Religión en Libertad

Hombre-luz-noche

Creado:

Actualizado:

El Señor en la cruz, en el dolor sintió el abandono de Dios, y gritó: Dios mío, Dios mío, porque me has abandonado (cf. Sal 22). Él, siempre unido al Padre, experimentó la soledad y el abandono de Dios. Jesús, el Verbo, que existía junto a Dios (cf. Jn 1), y es Dios como el Padre, en su humanidad, sintió el rechazo de Dios, en el momento de mayor angustia y sufrimiento. Cuando él daba su vida por todos, experimentó que Dios le dejaba solo. Jesús, siempre hizo la voluntad del Padre, pero en el momento de la entrega máxima y hasta el extremo (cf. Jn 13), se sintió solo ante él.

Cuantas veces en la vida experimentamos el abandono y la soledad de Dios. Cuantas veces sentimos que Dios se ha ido de nuestras vidas y nos ha dejado solos, cuando lo pasamos mal, cuando tenemos una necesidad o cuando necesitamos ayuda de los demás. Pensamos y creemos que Dios se ha ido de nuestras vidas, y ya no se preocupa de nosotros. Nos sentimos solos, y experimentamos su lejanía. Cuando lo pasamos mal, no lo sentimos cercano. Es como si despreocupara de nosotros, y, no estuviera a nuestro lado.

En los momentos de soledad, parece que Dios no está. Tienes que decidir en todo momento que hacer, y solo depende de ti. Necesitas hacer cada día, y entregarte en cada momento, incluso cuando sabes que lo que haces no va a tener repercusión, a simple vista, en la vida de otros porque se queda en la soledad y el silencio de tu vida. ¡Cuántos momentos de soledad! En ellos sientes que Dios está distante y lejos. Ya no está cerca. Buscas más entrega y no llega. Todo se pone difícil. Muchos te dicen que no, porque no hay servicio, porque no lo ven para ti. Te puedes sentir solo y abandonado. Pero el caso es que no llega el momento para ti. Oras al Señor todos los días. Incluso te puedes cansar de orar. Haces actividades para intentar llenar tantos espacios libres que quedan en el día. Paseas, lees. Pero todo sigue igual, y muchas veces estás solo en el día a día.

También, en la vida buscas porque necesitas, la presencia del hermano o del amigo. En ocasiones la encuentras. Pero, en otras, porque ellos no pueden, pasa una semana y otra y estás solo. Cuando te tienes que organizar la vida cada día, que cansado resulta en medio de la soledad, tener fuerzas para levantarse, seguir adelante y decir: ánimo que tú puedes porque aunque no lo sientas Dios está contigo.

Entonces, en los límites que te ofrece la propia existencia, cuando parece que todo se ha vuelto oscuridad y tiniebla. Solo sale un grito y clamar a Dios: Dios mío, Dios mío porque me has abandonado (cf. Sal 22). Solo se puede vivir en la espera de que llegara el momento de Dios para tu vida, y podrás ver de nuevo la luz. En la oración solo queda unirse Aquel que ha sentido lo mismo que tú: el abandono y la lejanía de Dios. Ante la miseria, la debilidad y el propio pecado, solo queda decir a Dios: No me abandones, no me dejes solo.

Cuando ya estás al límite y te sientes abandonada, y no se abren las puertas a las que llamas. Entonces, solo queda mirar a Dios y decirle: ocúpate tú de llenar los días. En esos momentos vives la prueba y purificación de un Dios, que quiere estar unido a ti, aunque tú no le veas.

Quieres entregarte a otros, pero no hay más posibilidades. Incluso cosas bonitas que el Señor te había regalado por tu debilidad desaparecen. Solo puedes dar tu servicio en lo que en el día, te pone el Señor. Te ofreces y entregas en lo que Dios ha puesto en el camino. Pero buscas algo más, y no se da.

Solo queda esperar el momento de Dios. Jesús quiere que te entregues pero solo uniéndote a él. Busca que vivas en el bien y la verdad, para tratar con amor al hermano. Pero no sabes dónde puede encontrarse esa puerta que esté abierta para ti. Te ofreces en aquello que sabes hacer, en lo que Dios te ha regalado para dar a otros. Pero cuando llega el momento de decir: quiero Señor una mayor entrega, sientes que el Señor se retira y te deja solo. No estás solo, pero lo experimentas así.

Pero, Dios te dice: Ven a mí. No estás solo. Cuando te sientes sin fuerza, te grita, que él está a tu lado; está siempre contigo y en la cruz de tu vida, él te lleva sobre sus hombros. Jesús, te pone en el día a día lo que necesitas para poder hacer de tu vida una entrega a Dios. Cuando pecas, él te dice: Ven a la casa del Padre. Y te saca el vestido de fiesta, te pone un anillo y mata el mejor cordero, porque el hijo ha vuelto a casa (cf. Lc 15). Cuando te sientes solo, él te pone un amigo a tu lado para darte ánimo y poder sentirte acompañado, y compartir la vida.

En definitiva, solo queda esperar el momento de Dios. Eso no es fácil, pero sabes seguro que llegara cuando estés preparado para poder recibir todo lo que él te quiere dar. Él quiere que seas feliz. Por ello, unido a él y buscando su voluntad, puedes tener una vida entregada para los demás. La soledad unida a él, se siente acompañada. La entrega virginal por otros, en la soledad de cada día, se hace fecunda porque Dios lo hace posible.

Belén Sotos Rodríguez

tracking