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La participación de la Virgen María en la Redención es única, especial y singular: por eso el pueblo fiel, los teólogos y los Papas la han llamado Corredentora.La Pasión de Cristo (Mel Gibson, Maia Morgenstern)

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El reciente documento del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, Mater Populi Fidelis, publicado el 4 de noviembre de 2025, ha querido ofrecer una clarificación sobre ciertos títulos marianos que expresan la cooperación de la Virgen María en la obra de la salvación. Su tono es prudente y su intención, legítima: evitar que se entienda de manera errónea el papel de María, como si compartiera el mismo nivel de mediación que Jesucristo, único Redentor. Nadie que ame verdaderamente a María podría desear otra cosa.

Sin embargo, la Nota plantea un desafío teológico y pastoral que merece un diálogo sereno y profundo. Porque, si bien es cierto que todo error debe evitarse, también lo es que el lenguaje teológico y dogmático no puede reducirse por miedo a la posible incomprensión. Y si se acepta que el título “Corredentora” puede usarse en sentido analógico y subordinado, entonces conviene preguntarse si no deberíamos reabrir el debate sobre su conveniencia e incluso su definición dogmática, como expresión plena de la verdad sobre María que la Iglesia ha creído y vivido desde sus orígenes.

Una cooperación subordinada, no paralela

El documento señala con acierto que Cristo es el único Redentor y Mediador. La redención es perfecta, plena y definitiva en Él. María, como criatura redimida, no añade nada a esa obra. Pero la fe de la Iglesia siempre ha reconocido que la Virgen participó singularmente en la redención, de modo subordinado pero real. Su “fiat” permitió la Encarnación, y su presencia al pie de la cruz, unida al sacrificio del Hijo, manifestó una cooperación única en la economía de la salvación.

San Pablo ofrece la clave para comprenderlo: “Completo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo, sufriendo por su cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1,24). No porque la pasión de Cristo sea insuficiente, sino porque Dios ha querido que los miembros del Cuerpo de Cristo participen de manera subordinada en la obra redentora del único Salvador. Si todos los cristianos somos, de algún modo, “corredentores” en la medida en que ofrecemos nuestros sufrimientos unidos a los de Cristo, ¿cuánto más María, que fue asociada íntimamente a su Hijo en todos los misterios de su vida?

Así lo expresa con claridad el libro María, mi Madre de Agustín Giménez González. En él se explica que el título de “Corredentora” no pretende colocar a María en un plano divino, sino reconocer que su cooperación maternal, libre y dolorosa, fue la más plena y perfecta entre las criaturas. En sentido estricto, no hay otro ser humano que haya cooperado tanto en la redención del mundo como la Madre del Redentor. Negar ese hecho sería empobrecer el misterio mismo de la Encarnación.

Cuando la prudencia puede convertirse en silencio

La Nota doctrinal invita a evitar el término “Corredentora” por el riesgo de malas interpretaciones. Es una preocupación pastoral comprensible. Sin embargo, esta lógica —si se aplica de modo consecuente— podría llevarnos a prescindir de muchos otros títulos marianos que también pueden ser malentendidos: “Mediadora”, “Abogada”, “Madre espiritual”, “Reina del Cielo”… Todos ellos podrían, de manera análoga, suscitar confusión si se interpretan de modo literal o absoluto. Pero la teología no se edifica sobre el miedo a la confusión, sino sobre la precisión conceptual y la claridad en la enseñanza.

El mismo Magisterio ha utilizado durante siglos esos títulos con matices adecuados, sabiendo que el lenguaje teológico es analógico, no unívoco. Llamar a María “Corredentora” en sentido subordinado no contradice la fe, sino que la ilumina, mostrando la grandeza de la redención que asocia a las criaturas a la obra del Creador. En este sentido, el sensus fidei del pueblo cristiano —la fe viva del Pueblo de Dios— lleva siglos invocando a María precisamente así, como Madre que coopera y sufre por la salvación de sus hijos.

La necesidad de un lenguaje pleno

Cuando se sugiere evitar ciertos títulos para evitar confusión, se corre el riesgo de empobrecer el lenguaje con el que la Iglesia expresa los misterios de la fe. El dogma, lejos de cerrar la reflexión, la consolida. Del mismo modo que los dogmas de la Inmaculada Concepción y la Asunción no añadieron nada nuevo a la Revelación, sino que reconocieron solemnemente lo que ya creía el pueblo cristiano, el dogma de María Corredentora, Mediadora y Abogada no introduciría una novedad doctrinal, sino que confirmaría con autoridad lo que el amor y la fe han intuido siempre.

Definir a María como “Corredentora” no implicaría competencia con Cristo, sino una proclamación más clara de que la Redención de Cristo ha querido asociar libremente a su Madre. Ella, primera redimida y primera discípula, coopera de modo perfecto con el Redentor, y su cooperación no resta sino que glorifica aún más la iniciativa divina.

Una llamada a la madurez teológica

La Iglesia no teme las palabras cuando se comprenden bien. Si cada título mariano fuera descartado por el riesgo de malinterpretación, se silenciaría buena parte de la riqueza de la mariología. La prudencia doctrinal debe ir acompañada de la valentía de la verdad. María no es una figura secundaria en la economía de la salvación; es la primera cooperadora de Cristo, su asociada más íntima. Y si eso no se expresa con el título de Corredentora, ¿qué otra palabra puede hacerlo con igual fuerza?

Por eso, lejos de cerrar el debate, la Nota del Dicasterio podría ser una ocasión providencial para reabrirlo, desde una teología fiel al Magisterio, pero también al amor filial que la Iglesia profesa a su Madre. No se trata de atribuir a María lo que pertenece solo a Dios, sino de reconocer que Dios quiso necesitarla. Y en esa necesidad libre y amorosa se encuentra el misterio de la corredención.

Conclusión

La prudencia del Magisterio merece respeto y obediencia. Pero la historia de la Iglesia muestra que muchas verdades comenzaron siendo cautelas antes de ser proclamadas con alegría. La fe del pueblo, que llama a María “Corredentora”, “Mediadora” y “Abogada”, no pretende alterar el primado de Cristo, sino confesar, con la misma lógica del amor, que el Redentor no quiso salvarnos sin su Madre.

Quizá haya llegado el tiempo de reconocer que, si el término “Corredentora” se entiende como lo que realmente significa: cooperación subordinada y maternal, no solo puede decirse, sino que debe decirse. Porque en esa palabra —corredentora— vibra la verdad de toda la historia de la salvación: Dios salva al hombre con el hombre, y quiso hacerlo comenzando por una mujer.