Sábado, 27 de abril de 2024

Religión en Libertad

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Carta de un homosexual católico. De "menuda mierda" a "menuda bendición"

por Estamos en Sus Manos

 Un conocido, a raíz de mi anterior blog (carta abierta a los homosexuales católicos), me ha enviado estas reflexiones que pueden ayudar mucho a todos los creyentes, y particularmente a los que experimentan atracción hacia el mismo sexo. Aquí os lo dejo. Obviamente, quiere mantener el anonimato. 

 

Hola,

Buffff, perdona que te lo diga pero que mal te veo. Si estas leyendo esto es porque realmente sigues dándole vueltas a lo que a mí me llevo tres décadas, más, ahora que lo pienso, unos 35 años, solucionar.

Es normal, todos hemos estado ahí. A ver, a lo mejor entre los que tenemos o han tenido esta desviación (lo llamare desviación parar abreviar y entre nosotros no hace falta aclarar nada ni ser políticamente correctos), como decía, no sé si habrá alguno que haya tenido esta desviación y que haya visto inmediatamente que se trata de una Cruz para llegar al Cielo y que, acto seguido, la haya cogido, abrazado y llevado el resto de sus días con alegría dando gracias a Dios por lo que se convirtió en una Bendición.

Si alguna vez existió alguien así, que todo es posible, ni se conoce ni, la verdad, tampoco nos vendría muy bien como modelo. Simplemente no es nuestro caso.

Esto es para los que nos hemos preguntado mil veces qué gana Dios con esto, blasfemando con ello sin saberlo, o sabiéndolo pero creyéndonos con el derecho de preguntarlo. Es para los que hemos pensado en quitarnos la vida en algún momento, o a los que no nos hubiese importado lo más mínimo haberla perdido. Es para los que hemos entendido perfectamente, a la primera y sin explicación la frase de Bohemian Rapsody: “I dont wanna die but sometimes wish I never be born at all”. Para los que hemos vivido así durante años. Para los que se nos ha desgarrado el corazón a pedazos cada día durante años. Para los que hemos hecho miles de kilómetros para hacer un viaje y hacerte casi el encotradizo porque sabías que ese día él iba a estar ahí y, al menos, poder tomar un café sabiendo que eras tú su centro de atención durante un par de horas. Para los que nos hemos mudado de ciudad y cambiado de trabajo por no poder soportar durante más tiempo que jamás, nunca, ni en un millón de años podrías tener la más mínima oportunidad, ni el más mínimo roce de dedos con él. Para los que hemos llorado todo lo llorable, para los que hemos suspirado todo lo suspirable, y para los que también entendemos perfectamente lo que es querer a alguien para quien sabes que jamás vas a significar nada. Ser como mucho un buen amigo, no es nada. Habríamos dado cualquier órgano de nuestro cuerpo para salvarle la vida con gusto porque así sabríamos que algo nuestro estará en él hasta el final de sus días.

Y también la mierda que supone una vida así. Querer darlo todo cuando nadie quiere lo que quieres dar.

No te sirven los consejos. No consuelan las palabras de ánimo de tu psicólogo, ni de un cura. Crees que tienes momentos de sintonía con Dios en la oración, pero no. Caes y caes otra vez. No solo que caigas en lo carnal, tanto solo o con alguien que acabas de conocer, sino en la desazón, en la tristeza, en el querer querer a tu ultimo ligue cuando sabes que no sois más que dos egoístas desquiciados buscando algo de consuelo, en pensar que tienes derecho a llevar una vida normal, que qué cojones, que menuda mierda es esta.

Si más o menos te sientes identificado con lo que has leído hasta ahora, te habrás dado cuenta que no vi la luz de buenas a primeras como ese Santo imaginario que describi al principio. Siempre hay alguien que ha sufrido más que tú. Yo no he sufrido, gracias a Dios, ninguna enfermedad sexual. Siempre habrá alguien con mi historial de sufrimiento afectivo mas el de una enfermedad de este tipo. Pero vamos, que tengo mis secuelas, mis heridas afectivas, las de niño, las de adolescente, las de joven, las de no tan joven. Las de madurito que peina media calva ya no tanto. Es cuando he empezado a ver la luz y a portarme como ese Santo imaginario. Pero no por “vale, me rindo, tú ganas”. No. Sino más bien por un “Joder, joder, joder, joder, joder cómo no me había dado cuenta de esto yo antes!”.

Es decir, no tengo una sensibilidad espiritual mística a lo Santa Teresa. No. Yo soy el típico tío cuadriculado. Solo por las heridas afectivas de mi infancia es por lo que tengo la desviación. Soy el típico tío con mentalidad de tío de folleto. Algo más sensible de lo normal, por aquello de que me gusta la música, lo que incluye la clásica, guitarra, teclado y también escribir, obviamente, pero cero mentalidad femenina. Para mi uno de los mayores placeres de ser tío es poder estar con un amigo normal viendo la tele durante horas sin cruzar la palabra, como mucho voy al baño o quieres otra cerveza.

Todas. No me ha quedado una peste que echarle a mi padre. Todas. *(joder Padre Jesús, como me esta removiendo escribir este escrito… jajaja. A ver, jajaja, pero en serio... jajaja). Ahora bien, también pasaré por eso para ayudarte, por las heridas afectivas, que da muchísima paz curarlas, ahora bien, si, incluso llegar a, no te digo a pedirle perdón a tu padre por esas pestes (el mío ya falleció cuando le conocí realmente, y luego lo explico), sino a comprender, que no a aprobar, por qué actuó como actuó e incluso a no juzgarle. Incluso pensar que tú no lo habrías hecho mucho mejor. Incluso a ofrecerle un montón de Misas. Hace unos años me dices que iba a ofrecer unas Gregorianas (30 Misas de difuntos) por él y habría dicho que ni de coña. Una y listo, y si le vale, bien y si no, pues a seguir purgando. “Que se joda”, hubiese pensado. Y, sin embargo, unas Gregorianas, que es lo máximo que podemos ofrecer por nuestros difuntos.

