Ser luz de Cristo para el mundo
El cristiano es hijo de la luz, realiza las obras de la luz aborreciendo las obras de las tinieblas, porque se ha dejado iluminar por Cristo que es la Luz del mundo. ¿Cuándo? ¿Cuándo recibió esa luz? ¡En el Bautismo!, llamado por los Padres, especialmente orientales, "iluminación" (fotismós).
Cristo hace pasar de las tinieblas a la luz viendo la Verdad y saliendo de la mentira (siempre escurridiza, nunca de frente sino de espaldas, susurros, cuchicheos, a escondidas). Desde esa iluminación bautismal, el cristiano es hijo de la luz, camina a la luz del Señor. Pensemos -cercana la Pascua- cómo además del Bautismo, todo el rito del lucernario de la Vigilia pascual es una vivencia mistagógica y espiritual. Cristo ilumina la noche, rompe la oscuridad, "disipa las tinieblas del corazón y del espíritu". Iluminados así, somos luz del mundo. Una luz participada que refleja la Luz verdadera que es Cristo, pero luz -pequeñas luminarias- para los hombres, nuestros hermanos, para nuestro mundo.
La luz de Cristo viene a nosotros por el Espíritu Santo que, desde dentro, ilumina y disipa cualquier tiniebla. Así, iluminados desde dentro, en el santuario interior de la conciencia-corazón, reflejamos una luz que se manifiesta en palabras y en obras, en el ser y el modo de estar. Además esta Luz nos permite conocer la Verdad, saborearla interiormente, reconocerla y abrazarla. El Espíritu Santo, Luz, nos ayude a re-cordar (volver a pasar por el corazón) las palabras de Cristo y nos conduce a su entendimiento y aceptación mediante sus dones. Es la gracia que ilumina:
Iluminados así, el cristiano ilumina todo aquello que le rodea. Se vuelve apóstol, pero no activista; se convierte en apóstol por una Luz que lo ha transformado y que él prolonga y lleva allí donde se mueve, donde está.
Luz de Cristo. ¡Demos gracias a Dios! Pero... ¡¡vosotros sois la luz del mundo!! No escondáis vuestra luz...