Viernes, 26 de abril de 2024

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La sentencia del Tribunal Constitucional

por Alejandro Campoy

Hoy es día de ruido y escándalo mediático, en el que todos los agentes implicados, que en realidad somos todos los españoles, tratan de imponer sus pseudoargumentos sobre los ajenos en el ensordecedor maremagnum desatado tras la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de autonomía de Cataluña.

Creo que hay que simplificar, poner encima de la mesa el núcleo de la cuestión y observar a partir de ahí las diversas reacciones de cada uno de los actores, que sin duda ponen de manifiesto la completa degradación institucional española y la casi certificación de muerte de nuestra estructura política. Oir los diferentes pronunciamientos de unos y otros resulta casi insultante.

El núcleo de la sentencia y de toda la cuestión es el siguiente: el Tribunal Constitucional español, en el acto en el que se certifica su suicidio y su desaparición como órgano válido y legítimo de los poderes del Estado, ha sentenciado que Cataluña es una nación que mantiene relaciones bilaterales con el Estado español, del mismo modo en que lo hacen otros estados soberanos como Alemania, Francia o Gran Bretaña. Que Cataluña todavía no sea un estado es una simple minucia que se corregirá más adelante.

Ante esta sentencia, el Partido Popular, que había recurrido esta posibilidad como inconstitucional y contraria a la misma existencia del orden que España se dió en 1978, se felicita y está contento porque dice que el Tribunal les ha dado la razón. Estupendo.

Por su parte, el desgobierno de ZP a través de una anciana que ha salido por la tele, se felicita porque el Tribunal les ha dado la razón a ellos y así le han ganado al PP su particular partidito de fútbol, creo que por un resultado de doscientos no se cuantos a uno. No se sabe muy bien qué narices tiene eso que ver con que Cataluña sea una nación con relaciones bilaterales con el Estado español.

Además, un miembro del partido político del señor ZP, un tal José Montilla, no parece estar de acuerdo con el estado de felicidad manifestado por esa ancianita en televisión, ni parece tan convencido de que su partido le haya ganado al PP un partidito de fútbol por doscientos y pico a uno, y ha decidido convocar manifestaciones contra la sentencia, contra el Tribunal, contra el gobierno de su compañero ZP y la ancianita, contra Cataluña y contra sí mismo.

De otra parte, los que vienen clamando desde hace años que Cataluña es una nación con relaciones bilaterales con el Estado español, los de Convergencia, Ezquerra y demás tropa, se han enfadado mucho porque el Tribunal Constitucional al fin reconoce sus reivindicaciones, lo han tachado de “gravísimo” y se preparan para salir a manifestarse también junto al socialista Montilla.

De este modo, toda la clase política española, a través de todos los medios de comunicación lacayos y mercenarios que tienen a su servicio, cada cual los suyos, se esfuerzan con celo en hacernos ver a los ciudadanos que lo suyo es una grave enfermedad, que les afecta a todos por igual y que realmente estamos en manos de gente con severas incapacidades mentales. Así nos va, claro.

Todo ello en un escenario en el que los catalanes, al igual que el resto de los españoles, miran con honda preocupación el gran incremento del coste de la vida, el descenso de sus salarios y nóminas, hacen cuentas acerca de lo que podrán gastar o no durante este verano y se ajustan a una situación en la que necesariamente tendrán que replantearse su estilo de vida, cuestiones en las que ese papelajo llamado Estatut ni aporta ni quita absolutamente nada, ni tiene la menor relevancia práctica para ninguno de ellos.

Hoy, por tanto, nos encontramos en un escenario en el que toda la clase política, sin excepción, todas las instituciones del Estado, sin excepción, y casi todos los grandes y pequeños medios de comunicación, ocupados en hacer de caja de resonancia a los primeros, está demostrando a todos los españoles que queramos o podamos verlo que en nuestro país sólo existe un único y grave problema, que son ellos mismos.

Todo lo demás no son más que cuestiones circunstanciales y pasajeras, empezando por la gravísima crisis económica y social. Pero nuestros políticos y nuestro podrido entramado institucional no son un problema circunstancial y pasajero, son un problema estructural y de raíz, y es el único problema al que realmente no se está prestando atención. Pero tiene una solución tan drástica como simple: cuando una estructura se pudre, se derrumba, y no hay más que volver a reconstruirla desde los cimientos. Sólo tenemos que esperar a que todo quede reducido a escombros y después ponernos a trabajar. Es realmente simple.

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