Al grano: acabar como el Santo imaginario bendiciendo la Cruz, ser feliz, y ofrecerle Misas a tu padre, o al causante de tus heridas emocionales infantiles, como si él hubiese sido el padre perfecto y tú el hijo modélico.

Si quieres acabar así pero te parece materialmente imposible, porque tú no estas hecho de esa pasta, este es tu escrito.

 

 

 

Un sentimiento del que me confesaba pero que volvía siempre a aparecer porque creía que yo tenia razón era el de pedirle cuentas a Dios. El planteamiento era algo así como “ya que me has dado esta desviación que me está marcando y condicionando la vida, espero que me lo pongas fácil para encontrar un buen trabajo, o para ganar mucha pasta con este negocio, o para esto o para aquello”. Era algo así como si Dios me debiese algo, como si Él estuviese en deuda conmigo. Como si me debiese un favor. Recuerdo tres momentos especialmente crueles. Ahora me río de lo ridículo aunque seguramente me caerá purgar por esos momentos de furia. Uno me lo dio. Fue un trabajo, que luego resultó estar envenenado sufriendo bullying, aunque luego se relajó el bullying. Me puse gilipollas con Dios porque creía que necesitaba el trabajo y directamente se lo exigí. A lo niño borde mal criado. Y sí, me llamaron. Lo que no sabía es que me esperaría como jefa una ex becaria amiguita del Director del departamento en la central, con dos años de experiencia frente a mis quince y que, por supuesto, veía en mí una amenaza cuando empezó a recibir felicitaciones de otros departamentos por mi trabajo. El siguiente año y medio fue horrible, pero lo superé y aprendí la lección. Y otras dos veces más en negocios fallidos. Suelo ofrecer varias Misas todos los meses, de las de encargárselas a un párroco y pagar por ellas. Por las Ánimas del Purgatorio, por la Iglesia, por tal bisabuelo, etc. “¿Sabes quién va a ofrecer más Misas? ¿Eh? Lo sabes, no?” Le dije una vez a grito pelado yo solo en la cocina. “¡Rita la cantaora!” tras el fallo de uno de esos negocios. En fin. Lo peor es ¿Cómo narices te confiesas de eso?

A ver, sigo intentándolo, pero ya no me enfado. Bueno, no mucho. A ver, un poquito, pero ya es enfado conmigo mismo.

¿Cómo narices te confiesas de eso? Fue el motivo por el que ya rompí con mi ultimo ex nada. Un tío majete al que quería querer pero que en realidad no éramos más que dos egoístas buscando consuelo por nuestras heridas afectivas. Era un marronazo meterme en el confesionario. A ver, nosotros tenemos un extra de marrón cuando caemos. Imagino a un tío normal que conoce a una chica una noche y una cosa lleva a la otra y acaban en la cama. Imagino que si el tío es creyente y sabe que lo ha hecho mal, se confesara. Imagino la confesión con el cura, hablando de hombre a hombre. “Pero ¿a ti te gusta? ¿Crees que ella se estará confesando como lo estás haciendo tú? ¿Crees que podrás reencarrilar la relación hacia un noviazgo que agrade a Dios y que termine en el Altar?” No sé, algo así. Incluso al final un “¡Anda, vete y no peques más, machote!”

Las nuestras son otra historia. “Me confieso de fornicación… Con otro hombre”. ¡Boom! Jarro de agua fría. Se acabó la conversación, o mejor que se acabe porque como el cura quiera continuarla, te mueres. Nada que ver. Sí, te sientes bien por haberte confesado pero arrastras la cara de gilipollas durante semanas.

Lo mismo con el resto de caídas de pureza o cuando coges el móvil con la sensación de “si quisieses que estuviese teniendo relaciones castas, sexuales pero castas, con mi esposa, no me habrías dado esta desviación, luego se siente, es lo que hay y tengo derecho a coger el móvil y distraerme un rato”.

Caes de un charco a otro y el único que se cala los zapatos y los calcetines eres tú. Y el barro te retrasa y te enfanga.

Vas a rastras de pecado en pecado, de recriminación en recriminación y de confesión en confesión.

A ver, muy bien si vas así, de momento. Ojo, lo del “muy bien” lo digo yo y no tu director espiritual que es quien te lo tiene que decir, o equivalente. Al menos eres consciente de que no lo estás haciendo bien y que quieres cambiar. Mal por pecar pero bien por saber que no lo estás haciendo bien y confesarte.

Pero cuando lo piensas no puedes evitar pensar, con el corazón en la mano, que esto es una mierda. Que es algo que tú no pediste, que te lo has encontrado y que condiciona y condicionará tu vida hasta el día que te mueras. Le comentaba a un cura amigo que es como si vas andando por la calle y te cae una maceta en la cabeza. Es tal cual. Y piensas que probablemente termines mal de la cabeza por la soledad acumulada. Soledad en muchos sentidos. Y que el hombre es un ser social y que no nacemos para vivir solos, ni para vivir sin tocar ni ser tocados. Sin abrazar ni ser abrazados. Que necesitamos el roce de una piel amiga y de un alma confidente que escuche nuestros problemas y a quien escuchemos y podamos ayudar. Que el ser humano necesita saber que hay alguien que aceptaría con amor cada uno de tus órganos o de tus cuidados.

