Religión en Libertad

Simone Weil y la crisis de la atención

La crisis de la atencion nos priva de la realidad más significativa

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Estamos, en las últimas décadas, en nuestra sociedad occidental más desarrollada viviendo una crisis de la atención. La modernidad tardía nos ha dejado esa herencia entre otras. La razón instrumental, la idolatría del progreso, la eficacia como único fin tienen efectos colaterales cuando el beneficio económico arrastra todas la voluntades. Entonces las mercancías todo lo absorben. El ejemplo más claro, ni mucho menos el único, es la atención secuestrada por la industria del ocio digital. La crisis de atención es, en el fondo, una crisis de sentido, una desnaturalización de la vida humana que nos puede condenar a habitar en un órbita repetitiva y desencantada. Y sobre todo nos priva de la capacidad de percibir y calibrar las exigencias de la realidad que son el sustento de la verdad.

El hombre y la mujer modernos, en esta tesitura, casi no se conocen a sí mismos y son incapaces de un certero autoexamen como pedía Sócrates y deambulan por la vida carentes de unos fines con un significado hondo. En esta deriva, enamorados de las mercancías,  solo tienen un objetivo muy a corto plazo: divertirse, buscar novedades, lucirse y, en muchos casos, polemizar, cuando no extremar los odios e identificar a los enemigos.

Simone Weil

Simone Weil, la mística francesa de la primera mitad del siglo XX (1909-1943), nos dirá que somos incapaces de un vaciamiento activo que permita recibir la realidad sin deformarla por deseos o prejuicios. Como consecuencia de todo ello el realismo está en retroceso, y el subjetivismo inflado prospera más. Hemos perdido el paladar para degustar el delicado plato de la realidad.

Hemos perdido la pureza que permite mirar atentamente lo que las cosas son.

Entonces, ¿cuáles son las únicas preocupaciones que movilizan? La pérdida de un estatus de vida es la gran preocupación. La salud, la soledad. No caben ahí la amistad no utilitaria, el cuidado entregado de la pareja, de los hijos, una existencia significativa enfocada hacia la vida buena y la verdad, hacia una cultura más reveladora. Simone Weil señala proféticamente que esta crisis de la atención es un enturbiamiento de la mirada, donde la trascendencia ha quedado oscurecida. No sabemos mirar y hemos perdido la dimensión de lo sagrado. Después de tantas risas y tantas lágrimas queda un clima, en nuestras almas, de un escepticismo muy desesperanzado.

Estamos inflados de indelicadezas

Estamos señalando que una delicada atención está perdiendo pie en muchos ámbitos abatida por la distracción en muchos circunstancias vitales. En el plano digital la dopamina lo puede todo, todo lo tritura. Es la llamada economía de la atención, ligada al capitalismo de la vigilancia que tantos rendimientos proporciona a unos pocos en detrimento de muchos ciudadanos desorientados entre los que se encuentran muchos niño, adolescentes  y jóvenes. Nuestros cerebros abotargados, tras este metafórico secuestro, buscan estímulos constantes conducidos por algoritmos implacables.

Estamos malgastando entonces capacidades que nos caracterizan como humanos: facultades como la razón, la voluntad, la memoria, el asombro, la fruición estética. Creo que deberíamos señalar que estamos dilapidando la fuerza de la palabra, de la deliberación racional, que nos permite pensar y actuar. Es más, fácil comunicarnos cuando verdaderamente contamos con una atención afinada que es fuente de muchas satisfacciones y muchas soluciones. Me avanzo, una solución es vivir con poco, con lo indispensable, austeramente. Para Weil hay que vaciarse del ego. Para nuestra pensadora, la atención no es mera concentración utilitaria, sino una disposición del alma que exige silencio, paciencia y entrega. Siguiendo la metáfora de más arriba, sucede que, desde los conceptos de Weil, nos hemos de desinflar de bagatelas para mirar mejor.

Experiencias intelectuales, espirituales y depuradas

No me estoy refiriendo -abundantes en el mundo digital- a experiencias chuscas, a la sal gorda, a espectáculos grotescos, al disfrute ante el saqueo de la intimidad de los famosos y el impudor constante. Me refiero a la lectura, a la charla pausada, la amistad, el amor por el saber (filocalia en griego), el aprendizaje realista y profundo en la escuela que hoy está llena de innovaciones subjetivistas y prescindibles. Estoy fijándome en el gozo de la vida familiar tranquila.

