote en Washington.
“Había un sacerdote que siempre fue muy feliz. Pensé: ¿Cómo podría ser feliz sin esposa, sin hijos y siempre dando a la Iglesia? Pero lo era”, agrega Villa.