Te dejas llevar por esa añoranza o ese pensamiento casi irrealizable. Es un sentimiento normal, incluso bueno querer y querer querer y ser querido. Seríamos unos monstruos si no lo quisiésemos.

¿Cuánto estaríamos dispuestos a darle a alguien que nos quiera, que se preocupe por nosotros, que nos pregunte cómo estamos de forma sincera? ¿Cuánto daríamos por ver una cara de preocupación espontánea e instantánea si nos ve con peor cara de lo normal, con cara de no encontrarnos bien o de tener alguna preocupación? ¿Cuánto daríamos por una mano amiga que nos pasase la mano por el hombro con manos fuertes pero amigables? 

No daríamos el ciento por uno. Daríamos mucho más. “A ver chaval… Creo que te estas pasando. ¿Estás diciendo que serías más generoso que Dios? ¿Qué ganas a Dios en generosidad?” Lo que estoy diciendo es que Dios, a nosotros, nos da mucho más que el ciento por uno. Nosotros sí sabemos de lo que hablamos cuando hablamos de dar más que el ciento por uno y el motivo por el que en el fondo lo sabemos es porque eso es lo que nos tiene reservado Dios a nosotros si somo fieles. Más de el ciento por uno. “¿Te crees especial?”. Sí.

“Te estas viniendo arriba y de una forma muy peligrosa, casi blasfema”. Pues aquí va la demostración, y por partida doble y luego me dices.

Cada persona es un mundo. Lo que me sirvió y me vino bien a mí, a lo mejor no te funciona tan bien a ti. Simplemente te iré contando cómo me di cuenta de la Bendición que supone nuestra Cruz, que de hecho llamarla Cruz me parece casi ofensivo porque la llevo con gusto, partiendo del “¡menuda mierda es esto!”.

No fue un proceso premeditado, como ir al gimnasio y empezar con 20 minutos andando en la máquina para ir mejorando poco a poco y terminar corriendo 10 kilómetros en un año. No. Ahora sé que muy probablemente fue el Espíritu Santo compinchado probablemente con mi Custodio quienes me fueron guiando el paso.

 

Heridas emocionales.

 

Lo primero y más importante fue, no curar, sino entender mis heridas afectivas. Sin tener ni idea de psicología ni nada parecido, o solo la idea como paciente, eso sí, que se informa antes y después de cada consulta, por lo visto el núcleo duro de tu forma de ser, incluida tu sexualidad, se termina de forjar a los 9 años, con una primera etapa que va de los 0 a los 6, y una segunda de reafirmación de la primera. Aunque no lo tuviésemos del todo claro, a los 10 años ya teníamos muchas, pero que muchas papeletas para que, entrada la adolescencia y pubertad, nos enamorásemos de un tío.

Cuando miras atrás, siempre te acuerdas de los momentos duros que tuviste en tu niñez y adolescencia. No entraré en detalles pero un vecino de rellano, al que guardo un cariño tremendo, me dijo una vez cuando yo tenia unos 8 anos y coincidimos en el rellano, que llamase a su casa a cualquier hora del día o de la noche si no sabía dónde acudir. Yo no entendía muy bien a lo que se refería exactamente, y recuerdo que le dije que sí un par de veces sin entender nada de aquella conversación. De mayor me di cuenta que lo decía por gritos de mi padre. Nunca me puso la mano encima, directamente. Bueno, es una larga historia que tampoco soluciona nada ya, pero así estaban las cosas. Había botellas de ginebra y coñac en cada rincón de la casa, no solo en la cocina sino al lado de la tele en su habitación, al lado de la mesa del cuarto de estar. En fin.

Claro. Mirándolo desde tu punto de vista, es imposible ya no solo querer, que por supuesto que no, sino perdonar. El objetivo es controlar tu odio. Por mucho que digas que le perdonas, en realidad no le perdonas.

Tenia una frase en aquella época parar rezar por él. Claramente no me salía rezar por mi padre así sin más, cuando estaba en vida. El daño ya estaba hecho. Cuando tienes 20 anos y tu vida se te cae encima y sabes de alguna manera que él es el principal motivo, te das cuanta que “esta mierda” te va a acompañar el resto de tu vida. Las rehabilitaciones fallidas a escondidas no hacían más que alimentar ese odio. No rezaba para que cambiase, porque, la verdad, ya me daba igual. Rezaba para que se salvase, pero con una coletilla: “Dios mío que se salve, pero pégale un buen susto”.

A ver, no voy a decir que sea la forma correcta de rezar pero, por lo menos, rezas.

Recuerdo que cuando me enteré de su muerte, pensé “¡Ostras! Ahora debe estar en su Juicio particular. No, Dios mío, no le pegues el susto. Si vale mi testimonio como el principal afectado por el daño que ha cometido en su vida, que se salve sin el susto.”

A todos se nos baja el vacilón ante la muerte.

Viéndolo desde nuestros recuerdos, no hay perdón posible, o yo no pude al menos. Pero fue aquí cuando mi Custodio, probablemente también el de mi padre tras su fallecimiento, y el Espíritu Santo entraron en acción, y me dio por cambiar la perspectiva. Dejé de repasar mi infancia y adolescencia con él y empecé a mirar la suya. Mi padre se crio durante la guerra y esos no dicen ni pío. Bueno, algunos. No dicen ni pío los que sufrieron traumas durante la guerra. Pasa con los niños de todas las guerras. Mi padre solo habló de su infancia muy por encima y contando algún detalle que luego me di cuenta de una cosa, que era para despistar.