Estoy pensando en la oración, en la cercanía de lo santo, en la entrega de sí gozosa. Hoy para estas suavidades estamos perdidos, cansados, autoexplotados como diría el filósofo germano-coreano Byung-Chul Han. Han dice que este capitalismo tardío y nada austero nos obliga al éxito programado, a divertirnos hasta quedar exhaustos.

Atención y purificación

Para Simone Weil la atención es "la forma más rara y pura de generosidad" . Prestar atención a menudo supone clausurar el yo codicioso y ponerlo entre paréntesis para que emerja lo otro, lo observado, la realidad. Para que asome la realidad más verdadera que nada tiene que ver con la fantasía frenética de lo digital ni con el comer cada domingo como un sibarita ni con estar siempre a la moda.

Este disperso ego atrapado por el consumo desbocado todo lo oscurece y, a la vez, construye una realidad irreal paralela y autorreferencial. Simone Weil define la atención pura como un estado de apertura total y desinteresada ante la realidad, una forma de receptividad absoluta que permite al ser humano acceder a la verdad y, en última instancia, a Dios: "El amor a Dios es atención pura. Es el silencio del alma".

Ante el subjetivismo moderno, Weil recupera el sentido común del realismo: "La atención consiste en suspender el pensamiento, dejarlo disponible, vacío y penetrable al objeto".

Pues bien, como venimos esbozando, esta disponibilidad ante la realidad y la verdad desaparece con la alienación del hiperconsumo. El hiperconsumo que nos infla el yo nos ciega para la verdad. Si logramos desentendernos de esta saturación incontenible, el paladar puro y cultivado es capaz de degustar la belleza que nos acerca a todo lo divino y que late detrás de la realidad. Entonces la realidad  ganaría esplendor.  Sin embargo la realidad se ha hecho opaca, muda, irreconocible. Y la razón de esta opacidad es que es imposible oír las voces de lo Alto cuando manda el ritmo de lo digital, el scroll infinito, el mismo Instagram o cualquier mercancía que nos obsesione.

Pedagogía de la atención

La realidad consecuentemente no se reduce a lo mensurable o útil, sino que exige una receptividad humilde, casi contemplativa. ¿Somos capaces de atención, somos capaces de belleza, de paladear y degustar todo lo hermoso que nos rodea o, más bien, nos han castrado -discúlpeseme la crudeza- esta capacidad? ¿Hemos perdido quizá la capacidad de contemplar?

¿Cuánto gozo y satisfacción hemos perdido por el camino? O, ¿cuánto dolor hemos dejado de aceptar, santificar u ofrecer? Porque el dolor tan rechazado por la modernidad cobra sentido abrazados a la cruz de Jesucristo que apela a nuestra mirada pura.

Para Weil, cuando la atención se degrada a mera concentración utilitaria —o peor, a distracción compulsiva—, el ser humano pierde su capacidad de discernir lo real de lo ilusorio y lo valioso de lo banal.

Falta una pedagogía de la atención que exige una previa pedagogía de la lentitud, de la lentitud de aquel que vive para el presente sin pensar en la eficacia y el rendimiento a toda costa de todo lo que desarrolla. Aristóteles habla de la contemplación (theoria) como un fin en sí mismo que alcanza las verdades eternas. Simeone Weil habla de una espera, de un vaciamiento, de una pureza que -lo vamos relatando- acaban llenándose de la gracia que permite vislumbrar a Dios.

Necesitamos mucho silencio. Con el silencio muchas de nuestras heridas se habrían curado en los brazos del Señor. Y muchos conflictos caerían y muchos amores reverdecerían.

Necesitamos volver a vivir de verdad, a contemplar, a escuchar la voz de Dios que habla muy bajito.

Escuchemos de nuevo a Simone Weil: “La atención, en su más alto grado, es lo mismo que la oración. Supone la fe y el amor”. Quizá hoy sea urgente la pedagogía de la atención en un mundo distraído como el nuestro y a menudo asustado, desconfiado y encrespado. La polarización política, el odio identitario y la incapacidad para el diálogo son hijas de esta ceguera: sin atención, no hay empatía; sin empatía, solo queda la confrontación.  La esperanza necesita que el ruido de nuestro entorno reduzca mucho su volumen

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