Viernes, 03 de mayo de 2024

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Aportar sentido común y de las proporciones a una cultura insaciable y acelerada: Dios ayuda

Menos poseer y más comunicar, más tradiciones y menos adicciones: un diálogo con Higinio Marín

Higinio Marín, rector de la Universidad CEU Cardenal Herrera en Valencia - foto de Josema Visiers
Higinio Marín, rector de la Universidad CEU Cardenal Herrera en Valencia - foto de Josema Visiers

La Antorcha / ACdP

¿Y si en la raíz de los problemas de salud mental hubiera causas que van más allá de lo psíquico?

Es la tesis de Higinio Marín, rector de la Universidad CEU Cardenal Herrera, profesor de Filosofía y autor de obras como Teoría de la cordura y de los hábitos del corazón, que en esta entrevista para la revista La Antorcha aborda temas como la psicologización de la vida, la morfología del deseo o la necesidad de hacer promesas incondicionales.

- En alguna ocasión ha dicho que la salud mental es “un área de combate ideológico”. ¿En qué sentido?

- Hoy entendemos por enfermedad la ausencia recurrente de bienestar. Entonces, cuando hay cierta insatisfacción personal con la vida de uno —o con el trabajo, o las relaciones— enseguida tendemos a tratar esa situación como una patología. Tendemos a reducir la existencia y su trama a los desórdenes o dolencias psicológicas que las acompañan. Si alguien se muere, nos parece que hay que gestionar las etapas del duelo… Bueno, pero quizá hay que hacer algo más, ¿no?

»Es una sociedad muy superficial, que atiende de forma muy solícita a los síntomas, pero esquiva las causas. Es un debate científico, pero también moral y político. Un ejemplo: por supuesto que hay que cuidar a los niños cuando se producen separaciones… pero tal vez debamos revisar si las políticas públicas deben fomentarlas o plantear otras líneas de actuación.

- Mientras, España lidera ránkings mundiales en consumo de ansiolíticos y sedantes…

- Y de cirugía estética, y de caída de nacimientos, y de aprobación de leyes en contra de la vida… Creo que la correlación no es irrelevante. Los españoles nos aprestamos a las causas ideológicas con el mismo entusiasmo con el que nos aprestábamos a las causas religiosas. A mí me parece que todos estos psicofármacos son paliativos de una dolencia que no se cura, cuyas causas no abordamos y cuyas raíces no alcanzamos a entender.

- ¿Tal vez porque las causas del malestar son espirituales, y no físicas?

- Pienso que sí, y una de ellas es la distorsión del deseo. Vivimos en un régimen de exacerbación del deseo posesivo. La saturación de satisfacciones ha generado una morfología del deseo obesa. Me recuerda a Los zapatos rojos, el cuento de Andersen: cuando deseamos con una intensidad desmedida —es decir, sin un deseo más profundo que se oponga— quedamos poseídos por el objeto de nuestro deseo. Por eso dice el sociólogo Anthony Giddens que a medida que han ido cayendo las tradiciones —que siempre conllevaban una alternancia de momentos de satisfacción y de privación voluntaria— han ido creciendo las adicciones.

- ¿Cómo podemos moderar este deseo de poseer?

- Desde sí y por sí no es posible. La forma de moderarlo es entender que los seres humanos tenemos otra forma de deseo más decisiva y capaz de dinamizar la existencia: el deseo comunicativo. El ejemplo más elemental es cuando te cuentan un chiste y sientes la necesidad de contárselo a otros: todos los bienes desencadenan esa dinámica expansiva. El deseo comunicativo no nace de una carencia, sino de una posesión, pero que no está privada. Cuanto más se participa, más perfectamente se posee. Por ejemplo, el deseo sexual se reproporcionaliza al vincularse con la pasión interior de la intimidad comunicante. Ahí se produce el milagro de la castidad cristiana.

- En su libro Teoría de la cordura y de los hábitos del corazón plantea que la “locura” es un concepto social.

- Sí, pero hay palabras que no se dejan domesticar, como “cordura”, que viene del término latino cor, cordis (“corazón”). Tener cordura es tener corazón, y el ejercicio propio de este es recordar —que también incluye cor, cordis en su etimología—; regresar las cosas al corazón. Recuerda quien no deja caer en el olvido lo sustancial de la existencia, como Penélope en la Odisea o la Virgen María, de quien se dice en el Evangelio que guardaba todo “en su corazón”. Recordar es una forma de adensar la existencia y la interioridad: guardar las palabras escuchadas, las palabras dichas… Hacer promesas incondicionales es un acto que abre y consolida una morfología interior en la que los afectos se adensan y son muy relevantes, pero no decisivos.

- Como el matrimonio, aunque hoy en día muchos lo ven —precisamente— como una locura...

- Eso es muy interesante, porque nadie en su sano juicio haría una promesa como la matrimonial. Es decir, ¿de verdad puedes prometer un vínculo incondicional? ¿Ocurra lo que ocurra, en la pobreza y en la riqueza, en la enfermedad y la deformidad…? Es una promesa que expresa un anhelo originario del corazón humano, y al hacerla con la pretensión de darle cumplimiento uno sabe que por sí mismo no será capaz, y que está apelando a un poder más grande que el suyo.

»Por eso casarse en una iglesia es el movimiento espontáneo y razonable para los que hacen esa promesa. Vamos a un lugar sagrado a invocar auxilio para un anhelo del corazón que sospechamos que nos haría felices de poder darle cumplimiento.

Esta entrevista en papel se publicó originalmente en la revista La Antorcha, una publicación gratuita editada por la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP) que ofrece una mirada cristiana sobre la realidad. Hay un versión algo más larga en vídeo aquí:


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