O dicho de otra forma, viendo su infancia, tras hacer muchas indagaciones sobre su familia en archivos históricos donde encuentras de todo, mi padre tenía todas las papeletas a los 10 anos para convertirse en un padre tirano, y algunos hechos de su adolescencia hicieron el resto. “¡Acabáramos!”, en una palabra, pensé cuando lo descubrí. Para asegurar mi razonamiento contacté con un psicólogo conocido mío, le conté mi planteamiento y los hechos detrás de ellos. “Según esto, mi abuelo hizo esto, mi abuela esto otro y su abuelo y tíos, esto otro, luego a los cinco años mi padre se encontró con este panorama en su casa”. “Tienes dotes de detective psicológico”, me dijo. Sí, por lo visto, desconociendo más detalles, el planteamiento era correcto.

Claramente te replanteas muchas cosas. Mi padre no sabía, cuando se casó con mi madre, acerca de la cantidad de mochilas y heridas emocionales que arrastraba. Mi madre sí, pero nunca supo exactamente el qué. Recuerdo que, cuando le  conté a mi madre mis descubrimientos, dijo “así que no era culpa nuestra”. A ella también se le quitó un peso de encima. De repente, todo tenía sentido.

Y el cuento cambia por completo. No es que quiera a mi padre, pero le comprendo y probablemente yo hubiese actuado igual o peor. Lo único que le podría echar en cara es cómo no buscó ayuda profesional al ver lo que le estaba pasando, pero también hay que ponerse en la época. En los 70 y 80 en España, y en todo occidente, no había psicólogos o psiquiatras. Había “loqueros”. Pocas cosas tenían más estigma social que el ser visto o descubierto en la sala de espera de un psicólogo. Recuerdo que la primera vez que fui a uno, a principios de los 90, di un nombre falso.

Y ya está. No hay muchas más vueltas que darle. Fue un efecto dominó y yo fui la última pieza, y la culpa de que caigas no es de la anterior, sin más. Y te quitas de un plumazo todas sus mochilas de rencores, odios, palabras que te decía tu padre que te repites de adulto aunque vivas solo (eres un vago y un inútil, etc, etc, etc) que te han resonado en tu cabeza durante años y que tú te seguías repitiendo cada vez que se caía un vaso de agua viviendo en tu casa a miles de kilómetros de la suya. 

Si tienes heridas afectivas reconocibles similares que te siguen quitando la paz, te aconsejo que mires en la infancia de quien te las provocó y, probablemente, encuentres muchas respuestas.

Quitándote eso te quitas muchísimo y empiezas a ver de lejos lo que es empezar a sentir paz interior. Tu trato con Dios está muy, pero que muy condicionado con las heridas afectivas que hayas tenido con tu padre, especialmente el trato con Dios Padre, obviamente. Yo le decía a Dios Padre lo que no me atrevía a decirle a la cara al mío, y no, no eran cosas bonitas precisamente.

Había perdido el contacto con mis amigos de mi niñez y adolescencia porque me recordaban a esa época gris y triste. Los recuperé y ahora quedo muy a menudo con ellos. Y te das cuenta que tú también formaste parte de su infancia y que te quieren, mucho más de lo que te imaginas, y que les quieres, también mucho más de lo que imaginas.

Algo así tiene muchos efectos positivos. También te viene bien a ti mismo parar aprender a no juzgar y a recabar información antes de, ya no de emitir un juicio, sino de actuar de una u otra manera. Sin juzgar, simplemente actuar, sin creerte en posesión de la verdad porque tu infancia difícil te da derecho a ser un borde insoportable.

Te vuelves más buena persona. Y aquí si me juzgo yo con un par. Y con una sonrisa. Joder.

 

Educar la Mirada.

 

Aquí ya vamos a echar unas risas. Es fundamental educar la mirada, especialmente en esta época en la que si vives solo y tienes un móvil a mano, ya está, no hace falta más. Puedes ver lo que te de la gana, la más oculta de tus fantasías, o puedes hacerlas realidad en una página de contactos en menos de uno o dos días. 

Para controlar eso, donde se empieza no es alejándote del móvil, ponerle filtros que luego tú mismo cancelas en pleno calentón, ni haciendo un buen acto de contrición tras la última confesión, que también. Donde empiezas a controlar todo eso es en la calle. Ojo, es difícil nivel 10, pero tengo un truco. Llegados a este punto si hay un hombre sin desviación leyendo esto, que salte al siguiente capítulo. Y lo digo en serio, con sonrisa en la cara, pero en serio. ¿Veis cuando dos tios empiezan a hablar de tías que es mejor que no haya ninguna tía escuchando? Pues aquí la tía, se siente, eres tú, porque nosotros somos igual de tíos que tú cuando hablas de tías.

¿Voy a conseguir controlar la mirada cada vez que vea a un tío que me ponga? La respuesta es no. Olvídalo. Eso no va a pasar, por eso he llamado a esta sección Educar la mirada y no Controlar la mirada. Nosotros tenemos el hándicap de las heridas afectivas, lo cual nos convierte en más guarros que los tíos más guarros sin desviación.

