¿Pero fue la Magdalena, efectivamente, una prostituta?
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Magdalena. Gregor Erhart (1500). Louvre. En la catequesis realizada por Benedicto XVI tras asistir este martes en la Sala Clementina del Palacio Apostólico Vaticano a la presentación de la película “Maria de Nazareth” sobre la vida de María, un filme que repara con detenimiento en otras dos figuras femeninas, Herodías y María Magdalena, al comentar la lección que cabe extraer de la vivencia de ésta última dice de ella que “después de experimentar el encanto de una vida fácil” encuentra a Jesús “que le abre el corazón y cambia su existencia”. Y bien, hecha esta introducción, ¿cuál es esa “vida fácil” a la que se refiere el Papa cuando de María Magdalena habla? O dicho de manera mucho más amplia si me lo permiten Vds., ¿qué es lo que sobre María Magdalena sabe el lector de los evangelios? Lo único incontrovertible que conocemos sobre su persona es que de su cuerpo sacó Jesús “siete demonios” (Lc. 8, 2). Su nombre apunta a pensar que fuera originaria de la ciudad galilea de Magdala (de la que algún día también hablaremos por cierto), que podría estar unos kilómetros al nordeste de Nazareth, al borde del lago Genesaret, también llamado Mar de Galilea, lago Kineret o de Tiberíades, que de las cuatro maneras es conocido. A partir de ahí, la tradición ha realizado algunas identificaciones de su persona y entre ellas ésta que es quizás la más conocida y que la asimila a la pecadora perdonada por Jesús: “Había en la ciudad una mujer pecadora pública. Al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume y, poniéndose detrás, a los pies de él, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume. Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: «Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora.» Jesús le respondió: «Simón, tengo algo que decirte.» Él dijo: «Di, maestro.» «Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?» Respondió Simón: «Supongo que aquel a quien perdonó más.» Él le dijo: «Has juzgado bien.» Y, volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra.» Y le dijo a ella: «Tus pecados quedan perdonados.» Los comensales empezaron a decirse para sí: «¿Quién es éste, que hasta perdona los pecados?» Pero él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado. Vete en paz.»”. (Lc. 7, 36-50) La razón de tan precipitada asociación tal vez tenga que ver con la cercanía del pasaje en cuestión con aquél en el que Lucas presenta expresamente a la Magdalena, justo en el siguiente párrafo (aunque en distinto capítulo ya): “Recorrió a continuación ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce, y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes” (Lc. 8, 1-3)
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