Religión en Libertad

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Mirar mejor

Se puede mirar de muchas formas: unas conjugan contemplación, demora, amor. Otras, suponen una actitud impaciente, compulsiva y creo que también desesperada. Esta segunda mirada se dice a sí misma. “No hay más cera que la que arde. No puedo esperar nada más de la vida”. Consecuentemente esta mirada anda al acecho, se tensa con la misma actitud del cazador. Están esperando denodadamente la pieza. No importa como sea la pieza: no tiene rostro. Un ejemplo claro: si la mirada y el amor de los esposos es pura contemplación del don del otro, la prostitución y el consumo de pornografía significa devorar cuerpos sin alma. Entonces si miramos sin reconocer el don de lo dado, en este caso una persona, nos encontramos con un concepto cristiano conocido como la concupiscencia de los ojos. Es el reverso de la mirada pura.

La expresión aparece en 1 Jn 2,16: “Porque todo lo que hay en el mundo —la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida— no proviene del Padre, sino del mundo.” Aquí los ojos simbolizan el deseo desordenado de poseer lo que se ve, una mirada que no acoge lo dado como don, sino que busca apropiarse de lo que se le presenta a los ojos. Un velo ha caído sobre esta mirada: nada hay detrás. La curiosidad desaprensiva ha calado en esta mirada. Quiere ver y poseer sin dilaciones. La concupiscencia de los ojos es lo contrario de la atención pura (Simone Weil) y de la contemplación receptiva (Josef Pieper, Jean-Luc Marion).

Simone Weil y la atención como oración

Presentemos a estos protagonistas de una reflexión sobre la mirada amorosa que contempla tan profundamente que descubre el don que late detrás de toda realidad. Cuando la filósofa y mística francesa Simone Weil habla de atención en su libro La gravedad y la gracia (publicado en Trotta en 1992; en francés La pesanteur et la grâce, publicado póstumamente en 1947), está describiendo en realidad una mirada amorosa que no juzga de inmediato; que no posee ni manipula; y que permanece quieta ante lo que está delante. Una mirada que no es ni fría ni analítica, sino que muestra una acogida reverente. Weil señala que “la atención absolutamente pura y sin mezcla es oración”. Quizá podamos interpretar la idea de Weil señalando que orar es dejar que la realidad, o Dios mismo, se manifieste en su verdad, sin que nosotros mismos lo distorsionemos con nuestros deseos.

Jean-Luc Marion y lo real como una donación originaria

Jean-Luc Marion, en Étant donné (en francés publicado por Presses Universitaires de France, 1997; en español Siendo dado, Encuentro, 2008), afirma que lo real no se entiende desde el sujeto que lo construye, sino desde su donación originaria. El ser se nos da como un fenómeno saturado, inabarcable que siempre desborda nuestra capacidad de medirlo o poseerlo. El filósofo y teólogo francés Marion es uno de los pensadores más leídos que reflexionan sobre la realidad entendida como don. Para Marion el don nos precede radicalmente. No depende del sujeto. El hombre moderno (desde Descartes) ignora, anclado en su visión subjetiva, que él no pone y menos configura lo dado: solo lo recibe. Con él nos movemos en una órbita realista que no ignora el carácter misterioso e inabarcable de la realidad. Hablamos de un Dios fuente inagotable de dones. Para Marion mirar amorosamente es dejar aparecer lo dado como don, sin apresarlo. El don de la realidad, que es de suyo inagotable, nos enseña un día tras otro que siempre hay más por recibir. Un ejemplo de este don a menudo inabarcable y apabullante son las nebulosas, grandes nubes de gas y polvo cósmico que existen en el espacio interestelar

Josef Pieper y el ocio contemplativo

Para Josef Pieper, filósofo alemán de raíces tomistas, la contemplación es el acto más elevado del hombre: significa decir sí a la realidad tal como se nos da. Pieper considera que esta mirada amorosa tiene lugar en el ocio contemplativo que nos enseña a recibir y celebrar lo dado (El ocio y vida intelectual, Rialp, 2003; en alemán Muße und Kult, Kösel, 1948). La explicación radica en que para Pieper la realidad merece ser celebrada porque es un regalo (el no maneja este concepto del don) sobreabundante. Y celebrar no es una palabra más pues esta celebración lleva a la fiesta que es el lugar y el momento donde la alegría de la existencia se cobra todo su sentido. Para Pieper, la raíz de toda fiesta es el culto y este culto es siempre comunitario. Estas ideas las elabora en un libro que se denomina Una teoría de la fiesta, Rialp, 2003; Eine Theorie des Festes, Kösel, 1963). La fiesta nunca es individual, cerrada o solitaria porque nada se celebra en soledad. Desde luego estamos hablando de una fiesta reverente. Para nada un jolgorio. La fiesta es la dinamización de la mirada contemplativa y enamorada y debe ser respetuosa. Es decir: la mirada reverente es aquella que reconoce que lo que vemos no nos pertenece, sino que se nos da como don. Como Marion señala que la mirada contemplativa no fabrica, no calcula, no instrumentaliza. Y por eso, con Jean-Luc Marion, reconoce que la realidad es inagotable, porque viene de una Fuente mayor.