Para mí un tío alcanza la mayoría de edad a los 45. Antes son babies, proyectos. Puede prometer a los treinta y tantos, pero hasta que no se mete bien en los cuarenta, no confirma alternativa. Fuertón, metido en algo de carnes, algo así como un ex jugador de rugby. Ojo, no un gordo grandón, no, un fuertón algo metido en carnes. Si tiene el pelo desde castaño a rubio ya entra en la categoría de pivonazo, si tiene cara de pillo bueno es cuando tengo que controlar la respiración, y si viste pijo casual sin proponérselo con, unos chinos, una camisa Oxford un poco remangada, tengo que irme de donde esté. Una vez estaba haciendo la compra en un supermercado y apareció por el pasillo de los embutidos un tío así. Con bermudas en vez de con chinos porque era primavera. El tío ni me vio. No era gay. Tras unos pocos minutos en los que casi pierdo la orientación, fui a la caja con mi compra a un treinta por ciento, pagué y me fui a casa. No hice nada malo cuando llegué a casa, ojo. Simplemente dejé el resto de la compra para otro dia.

Ahora imagínate a Angelina Jolie. No nos dice nada pero todos reconocemos que es muy guapa. Ahora imagínatela con un tanguita, mini bikini y taconazos, bailando tímidamente en el sambodromo de Rio de Janeiro, sonriendo con esa cara entre pícara y ángel. Ahora coge a esa misma Angelina con el mismo minibikini, el contoneo y la sonrisa, y plántala en el pasillo de los embutidos, y dile a un tío normal que no mire y que se controle.

Para mi ese pivonazo rubito, con su aire descuidado, la camisa por fuera de las bermudas, su aureola de seguridad arrolladora y su “conmigo no te pasaría absolutamente nada malo mientras viva”, es como para un tío normal cruzarse con Angelina Jolie contoneándose, con minibikini, taconazos y sonriendo. El tío normal literalmente perdería el sentido como casi lo perdí con aquel pivonazo.

Todos sabemos que “la escena gay” esta plagada de fetiches de todos los tipos, perfiles y acabados, y eso no es normal.

No es normal. No es que simplemente nos gusten los tíos como a los tíos les gustan las tías, en donde cada uno puede tener su perfil, que si me gustan más delgaditas o más rellenitas, que si rubias que si morenas, pero ninguno, ninguno en su sano juicio preferiría a una de cincuenta metida en carnes antes que a Angelina Jolie.

Es decir, nuestras heridas afectivas, en mi caso la búsqueda de seguridad, distorsionan mucho la realidad, empezando por nuestros instintos, entre los cuales, claramente, está la vista.

¿Y ahora qué hacemos? Hay salida, que no solución, pero es mejor la salida que la solución.

La solución sería poder controlar la vista, ¿sí? Y enseguida que veas a un pivonazo, quitar la vista inmediatamente y seguir haciendo la compra como si no existiera. Sí, ¿no? Esa sería la solución.

Ahora voy a exponer mi mente. Voy a decir exactamente lo que pienso cuando hoy día me cruzo con ese pivonazo en el pasillo de los embutidos. Empiezo llamando a mi Custodio. Tengo un gesto con él, algo que cualquiera que me viese hacerlo pensaría que se trata de un tic irregular. A tener en cuenta que los Custodios no leen la mente. Conocen cada gesto tuyo mejor que tú, y saben perfectamente lo que estás pensando, pero porque te conocen bien, no porque lean la mente.

Pues bien, hago el gesto y, con la boca mini abierta para que lea la lengua, le digo “Joder… ya puedes interceder con el Custodio de ese pavo y con el Custodio de su mujer”.

Sabré en el día del Juicio, eso sí, cuantas veces mi petición de intersección a los Custodios de los pivonazos con los que me cruzo, habrá tenido efecto. Y esa oración la extiendo a los pivonazos promesa, a los menores de cuarenta y tantos. A los que no llevan anillo les pido para que encuentren una mujer.

Y cogiendo el hábito de saludar a los Custodios de los pivonazos, lo vas haciendo extensivo. Saludas también a os Custodios de los feíllos, porque pobres, para que encuentren una mujer que les sepa querer y que construyan una familia en el que él se sienta como el rey y ella como la reina, y con muchos hijos. Y así empiezas a saludar a los Custodios de las chicas también. Y a los de la gente que te cruzas por la calle.

Saludas también a los Custodios de los que acuden a una reunión de trabajo, tanto en real como en Teams o en Zoom, y notas que lo que prometía ser una reunión tensa, se convierte en algo mucho más amigable y productivo.

Y se te quitan las ganas de coger el móvil y buscar cosas. Enseguida piensas en la pena que pasan los custodios de quienes se exponen en las redes viendo cómo sus custodiados, sus ahijados, pierden su dignidad y se humillan de esa manera. Sufres por sus Custodios.  Y empiezas a mirar a las personas con los ojos de sus Custodios.

Y afianzas la relación con el tuyo. El mío es muy majo y muy bueno, aunque su sentido del humor es pésimo. Creo que en todas las familias de España hay un tío Pepe o tío José que cuenta los peores chistes y hace las peores bromas del mundo. Mi Custodio tiene el humor del tío José, perdiendo la conexión de Wifi cuando en una reunión en Teams alguien me hace una pregunta, y recuperándola a los cinco segundos.

Hace poco me hizo gracia una cosilla, una tontería. Estaba pasando la tarde en casa de una amiga treintañera que celebraba su cumpleaños. Había varias de sus amigas y algunos niños pequeños, uno de ellos de tan solo semanas. No me acerqué a ninguno de los niños a hacerles carantoñas ni nada por el estilo, pero saludé, además de a los Custodios de todos, a los de los niños, y le di la bienvenida al Custodio del pequeño que estaba en los brazos de su madre. Le dije “Hombre, tú te acabas de estrenar con este niño. Bienvenido también”. No sé si los Custodios se “reciclarán” y habrán sido también los Custodios de otros seres humanos antes que nosotros, o si cada Custodio es único para cada uno. Mi Custodio creo que me chivó en su día que se reciclan, pero que es algo así como un padre o madre con varios hijos, que los quiere a todos por igual y que en el día del Juicio y después, nos conoceremos todos. Seremos algo así como “hermanastros de Custodio”. Nadie lo sabe a ciencia cierta. El mío ya sabe que si me ve a buen recaudo, como por ejemplo ahora que estoy sentado en mi estudio escribiendo esto, que se pase por el Purgatorio para consolar a los ex ahijados que pueda haber allí y que ya le aviso si necesito su ayuda. El hecho es que tras saludar al Custodio del pequeño, el niño abrió los ojos y me miró. A lo mejor fue casualidad pero esa fue la secuencia.

