El Misterio de la Iglesia que es DE Dios
La Iglesia es una realidad multiforme y sobre todo viva y dinámica. Ningún aspecto la agota y centrarse en uno solo de ellos olvidando los demás desfiguraría su ser: cultura, arte, civilización, humanismo, evangelización, liturgia, canto, música, espiritualidad... todo se da en ella y ella no se reduce a ninguno de estos aspectos. Si se la considera sólo como medio humano, si se atiende en ella sólo a un fin temporal, la Iglesia queda desvirtuada. Muchos harán causa de su bandera particular apoyándose en la Iglesia y otros se sentirán excluidos entonces; unos quieren convertir a la Iglesia Esposa en instrumento de sus combinaciones humanas frente a otros que en la misma Iglesia sueñan con otra realidad. Y tal vez la Iglesia en sus pastores se equivoque en una determinada opción, pero pronto se despierta y afirma su independencia. Entonces unos la atacarán como vinculada al pasado nada más, y otros como modernista que abandona a sus hijos: ¡decepciones provocadas por una torpe y deficiente concepción de la vida y misión de la Iglesia! Pero es que ella es la Iglesia de Dios.
La comprensión del misterio de la Iglesia se esclarece, y se atisba mejor su fin único y primordial, si se tiene en cuenta que ella es Jesucristo prolongado hoy en la historia y en la vida de los hombres; si se tiene en cuenta que su tesoro y su vida es sólo Jesucristo, que ella vive por Jesucristo y para Jesucristo y que no es un museo con preciosas obras del pasado, ni un organismo social de revolución y progreso que buscase una organización temporal nueva del mundo al vaivén de las ideologías (o de las “teologías de genitivo”: teología de la liberación, de la muerte de Dios –absurdo y contradictorio en sí mismo-, de la muerte de Dios para centrarse sólo en el hombre y para el hombre, el llamado "giro antropocéntrico" de la teología...).
La misión y la vida misma de la Iglesia es anunciar y comunicar a Jesucristo; todo lo demás puede estar bien, es un añadido, y se deriva de esa misión fundamental. Esto que la Iglesia es lo realiza mediante sus miembros y la reflexión debe atender a ella y cuestionar hasta qué punto los cristianos como miembros de la Iglesia anuncian a Jesucristo, lo comunican y viven de Él para evangelizar como la primera Iglesia evangelizó y no es cuestión de una red o maraña complicada de organización y acciones cuanto de un acto fundamental, evangelizar hoy con celo apostólico. Esta afirmación no es una invitación a vivir un evangelismo puro, un cierto catarismo (unos cristianos puros, perfectos, de primera clase y una masa amorfa, de imperfectos...). Muchas cosas son necesarias en la Iglesia, obras especializadas, apostolados nuevos, incluso la publicidad y la propaganda (hoy diríamos medios de comunicación). Pero el autor plantea una serie de interrogantes válidos igualmente hoy:
Hoy, con lenguaje distinto, vivimos una Iglesia con una nueva burocracia, por ejemplo. Si antes se criticaba el centralismo romano, ahora se padece la nueva burocracia de muchas más instancias nacionales y diocesanas, amén de estructuras por vicarías, por arciprestazgos y parroquias. Se multiplica la reunión, pero no la unión; se escriben proyectos pastorales desde las distintas instancias con objetivos a largo, medio y corto plazo, que luego son revisados una y otra vez. ¿No será esta una nueva red cada vez más tupida, que entretiene y distrae, perdiendo tiempo, capacidad y realismo en la misión del anuncio a Jesucristo y de su vida comunicada? ¿No se ha clericalizado a los laicos recluyéndolos en la sacristía a base de reuniones y revisiones a modo empresarial, en lugar de potenciarlos y acompañarlos en su función profética, real y sacerdotal en el mundo, a tenor de la Apostolicam actuositatem y la exhortación Christifideles Laici?
Preguntas y más preguntas que nos podrían resituar ante el misterio de Cristo y de su Iglesia.