Santo Tomás de Aquino, la ciencia y la fe (II)

Creación de Adán (Capilla Sixtina)
El pensamiento de Santo Tomás se ha prolongado hasta nuestros días y trasciende incluso los límites de la Iglesia católica. Por ejemplo, se le estudia en universidades protestantes o laicas, pues en filosofía y teología es una figura que no puede faltar.
Tomás distinguió entre el estudio del mundo mediante la razón y la observación —lo que hoy es ciencia— y la teología sagrada, el estudio de Dios apoyado en la revelación divina. A la vez, valoraba muy positivamente la investigación científica dentro de los límites de la filosofía natural, lo que ayudó a que los cristianos estudiaran la naturaleza sin temor a entrar en conflicto con su fe.
Así, la ley natural es un principio central en su pensamiento, que implica que podemos conocer el bien y el orden del mundo a través de la razón. Y, lógicamente, este orden racional refleja la existencia de una mente que ideó todo esto: la mente de Dios, una idea compatible con la visión moderna de que el universo es comprensible y se puede estudiar científicamente.
Aunque donde Santo Tomás apoyó más claramente la razonabilidad de la existencia es a través de sus famosas cinco vías, de las cuales quiero recoger hoy la segunda: el “Argumento de la Causalidad”. Santo Tomás reconoce que todo efecto tiene una causa, y no es posible una cadena infinita de causas. Por lo tanto, debe haber una "Causa Primera" que no sea causada por nada más, y esta es Dios.
¿Qué relación tiene este argumento con la ciencia? Pues que la ciencia estudia las relaciones de causa y efecto en el universo, desde las leyes de la física hasta los procesos biológicos. Es la vida del investigador científico. Descubrimos algo y buscamos entender qué produce eso que acabamos de descubrir. Es un trabajo arduo —yo diría que interminable—, pues, aunque descubramos la causa de ese fenómeno, entonces nos trasladamos a la causa de la causa, y así sucesivamente.
Parece como si uno fuera avanzando en un túnel a cuyo final no se puede llegar. Menos mal que hay hitos intermedios. Menos mal que, conforme transitamos por ese camino, vamos comprendiendo mejor el mundo que nos rodea y nos vamos llenando de ilusión para poder seguir avanzando. De lo contrario, sería muy frustrante. Pero de lo que no cabe duda es de que la investigación científica llega a parecer inagotable.
¿Existe una causa inicial? La ciencia no aborda esta cuestión, la “Causa Primera”, pues esto entra ya en el campo de la filosofía, y aquí es donde la Segunda Vía invita a reflexionar sobre esta causa. La Segunda Vía, sin negar que existan muchas causas intermedias, apunta al hecho de que, si todas las causas fueran efectos de otras causas anteriores, nunca habría comenzado nada. Por eso, postula la existencia de una causa no causada, necesaria para que exista cualquier otra cosa.
Quizás no encontremos respuestas definitivas a todas las preguntas, pero el simple hecho de formularlas ya nos hace profundamente humanos. Y en esa búsqueda inagotable, la filosofía y la ciencia, lejos de excluirse, pueden caminar juntas.