El saludar a los Custodios y afianzar el trato con el tuyo tiene muchos efectos colaterales. Vives la filiación divina. Nuestros Custodios son mucho más poderosos de lo que creemos. Tendemos a imaginarlo como el angelito que cuida a los niños para que duerman bien, pero tienen mucho más poder del que imaginamos. El demonio es listo y perseverante, pero yo le humillo enviándole a mi Custodio cada vez que me tienta. “Humíllale”, le digo. A tener en cuenta que en los ángeles hay jerarquías, creo que nueve en total, tipo militar. El demonio era algo así como un Capitán General y nuestros Custodios como soldados rasos. Pero el demonio decidió desobedecer a Dios, y se degradó. En principio tiene mas poder el demonio que nuestros Custodios, pero nuestros Custodios están viendo permanentemente a Dios. Si nuestros Custodios le piden ayuda a Dios, Dios les envía un ejército de ángeles en cualquier momento, y el demonio lo sabe.

Algo me dice que no hay nada que más le humille al demonio que ser humillado por un Custodio: un soldado raso dándole órdenes y poniendo en su sitio a un Capitán General.

Ojo, también le echo broncas al mío. Soy enfermizamente despistado y cuando olvido algo en casa, o al volver de hacer la compra, le cae bronca: “¿Tú para que estas? La próxima vez me lo recuerdas.” Pero luego le perdono y rezo algo que sé que le gusta. Pero también le pido perdón a él cuando hago algo mal, después que a Dios, claro está, porque sé que le entristecen mucho mis caídas, y le doy las gracias cuando me libra de alguna, probablemente muchas más veces de las que me doy cuenta.

Luego, no hay problema si ves a un pivonazo y pierdes el sentido. Nada de quitar la vista y escandalizarte a lo sor Citroën. Mírale y da gracias a Dios por haber creado tíos tan buenos y encomiéndale a su Custodio y al Custodio de su mujer o de su futura mujer, para que su amor les haga llegar al Cielo a través de su familia.

 

Pensamientos.

 

Con lo anterior sobre los Custodios, recuerda que todo empezó por los Custodios de los pivonazos, te habrás dado cuenta de que no me estoy refiriendo ya a pensamientos impuros. Me refiero a pensamientos que consideras trascendentales, del tipo “que va a ser de mi vida”, “voy a estar solo el resto de mis días”, “nunca voy a conocer a nadie que me quiera”, “nunca voy a ser feliz”, y ese tipo de cosas.

A ver. Admítelo. Tenemos muchas papeletas para protagonizar una de esas noticias del tipo “hallan muerto a un octogenario en su piso por el olor que desprendía su cadáver tras varias semanas”. ¿Y?  Yo sabré que me estoy muriendo cuando empiece a ver y oír a mi Custodio claramente para llevarme a mi juicio particular. Ya está. Lo que pase después con mi cuerpo me importa bastante poco. Tengo un sitio en un columbario donde sé que, tarde o temprano, mis cenizas reposarán. Ya está. Fin del drama. 

Ese tipo de pensamientos negativos fueron desapareciendo, en mi caso, de forma inversamente proporcional a mi sentimiento de filiación divina. Cuanto más conectado te encuentres con tu Custodio, los otros Custodios, las Ánimas del Purgatorio y con el Top Board, es decir, la Santísima Trinidad y la Virgen María y el resto de Santos, empezando por San José, más pereza te darán ese tipo de pensamientos y se irán diluyendo.

Y si te entra la morriña cada vez que veas a un pivonazo ten bien claro que Dios te lo compensará con creces. ¿Esos pensamientos que se me vinieron al ver al pivonazo en el supermercado sobre la seguridad y que nada malo me pasaría? Eso me lo dará Dios multiplicado por infinito.

Sí, hay cosas que siempre van a estar ahí. Hablarán de ti tus compañeros de trabajo en la máquina de café cuando no estés. Normal. Reconoce que tú también lo harías. Pero esos chismorreos te apuntalarán en el camino hacia el Cielo. Sin problema. El mal que te puedan hacer en la tierra se multiplicará en tu beneficio cuando llegue tu Juicio, así que fenomenal que hablen y que cuchicheen.

Yo no he salido del armario. Me espanta esa expresión, pero la utilizaré para abreviar. No sé si por causa o efecto de esta desviación pero no me gusta hablar de mis problemas, en general. Eso es malo, ojo. Una buena charla puede ayudarte mucho en un mal momento pero como que en general soy muy muy reservado con mi vida. Y también por otro motivo, y aquí cada uno es muy libre de decirlo o no decirlo públicamente, que es un poco enrrevesadillo de explicar, pero a ver si lo consigo. Por un lado, esta desviación me ha traído el vivir la filiación divina a nivel Top, pero, cómo decirlo, no estaba en los planes de Dios. Dios creó al hombre para sacramentalizarlo a través del matrimonio o de la ordenación sacerdotal. Nosotros no tenemos un sacramento para llevar esta vida de Castidad más allá de la Confirmación, ¿sí? Durante muchos años recé para que se obrase el milagro y enamorarme de una chica, de hecho tuve novia durante un tiempo, luego lo explico. Es decir, no quiero normalizar el tener la desviación ni conmigo mismo, ni con mi entorno. No quiero que vean que se puede tener la desviación y ser feliz en la Castidad como si fuese una opción más, como quien elige echarse un novio. No quiero que mi Castidad se convierta en tema de debate en una cena tras dos vinos con quien el demonio les haya susurrado que en realidad soy un retrógrado amargado.

