¿En qué consiste la Oración Viva?
Me lo preguntaban ayer en un grupo, en el que estábamos debatiendo acerca de la Iglesia. Me acordé de la historia de aquellos dos seminaristas que acudieron a un grupo de oración carismático a recibir la efusión del Espíritu Santo. Volvieron llenos de ilusión, llenos de alegría por la experiencia vivida y con un celo temerario por difundirla que les llevó a llamar a la puerta de su obispo.
Recuerda Raniero Cantalamessa, hablando de esta efusión el Espíritu Santo y de la teología sacramental comenta:
En otras palabras, el sacramento necesita de la fe de quien lo recibe y existe algo que nos tiene “ligados”, atados, o impedidos de vivir con plenitud la gracia que ya habita en nosotros. O dicho de otro modo, lo recibimos, pero “no se nota” Creemos y con razón teológica, en la gracia, el significado y la acción efectiva de los sacramentos. Pero de alguna manera perdemos la razón práctica cuando “no funcionan” Y digo bien no funcionan, yendo más allá de sentimentalismos y efectismos baratos. Una Iglesia que funcione y que salve, “sacramento general de salvación”, tiene que impactar en las vidas de quienes se acercan a ella. Y no digo que esto no pase, pero me permito comentar que no pasa todo lo que debiera. Lo mismo con la oración. Está muy bien “hacer oración” siempre que la oración te haga a ti también. Si no, se convertirá en un diálogo sordo; un ejercicio de piedad a anotar en la agenda, algo meritorio pero insatisfactorio. Y una oración viva, tiene que ser una oración que salve. Para terminar y al hilo del tema del sacramento ligado me permito citar “La Ciudad de Dios” de San Agustín de Hipona (354-430), considerado el teólogo más importante de los cuatro primeros siglos de la Iglesia y el primer hombre moderno de nuestro tiempo: