Santo Tomás de Aquino y el origen del universo

Expansión del Universo. Foto de Casey Horner / Unsplash.
Este año se celebra el 800 aniversario de Santo Tomás de Aquino, sobre quien ya escribí antes del verano. Un tema especialmente interesante que aporta este sabio, con gran relevancia en el diálogo entre ciencia y fe, es la cuestión del origen del universo.
San Agustín ya había distinguido siglos antes que Santo Tomás entre dos tipos de creación. El primero es la creación a partir de la nada (creatio ex nihilo), que no depende del tiempo. El segundo es la creación en el tiempo, que implica que el universo comenzó a existir en un momento concreto. La primera sería compatible con un universo eterno; la segunda, no.
Santo Tomás de Aquino retoma esta distinción de San Agustín y añade dos consideraciones muy importantes. Por un lado, aunque no se pueda demostrar filosóficamente que el universo fue creado ex nihilo, como enseña la fe, sí se puede demostrar que no es necesario por sí mismo y que, por tanto, necesita una causa que le dé el ser en cada instante. Incluso si el universo no hubiera tenido un comienzo temporal, no se explicaría por sí solo, y dependería igualmente de una causa primera: Dios.
La segunda consideración de Santo Tomás, más sutil pero igual de importante, es que no es posible demostrar solamente con la razón que el universo tuvo un comienzo en el tiempo. Es decir, la filosofía no puede probar ni que el mundo sea eterno, ni que haya tenido un inicio temporal. Por eso, rechazó tanto los intentos de Aristóteles por demostrar la eternidad del mundo, como los esfuerzos de algunos pensadores cristianos por probar lo contrario solo con argumentos racionales. Para Tomás, el comienzo temporal del universo es una verdad conocida por la fe, no una conclusión demostrable por la razón natural.
Así, aunque la razón no pueda probar un inicio temporal del universo, la fe sí lo afirma. Lo enseña, por ejemplo, el libro del Génesis: “En el principio creó Dios…”. Esa afirmación forma parte de la revelación, y por tanto se acepta como verdad de fe, no como deducción filosófica.
Ahora bien, ¿qué ocurriría si, a pesar de esta afirmación revelada, la ciencia llegara a demostrar que el universo no tuvo un comienzo temporal? Pues no habría ningún conflicto real. La fe cristiana podría ajustar la interpretación literal de ciertos pasajes, como ya lo ha hecho en el pasado cuando, por ejemplo, se aceptó que la Tierra gira alrededor del Sol. En cualquier caso, eso no afectaría al núcleo esencial de la doctrina cristiana, que es la afirmación de que el universo ha sido creado por Dios ex nihilo, y que depende completamente de Él para existir en cada momento.
Así, lo esencial para la fe no es cuándo comenzó el universo, sino el hecho de que no se basta a sí mismo y necesita de Dios como causa primera. Esta reflexión es muy importante, especialmente cuando algunos filósofos o científicos ateos insisten en que un universo sin comienzo en el tiempo no necesitaría un Creador. Esa es una trampa en la que no debemos caer. Por el contrario, si algún día la ciencia confirmara que el universo tuvo un origen temporal, serían ellos quienes tendrían más difícil explicar cómo puede surgir algo de la nada. Así que podemos seguir tranquilos contemplando cómo la ciencia progresa en el conocimiento del universo.