Quiero dejar la puerta abierta por si Dios obra el milagro. Ojo, ya no se lo pido, pero le dejo la opción para que, si lo considera, me enamore de una mujer en cualquier momento. Por mí no quedara el haber tenido familia e hijos. Otra cosa muy distinta es la voluntad de Dios que, sea cual sea, es la adecuada, pero Dios me libre de condicionarle lo más mínimo en esa decisión, no sé si lo estoy expresando bien. “No, pero es que si lo dices, podrías ayudar a otros jóvenes”. Que no, leches. Para eso tengo a algún cura amigo que se expresa mucho mejor que yo y llega mucho más que yo. Y oye, está el egoísmo espiritual. Obviamente no hace falta ser un lince para saber que uno que esté en la cincuentena, con un buen trabajo, físicamente normal y sin minusvalías aparentes, está soltero y nunca se ha casado es porque…. ¿tiene alergia al confeti de la boda? Obviamente no. Luego, ¿que la gente de mi alrededor se lo imaginará? Pues que imaginen lo que quieran.

El no haberlo hecho público también me blinda a mi para no cotillear. Que cada uno comparta lo que quiera compartir y lo que no, no me lo voy a imaginar yo. A mí me funciona. No me pide el cuerpo decirlo y creo que no le haría ningún bien a mi alma. A mi familia le podría hacer mucho daño. ¿Qué hago? ¿Explico que lo más probable es que todo venga por las heridas emocionales causadas por papá? ¿Y en qué ayudaría eso a mi madre? ¿En algo? No. “Pero es que el joven indefenso y perdido al que no conoces de nada…” Pues que se encomiende a su Custodio el joven indefenso y perdido y para eso escribo esto. A ese yo no llegaría, no me muevo en su ambiente y mi madre me importa bastante más. Y mantener la honra de mi padre, que por eso también seré juzgado, también.

 Y ya me he puesto de mal genio con tanta insistencia a que lo digamos para dar testimonio con quien no conocemos de nada en lugar de dar testimonio silencioso con la gente a la que queremos y nos quiere.

Tuve novia. Pobre. A ver, no pasa nada. No se trataba de guardar las apariencias sino de dejar esa puerta a formar una familia abierta. Duramos seis meses y ella fue quien mas sufrió, obviamente. Se enamoró de mi, pero me veía distante. Sabia que tenía un muro alrededor mío y que no era capaz de atravesarlo. Mi planteamiento fue “oye, quién sabe, a lo mejor salgo con una y me enamoro y ya está”. En mi caso no funcionó. Tampoco me siento mal por eso. Al fin y al cabo, los noviazgos están parar conocerse y eso incluye conocerse a uno mismo. Yo me conocí mejor gracias al noviazgo con ella y ella echó novio el año siguiente. En fin, no más vueltas que darle. Lo que sí que me vino bien es para saber que nunca me casaría por guardar las apariencias. Vi que esa vida era mucho peor y que puedes potencialmente destrozar muchas vidas con un peligro cierto. Es vivir en una mentira y nada bueno puede salir, en mi opinión, cuando se cimienta en una mentira. Ojo, que no empiezas con esa intención de mentir. Probablemente yo puse mucho más de mi parte para enamorarme de ella, sin suerte, que ella de mí, con mala suerte, es decir, que no es que yo pasase desde el primer día o el segundo. Yo lo intenté, pero no funcionó. Lo que sí hice es forzar para que lo dejase ella. Creo que lo superas más fácil si eres tú quien deja a si te dejan. Fue cuestión de aguantar el tirón de dos meses de broncas hasta que ella lo dejó.

Buff, que etapa más pereza la de querer que te gusten las mujeres. No recuerdo en qué película, y esto que voy a decir es un poco cruel, ambientada a finales de los 60 en Estados Unidos, la familia protagonista vivía en una de esas casas americanas tipo chalet individual, que tenían unos vecinos con una hija, no sé si down o fronteriza, que en la noche del amerizaje en la luna, salió al jardín, miró a la luna y empezó a gritar “¡los veo! ¡Los veo!”. Pues bien, me recuerdo a mí así. Como ese compañero de colegio que juraba y perjuraba que había visto a los Reyes Magos en su casa así como de refilón muy rápido. No te agobies si has ido a terapia y no ha ido como esperabas. No eres tú quien falló. Ni el psicólogo. Tú no tienes culpa de nada. Tú no tienes culpa de no tener ni idea de lo que te estaba pasando cuando en tu infancia tardía te ponías más nervioso cuando estabas con un compañero que con una compañera y no sabias por qué. Ni tienes la culpa de tus heridas afectivas. Eres un buen hijo. De los mejores hijos que se pueden tener. No tuviste la culpa de enamorarte en tu adolescencia de un amigo ni tuviste la culpa de buscar figuras paternas imaginarias. Eres un bien amigo, el mejor amigo de tus amigos que puede existir. Sabes que siempre vas a estar allí para ellos, como lo has estado hasta ahora, aunque pasen mil años y ya no te atraigan lo mas mínimo. Pero tu estarás ahí. Vales mucho. Vales mucho y tu vida vale mucho más de lo que imaginas. No tienes la culpa por no entenderlo simplemente por que no es nada fácil de entender. A mí me llevo décadas y te aseguro que no soy tonto. Muchos no lo entienden pero tú sabes que tiene que haber una explicación, no para hacer cambiar las cosas sino simplemente para entenderlo y seguir adelante con tu vida.

