Religión en Libertad

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El calendario de la vida de una parroquia está lleno de celebraciones en las cuales los asistentes son ocasionales; apenas viven la fe ni participan de la vida eclesial pero asisten acompañando a unos amigos a su boda, al bautismo de un hijo, a la primera comunión de un familiar o a un rito exequial.


Están en el templo sin saber muy bien qué ocurre y cómo transcurre. Normalmente, recibirán poco, tal vez, como mucho, puedan percibir algo del Misterio y sentir lo sagrado, allí presente y comunicándose.

La buena voluntad, a la vista de tantos asistentes que no suelen ir nunca, suele llenar la liturgia celebrada de multitud de moniciones, un activismo inmenso en torno al altar, movimiento y un gran número de intervinientes para que parezca algo movido, entretenido. Se adopta el tono secularista en las moniciones -¿realmente son necesarias?- y quien va allí difícilmente tendrá la impresión de vivir el Misterio de Dios y ser herido por su Belleza, sino de estar en un festival, en un encuentro, en una catequesis o en una actuación teatral. El sentido de lo sagrado, el sentido de lo religioso -que diría don Giussani- está inscrito en la misma naturaleza del hombre como un deseo de buscar a Dios, una inclinación natural. Si perciben algo, a tientas, del Misterio de Dios en nuestras celebraciones, tal vez el corazón sienta que allí sí se cumple el deseo, que allí hay algo que vale la pena buscar. Esto es tan sencillo como reajustar el estilo y la forma de todas estas celebraciones para que tengan un carácter religioso, sagrado: basta con un poco de sentido común y sensibilidad pastoral, para que vean algo distinto, realicen una experiencia nueva, no la misma experiencia que pueden vivir en el salón de actos de un colegio o en un festival, sino una experiencia que pueda tocar íntimamente el alma, su interioridad. El folclore o el estilo secularizado de la liturgia díficilmente permitirá el acceso al Misterio, sino que lo banaliza, aun cuando haya buena fe. El sentido sagrado de la liturgia, la unción y la devoción -que no es hieratismo, desprecio, frialdad- sí evangelizan, y no faltan casos en la vida de la Iglesia. Ofrecía una reflexión inteligente y pastoral Mons. Fernando Sebastián:

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