Martes, 23 de abril de 2024

Religión en Libertad

Guerra Campos, el «pastor bueno»: un documental evoca en su centenario al histórico obispo de Cuenca

Fraga, Guerra Campos y Suárez, en la bendición de RTVE.
Monseñor José Guerra Campos, entonces obispo auxiliar de Madrid, bendice en 1969 las instalaciones de RTVE en presencia de su director general, Adolfo Suárez (futuro presidente del Gobierno) y del ministro de Información y Turismo, Manuel Fraga (futuro presidente de la Xunta de Galicia).

Carmelo López-Arias / ReL

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El 13 de septiembre de 1920 nació en Seaires de Abaixo (La Coruña) el que sería célebre obispo de Cuenca, José Guerra Campos, fallecido en 1997 tras una trayectoria episcopal tan brillante como controvertida.

Con motivo de su centenario, EUK Mamie ha producido un documental titulado Monseñor Guerra Campos, el pastor bueno. Se estrenará el 25 de abril, precisamente el Domingo del Buen Pastor.

En palabras del cardenal Marcelo González Martín (1918-2004), arzobispo de Toledo esa bondad característica del prelado gallego está en la causa de muchos de los problemas que sufrió: "Era tan profundo como un pozo sin fin, y tan agudo como un cuchillo cortante, y tan sencillo como el canto de un niño. Como era tan bueno, Guerra Campos, sin pretenderlo, dejó traslucir lo que era". 

Una disconformidad expresada con franqueza

Y ¿qué era? Un obispo que "entendió el Concilio desde la hermenéutica de la continuidad con la Tradición", denunció "el incumplimiento de la letra del propio Concilio", alertó de "una crisis de la Iglesia posconciliar que fue la continuación de la crisis modernista nunca del todo sofocada" y lamentó "la llegada de un Estado liberal, relativista y absolutista" y "la colaboración de buena parte de la jerarquía eclesiástica española en la destrucción de uno de los últimos Estados cristianos del mundo para alumbrar un Estado ateo".

Así le describe Francisco J. Carballo, uno de los mejores conocedores de la vida y obra de monseñor Guerra Campos (a cuya "teología política" consagró su tesis doctoral), en un artículo publicado en la revista Razón Española (224, enero-febrero) de 2021), precisamente con motivo de su centenario.

Documental "Monseñor José Guerra Campos, el pastor bueno", estrenado el 25 de abril de 2021.

Ordenado sacerdote en 1944, teólogo formado en la Universidad Gregoriana de Roma, monseñor Guerra Campos fue nombrado obispo auxiliar de Madrid en 1964, lo que le permitió participar en la tercera sesión del Concilio Vaticano II.

Su intervención "respecto al ateísmo marxista" en el debate sobre la constitución Gaudium et Spes "se reputó como la más destacada de la jerarquía hispana en la citada asamblea, elogiándose primordialmente en los medios más avanzados de España e Italia", afirma el historiador José Manuel Cuenca Toribio. Incluso desde el Partido Comunista se destacó la fidelidad con la que el prelado había expuesto sus principios, aunque fuera para refutarlos.

Fue el primer secretario general de la recién nacida conferencia episcopal española, y Pablo VI le nombró en 1972 obispo de Cuenca. Lo sería durante veintidós años en esa pequeña diócesis del centro de España, hasta su renuncia en 1996.

"Automarginado y aislado en su sede, haría de ella", afirma Cuenca Toribio, "un notable vivero de vocaciones sacerdotales y un poderoso foco espiritual, conservando hasta el término de sus días una dedicación intelectual fruto de la cual surgiría una de las principales obras científicas de la jerarquía española contemporánea".

Juan Pablo II y Guerra Campos.

Monseñor Guerra Campos saluda a Juan Pablo II.

¿Por qué "automarginado y aislado"? A partir de un cierto momento, Guerra Campos dejó de asistir a las reuniones de la conferencia episcopal por su desacuerdo con el rumbo de la Iglesia española.

Había participado de forma activa en tres momentos dramáticos del postconcilio en España, explica Carballo: la bautizada como Operación Moisés con la que elementos progresistas quisieron tomar el mando en 1966, un intento que él mismo frustró infiltrando sacerdotes para recabar información; la crisis y conflicto de Acción Católica entre 1966 y 1968; y la Asamblea Conjunta de obispos y sacerdotes de 1971. Constatada su derrota y a la vista del respaldo de la secretaría de Estado a las decisiones eclesiales y políticas de buena parte del episcopado, Guerra Campos optó por entregarse en cuerpo y alma a su diócesis.

La conocía como la palma de su mano, en particular a sus sacerdotes, haciendo realidad pastoral las exigencias canónicas de la presencia y permanencia del obispo entre sus ovejas.

Eso no le impidió escribir obras muy notables sobre las excavaciones del sepulcro del Apóstol Santiago, uno de sus temas de estudio preferidos, y principalmente sobre cuestiones doctrinales y pastorales de actualidad, en particular sobre la confesionalidad del Estado, su gran caballo de batalla.

Una legislación inspirada en la ley de Dios

Carballo destaca que Guerra Campos no defendía una formulación jurídica especial de dicha confesionalidad (ni siquiera la que había durante el régimen de Francisco Franco), sino "su alma: una legislación civil inspirada en la Ley de Dios".

De hecho, "no se opuso a la Transición política de manera visceral y gruesa, sino que se preguntó si entre tantas demandas de cambios, no sería posible conservar el depósito sagrado de la Tradición, una invariante moral que estuviese por encima de la voluntad de los grupos y partidos. Se trataría de mantener como principio inspirador del Estado una cosmovisión históricamente española, mayoritaria en España desde el punto de vista sociológico, y necesaria para un orden social de acuerdo con el bien común".

El propio Guerra Campos expresó en 1988, ya bien consolidado el nuevo régimen político, la que consideraba labor de la Iglesia en toda circunstancia: "En el campo de la moral aplicada a la vida pública, la Iglesia necesita, no sólo que se cumpla lo que enseña sino volver a enseñar lo que se ha de cumplir. Y esto incluye: reafirmar su doctrina, rescatarla de las exposiciones falseadas, y quizá reajustarla, integrando los fragmentos con unidad orgánica; evitando en todo caso que su mensaje quede rebajado a ser una expresión más del lenguaje político y cultural del mundo".

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