Sabes que en realidad no llegamos al tres por ciento del total. Pero, manipulados, podemos hacer mucho ruido como se está viendo. Manipulados, no lo olvides. Pero el mismo ruido que podemos hacer, lo podemos multiplicar por millones hacia el bien si actuamos de la forma correcta. Tienes una Cruz que, a la primera, resulta muy difícil de llevar. No tenemos opción de llegar a la felicidad a través del lecho conyugal ni del sacerdocio. Esta Cruz estará entre las más difíciles.

Pero no es casualidad que Dios te la haya dado a ti. ¿A quién crees que Dios le da las cargas mas pesadas? ¿A los más débiles? ¿Cuál es la esperanza media de vida? 80 años. Vale, venga, pon que llegas a los 90. Si llevas la Cruz con dignidad, tienes cientos de miles de millones de años de Salvación eterna. De estar abrazado y querido por Dios. Ya has pasado lo peor y solo te queda remontar el vuelo con pequeñas acciones del día a día, como la de los Custodios. Piénsalo: 90 años por miles de millones de años. No era el uno por cien, ¿recuerdas? Es más que un uno por un millón. Y lo tienes al alcance de tu voluntad. Dios te ha dado la fuerza necesaria para llevar esa Cruz cuya recompensa es más de un uno por un millón.

Miles de millones de años de Felicidad eterna con la Santísima Trinidad, con la Virgen María y el resto de Santos, con tu Custodio, con los Custodios de todos los pivonazos con los que te has cruzado por la calle y has rezado, sí, rezado por ellos. Y con el resto de Custodios que has saludado y que has pedido que cuiden de su ahijado.  Con todas las Ánimas del Purgatorio que has podido salvar cuando visualices realmente una milésima parte de la importancia de la filiación divina.

Por cada uno de nosotros que abracemos nuestra Cruz, estamos salvando a miles de almas de la perdición. A miles. No solo a los cientos con los que podríamos tener contacto directo, sino al efecto cadena que podemos provocar desde nuestro entorno. El mal que podemos hacer es casi infinito. Podemos atentar directamente contra la línea de flotación de los planes de Dios para salvar a los hombres que es la familia, y la recompensa que nos da Dios simplemente por no hacer el mal con alegría es de mas de uno por millón.

No estoy relativizando sino todo lo contrario. Estoy objetivando datos en años. Comparando peras con peras. Dios nos ha dado la forma más fácil del mundo de llegar a Él.

Te he dado unos pocos tips para que puedas aplicar desde hoy mismo, pero todo pasa, en mi opinión y en mi experiencia, por una buena Confesión General. Tómate tu tiempo. La que hice yo me llevó tres semanas en prepararla. Eso sí, me puse una fecha en el calendario que era inamovible. Lo hice en otra ciudad con vuelo incluido, así sabia que tenia que ir sí o sí. Fui anotando en una hoja los peores pecados que podía recordar. Cuando empiezas a anotar, te salen los primeros que tienes como más presentes, pero a medida que pasan los días te vas acordando de otros que tenias ya por olvidados, de los de “¡tío, tío, tío, tío este no que es un marronazo y además no se enteró nadie, solo Dios!”. Precisamente. A la lista. Y así.

Mi lista tenía unas doce o trece líneas, no recuerdo bien. Todas mis mayores bajezas, marronazos, mentiras y lo peor de mis miserias. Recuerdo que a la tercera línea mi boca y mi garganta ya estaban completamente secas. Lleva un botellín de agua al confesionario. Y no había hecho más que empezar. Recuerdo dos cosas, una que hubo un momento que creí que iba a perder la consciencia y miraba mi mano izquierda y movía los dedos para ver si seguía despierto, y otra es que la sensación de quemazón en la lengua me duró tres días. ¿Ves cuando tomas un puré hirviendo sin darte cuenta y te quema la lengua? Pues esa quemazón era en toda la lengua, no en un trozo, y duró tres días. Cuando terminé el cura me dijo: “te has quedado a gusto, ¿eh?”. Le dije “Es lo mejor que podía decirme”. Tras unos consejos me dio la penitencia. “Te voy a poner la penitencia más difícil que te han puesto nunca: Olvida todo lo que me has contado, Dios ya lo ha hecho”

Como soy un pecador, he vuelto a pecar desde entonces, pero claramente esa confesión marcó un antes y un después en mi vida espiritual.

Con una buena confesión general, Misa, por supuesto los Domingos y fiestas de guardar, y algún día más que puedas, frecuentar los sacramentos de la confesión y Comunión e ir aplicando los tips que te he puesto en cuanto a heridas afectivas buscando en la infancia de quien te las provocó, la mirada, la filiación divina, y los pensamientos, rezar con frecuencia te saldrá casi solo e incluirás Rosarios en tu día a día sin enterarte. Búscate un director espiritual que te diga lo que no quieres oír, ¿sí? Es decir, que te ayude a llevar tu Cruz cuando tengas momentos de debilidad, y no que te la tire a un contenedor, ya sabes a lo que me refiero, y tendrás el uno por millón asegurado, llevando una vida plena en el camino.

Lo tienes a nada, a menos que a tiro de piedra. A menos de un paso. Justo ahí.

Y saluda a tu Custodio de mi parte.

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