Jueves, 25 de abril de 2024

Religión en Libertad

San Lucas 1, 26-38

Darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande

ReL

Inmaculada Concepción de María
Inmaculada Concepción de María

Evangelio según san Lucas 1, 26-38

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.

El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.»

Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél.

El ángel le dijo:

«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.»

Y María dijo al ángel:
«¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?»

El ángel le contestó:

«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.»

María contestó:

«Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.»

Y la dejó el ángel.

Señor Dios, ayúdanos, ante la contemplación de este evangelio, a tomar ejemplo de la Santísima Virgen María, de su humildad: “ella se turbó al oír estas palabras “..., de su pureza: “¿Cómo  podrá ser esto, pues yo no conozco varón?”, de abandono en Dios: “ He aquí la esclava del Señor...”.

En María hemos de encontrar fuerza para redescubrir permanentemente la vida cristiana y religiosa como la fidelidad a la religión del misterio y del milagro, del martirio y de la misericordia, del “Magnificat” y de la magnanimidad.

Haz, Señor, que con estas palabras divinas, en este año de la Misericordia, aprendamos a vivir en Tí, por medio de María, la misteriosa e inefable realidad de nuestra incorporación a Ti, ya que has asumido la responsabilidad y el destino de todos los hombres por tu infinita misericordia. Que seamos fieles a tu amor. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

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